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Cultura

El conductor soy yo

Todo está en venta. Como en una feria de variedades en El Show de AJ las ofertas abundan. Vestidos para quinceañeras, sánguches de salame, masas finas con rebosante dulce de leche, pronósticos del zodíaco, consejos de un parapsicólogo, recomendaciones de obras de teatro, guitarras criollas y por supuesto música, mucha música. La sonoridad del programa televisivo es estridente, plagada de acordes, grupos de cumbia uniformados con trajes idénticos, escuelas de danza que cubren el plató al son de la salsa e ídolos de los 70 que graban durante la semana y dejan el clip con el hit añejo para que el conductor lo presente como si hoy fuera el pasado. En el magazine de dos horas en vivo todo fluye, el clima es festivo y nadie se estresa, ni siquiera las productoras que van llevando la continuidad del guión con grandes letreros escritos con fibra negra anticipándole a AJ Llorente lo que va a venir. Aunque hay un momento, un único instante donde el espíritu lúdico se fractura y la tertulia se convierte en misa.

“¡Cambiame la música!”

El sonidista hace caso. El conductor de pelo blanco absoluto está sentado frente a una rosa roja que reposa en una mesa ratona del mismo color de su cabellera. El rojo de la flor contrasta y no hacen falta primeros planos. En off gira una canción de Sandro.

Por ese palpitar

que tiene tu mirar

yo puedo presentir

que tu debes sufrir

igual que sufro yo

por esta situación

que nubla la razón

sin permitir pensar


AJ clava la mirada en cámara. Sigue el ritmo de la canción con una leve cadencia de su rostro. En el estudio, por única vez, reina el silencio atrás de cámaras. El animador es pastor, cura, predicador, amigo.

“Esta rosa roja estará siempre. Sandro estará permanentemente vivo en este programa mientras esté yo. Roberto está con nosotros. Sandro nunca va a morir”. El amigo de la estrella de la canción le quiere ganar una batalla al paso del tiempo.

Sandro murió a las 20.40 el 4 de enero de 2010 en el Hospital Italiano de Mendoza por un “shock séptico” luego de haber afrontado cinco intervenciones y un trasplante cardiopulmonar. Esa noche, AJ, el compañero de ruta del Elvis argentino, cumplió la promesa mutua: “Si alguno de los dos muere, el que queda debe beber champán”. Un rito terreno, un pacto atado al símbolo de la bohemia nocturna de los años dorados. Esa noche el conductor televisivo más popular de Rosario tomó champán en el nombre de Sandro.

La canción sigue rodando en off.  AJ está en silencio y espera un momento clave para hacer mímica. Con la mano derecha sujeta el micrófono inalámbrico y con la izquierda se golpea en el pecho. Mueve los labios.

Yo te amo… Yo te amo.

Acto seguido, sin cortes publicitarios ni cambios escenográficos, el director poncha un plano general y al lado del animador está sentada Carolina, la astróloga, y el programa continúa augurando “muchas fantasías para la gente de Aries y semana de creatividad para Tauro”. Ya se acerca el primer corte. Y suena la canción símbolo “Soy feliz” de Ricardo Montaner. Vamos que la vida es una fiesta.

“Viviendo, uno ya es feliz”

El animador que nació en Barrio Arroyito, en un año indefinido, a siete cuadras del estadio de Rosario Central se define como un hombre de radio que se metió en la televisión. Esa historia ya tiene 40 años y desde que AJ llegó a la caja de rayos catódicos jamás se fue. “Yo pude ir a Buenos Aires mil veces y me quedé acá”. Acá, es la tele rosarina. En un país centralizado en su comunicación, la industria del entretenimiento vive, late, se reproduce y se emite como aguja hipodérmica desde Buenos Aires. Tal vez por ello la figura del conductor está solapada por la historia grande de la TV porteña que se autonarra. De las 656 páginas del libro de Carlos Ulanovsky, Silvia Itkin y Pablo Sirvén Estamos en el aire: una historia de la televisión en la Argentina apenas hay un par de hojas dedicadas a lo que se denomina la TV de interior, como si Argentina se dividiera en dos países, la Capital como centro que emite, consume, inventa e impone pautas culturales y el interior como el resto, lo que queda, todo lo que no es Buenos Aires. Los autores no tienen la obligación de rastrear los datos de la tele de las provincias, pero el título de la obra debería ser “una historia de la televisión en Buenos Aires”.

Cuando AJ tuvo oportunidad de emigrar a Miami o a México aún era conocido como Alberto Jota (de Jorge) Llorente. Aún no se había autodenominado AJ. Dicen que fue una oyente quien le sugirió: “Vos tenés que ser Ei Jei, A Jota”. Y  así fue. En pleno furor de la serie BJ, el camionero norteamericano que era perseguido por Sheriff Lobo y su acompañante Perkins, Rosario tuvo su propia celebridad televisiva con sello de iniciales. El hombre que nunca se fue aceptó las palabras de su esposa: “Acá estamos cómodos. No es momento para volver a empezar”.

El Show de AJ está por empezar. Faltan 45 segundos para las 14. El animador que arrancó su carrera a los 15 como imitador de celebridades de la radio de la década del 40 está en su oficina del primer piso del estudio Ideas del Norte. Junto a él están Sol, una de las secretarias, y un travesti. En la oficina hay discos compactos, anacrónicos VHS, diplomas de honor y fotos, muchas fotos en portarretratos y cuadritos donde su trayectoria se luce al lado de popes de la música latina: Palito Ortega, Alcides, Cristian Castro y por supuesto Sandro. Edgardo Franco, el director que lo acompaña desde hace más de una década lo llama por el talkback, su voz omnipresente retumba. Es una especie de cuenta regresiva para estar otra vez, y como ocurre desde hace 40 años, en vivo y en directo por Canal 5 de Rosario para cuatro provincias argentinas. AJ baja la escalera caracol, dice al pasar que la joven Sol es su novia y juega a esconderse mientras se va incorporando al plató. “¡Acompañame con la música que me aburro!”.

Ser divertido, simpático y alegre son tres condiciones fundamentales que remarca el animador para mantenerse vigente. “Siempre tenemos que tener la cara alegre y un chiste a flor de labio. A mis compañeros les digo que el único facultado para decir chistes soy yo”. AJ trabaja de hombre alegre, esa es su profesión. Él construyó su propio personaje, el de las canas tupidas, el de la risa constante, el que bromea todo el tiempo, el que juega a esconder el año de su nacimiento. Es un traje que le calza a medida y que en la vida pública lo lleva muy bien puesto. Aunque, sin mucho ánimo de dar detalles, no esquiva recorrer sus dolores más profundos. “En la vida hay sinsabores. El fallecimiento inesperado de mi esposa me produjo decaimiento y depresión, pero hay que seguir. Esta es la profesión que elegí”.



Soy como soy


AJ eligió la animación antes de estudiar técnica mecánica y trabajar como  ferroviario en pleno peronismo de trenes nacionales. La fama, los tablones y los micrófonos tuvieron que esperar mientras supervisaba los Ferrocarriles Argentinos en la fronteriza localidad de Pérez. Hasta que un día, desde un club de ese pequeño poblado al oeste de Rosario lo convocaron para animar un baile de carnaval. Alberto Jorge ya tenía 24 años, casi una década había pasado desde aquellas adolescentes imitaciones de Alberto Castillo y de los engolados locutores de Radio Belgrano. “Algún día voy a ser un tipo popular”, pensaba el joven hincha de Rosario Central. Esa noche de carnaval salió a la cancha haciendo lo que mejor sabía hacer: mostrarse como un tipo común y silvestre. Alegre.

“Con el animador se nace. Yo soy animador, pero locutor a la fuerza”. Es una explicación casi genética muy típica de la tele. Los que algunos llaman ángel o carisma no se adquiere en ninguna escuela, no se compra, no se vende. AJ nació animador y argumenta desde el ejemplo. “Cacho Fontana es un excelente locutor pero nunca fue un gran animador. En cambio Silvio Soldán y Antonio Carrizo son grandes animadores y grandes locutores”. La regla sería: todos los animadores pueden ser locutores pero no todos los locutores pueden ser animadores. Palabra de Llorente.

“A mí me sirve el aviso desestructurado. Yo los hago en joda”. Los anuncios PNT (Publicidad No Tradicional) estructuran el programa. Alberto confirma cada sábado que la televisión es una enorme tanda publicitaria con fragmentos de contenidos. La decisión de convertirse en un empresario de espectáculos hizo que el animador innato encontrara la fuerza centrífuga del negocio: el mismo artista que se presenta por la noche antes pasa por El Show y sus temas ya sonaron durante meses en su programa de radio. La industria mediática apila pautas publicitarias y en los recovecos se cuela algo de contenido. El guión de El Show es una prueba elocuente del circuito virtuoso del negocio.


GUIÓN ARTÍSTICO EL SHOW DE AJ

SEGUNDO BLOQUE

LLORENTE PRESENTA A:

OFF LLORENTE PNT (AGENCIA EL ABUELO)

OFF LLORENTE PNT (MILHOJAS) VIDEO CON MÚSICA

OFF PNT BANCO MUNICIPAL PLACA CON AUDIO


Y así sigue. Con más PNT entre corte y corte.



A la hora señalada


El AJ empresario posee tacto, olfato, sentido de la oportunidad. Es de aquellas personas que suelen estar en el momento justo, en el instante indicado. Según cuenta, Luis Miguel hizo su primera aparición pública a los 13 años en su programa. También resulta curiosa la historia sobre cómo conoció a Sandro. “La amistad arranca corriendo a un perro hace 47 años. Yo paré mi auto para salvar a un perro que parecía perdido. Bajé y vi a un jovencito que también lo estaba corriendo. Hasta que apareció una mujer y nos dijo que el perro era suyo. Al rato, voy a una agencia artística y ahí me encuentro con el mismo pibito. El mismo pibe era Sandro que iba a llevar un demo. Aún no había grabado nada”.

“La primera vez que vino a Rosario fue en el año 65 con Sandro y los de Fuego”.

AJ cita años exactos. Como si fuera un almacenero hace cuentas en el aire y referencia las fechas redondas aunque jamás confiesa el año de su nacimiento. AJ pretende burlar al paso del tiempo.

—¿Cómo recordás a la Rosario de tus inicios?

— Yo tomé café con leche con French y Berutti el día que repartieron escarapelas.

—Sé que no te gusta decir el año de tu nacimiento porque en un programa de TV declaraste que naciste en 1959 y al rato contaste que animaste los carnavales del Club Provincial en 1962. El conductor no lo advirtió…

—Sí, nací en el 59.

—¿Y animaste los carnavales a los tres años?

—Averigüen ustedes, entonces.

El mismo chiste interno que hizo en la entrevista televisiva la repitió en el consultorio de su médico. “Cuando me atiende la secretaria me dice: Hola señor AJ, sabe que usted y yo somos de escorpio, nada más que usted cumple los años el 13 de noviembre yo el 11… Sabía todo de mí. Pero cuando va a completar la ficha con mis datos me pregunta por el año de nacimiento y le contesté 1981. Y lo anotó. ¿Qué habrán dicho cuando se dieron cuenta?”.


Una fiera que no avisa


“Si te agarra, te agarra”, dice AJ sobre la muerte como si la parca fuera una fiera. Y con esa convicción de que el destino decide el empresario contrataba aviones monomotor para llevar a sus artistas de gira por la extensa Argentina. Sandro era piloto y prefería los aviones bimotor que son más seguros pero más caros. AJ le hizo caso al Gitano y no escatimó en gastos. Cierta vez, de regreso de un recital en 25 de Mayo, provincia de Buenos Aires, hasta Capital Federal, el avión empezó a echar humo. El piloto anunció que detuvo el motor. Sandro, muy sereno, tranquilizó al animador haciéndole chistes: “Te vas a hacer famoso, te vas a morir conmigo”, le decía. Al fin fue un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de San Fernando entre humo y aceite. Cuando llegaron a tierra firme, un mecánico se le acercó a AJ y le preguntó.

—¿Dónde está el piloto?

—Debe andar por ahí…

—Bueno, cuando lo vea, bésele el culo. Se salvaron de milagro.

Sandro fue plenamente consciente del peligro, de que el aceite que perdía el motor podía hacer combustión e incendiar el avión en el aire. Sin embargo, eligió hacer chistes. AJ le reprochó:

—¿Cómo no me dijiste nada? ¡Casi nos matamos!

—¿Para qué? Al menos así te morías contento.

Uno de los últimos recitales de Sandro en Rosario fue en 2001 en el Teatro El Círculo. Esa noche en la esquina de Mendoza y Laprida corrió un rumor antes que se ponga el sol. “Dicen que hoy es el último show”. Yo iba a entrevistarlo para la revista de la empresa de TV por cable Cablevisión. Por aquellos años de recesión, AJ había dado un paso al costado en los canales de aire y trabajaba en el cable. Le había prometido al gerente de programación una exclusiva con el Gitano. El gerente me mandó a mí. Minutos antes del show, abrí mi mochila y repasé por enésima vez: grabador, pilas, cámara de fotos, apuntes y casetes. La autorización para la entrevista no llegaba y el espectáculo estaba por comenzar. Mientras, leí el cuestionario: el final de “El hombre de la Rosa”, la decisión de presentar a su mujer María Elena, los grandes amores de su vida, la única vez que su mamá lo vio en el Club Nueva Chicago, los de Fuego, las camperas rojas y las botas de cuero eran algunas de las preguntas obligadas. El pulso se alteró cuando llegó el intermediario. “No flaco, el reportaje no va a poder ser. Ayer estuvo medio enfermo y el ánimo que tiene se lo guarda para el espectáculo. De todas formas, tenés un palco. Es el número 15. De ahí vas a poder sacar buenas fotos”.


El vivo es puro presente


El programa continúa con el grupo tropical de Sergio Morán, la agrupación de salsa Negro, Tabaco y Ron, el desfile de vestidos para quinceañeras y la actualización del resultado del partido Rosario Central – Banfield. Estamos en Arroyito y Llorente es consciente que el público de su barrio estará mirando otro canal. El estudio ubicado en la calle Rubén Darío está en un sector de casas bajas, calles angostas y a exactas ocho cuadras de la casa donde pasó su niñez: Alberdi y Reconquista. “Por eso soy hincha de Central”.

En Las ciudades y los signos de Italo Calvino el ojo del viajero “no ve cosas sino figuras de cosas que significan otras cosas: las tenazas indican la casa del sacamuelas, el jarro la taberna, las alabardas el cuerpo de guardia, la balanza el herborista”. Afuera del estudio de AJ no hay símbolos ni metáforas sino un simple cartel de letras negras que dice: “Estudio TV”. Frente a la puerta principal hay estacionados dos autos: una cupé Mercedes Benz negra y un Peugeot 504 desvencijado. Adentro la fiesta sigue.

La televisión es una repetición de ideas que ya se pensaron, que ya se llevaron a cabo. “Todo está hecho”, dice AJ. Pero las lógicas de producción cambiaron. Décadas atrás para triunfar y tener llegada en todo el país, los artistas debían presentarse en los canales de las provincias. Y así El Show era el escenario obligado para la popularización de figuras rutilantes. “Yo salí en TV 20 años antes que Marcelo Tinelli. Hace 28 años yo ya hacía concursos de baile en Canal 3 y reunía a más de 400 personas. El problema es que no registré. El formato es mío. Con jurado y todo. Lo tengo grabado”.

—¿Por qué tu estudio se llama Ideas del Norte?

—Porque nací en el norte de la ciudad y viví siempre en el norte.

—¿No es en contraposición a la productora de Marcelo Tinelli, Ideas del Sur?

—No. Él me copió a mí.


Estamos en el aire


Naibi, Sol y Elizabeth son las tres secretarias de Alberto que aparecen en cámara para reforzar la publicidad no tradicional. Naibi arrancó en el programa a los 15, hace cinco años. Sol es estudiante de Derecho pero jamás dejó de concurrir al estudio de zona norte. Elizabeth saluda a Pamela, la última en llegar. Un nuevo bloque arranca y Alberto cuenta en el aire que un periodista y un fotógrafo lo están siguiendo para escribir una nota en un portal de Internet. “Vengan, pasen por favor”. Doy cuatro pasos y entro en cuadro. Tengo conciencia plena que estoy saliendo en vivo. AJ me pregunta qué estamos haciendo y le cuento de esta crónica.

 —¿Vos querías un autógrafo?, me pregunta.

—Sí, claro.

El latiguillo ¡El conductor soy yo! es un sello de AJ. El conductor jamás entrega su micrófono pero esta vez me lo cede porque necesita de ambas manos para firmarme un autógrafo en la libreta donde voy tomando apuntes. Tengo el micrófono en mi poder, es mi oportunidad:

—Usted sabe Alberto que en 2001 estuve a punto de entrevistar a Sandro, uno de los máximos anhelos de mi carrera profesional. Pero en el momento en que me estaba por atender, alguien salió del camarín y me dijo que era imposible.

—¿Quién habrá sido?, me responde.

En el autógrafo escribió: 3-9-2012. Su firma. Las iniciales AJ. ¡Te quiero!



Silencio. Le devuelvo el micrófono y aprovecho para refrescar al aire algunos de nuestros encuentros casuales de este año.

—Recuerda Alberto que nos encontramos en la comisaría sexta. Yo estaba cubriendo un policial para el noticiero y a usted lo acababan de robar.

El hecho ocurrió el viernes 3 de febrero de 2012. El conductor televisivo y su hija Alejandra estaban en su auto en la esquina de Córdoba y Río de Janeiro cuando dos delincuentes rompieron el vidrio del acompañante. Yo aproveché el encuentro casual para narrar el último momento, el título de tapa. AJ se despachó en Telefé Noticias: “Fue uno de esos tipos que andan en moto robando. Con la culata del arma rompió el vidrio y le puso a mi hija el revólver en la garganta, le arrancó con un cuchillo la correa de la cartera y salió corriendo. Me quiero ir del país”. El hombre que había rechazado las ofertas del exterior porque estaba cómodo declamaba emigrar. Esta vez tampoco se fue. Tres días después del incidente volvió a la radio, su primer amor, en las mañanas de LT3.

—También nos subimos juntos al auto de Volver al Futuro. ¿Se acuerda?

Veinte días después del robo nos encontramos en el centro comercial Portal Rosario. Allí estaba en exposición el DeLorean DMC-12, el célebre auto del científico Emmeth Brown que permite traspasar las barreras del tiempo, un verdadero ícono de la generación de los 80. Le propongo hacer una nota irónica y le pregunto a qué año viajaría. AJ no arriesgó demasiado y dijo querer volver al día del robo, el 3 de febrero de 2012.

—Alberto, ¿qué hay que hacer para mantenerse vigente durante tantos años?

—Lo principal que tengo no es la simpatía ni el cabellito blanco sino la salud. Hay dos cosas que no podemos arreglar: la muerte y el pasado. Eso no tiene remedio.

AJ habla otra vez del paso del tiempo. Sabe, con certeza, que no puede burlarlo aunque, al menos, pretende confundirlo.


Esta crónica se publicó originalmente en el portal Club de Fan en septiembre de 2012 y aparece aquí como homenaje del autor y de Suma Política al recordado AJ Llorente, que murió el pasado sábado 17 de febrero de 2024 a sus 93 años.

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