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Sociedad

El dilema WhatsApp, o la ansiedad y la privacidad en la era de las urgencias

El dilema WhatsApp, o la ansiedad y la privacidad en la era de las urgencias



Juan Mascardi


¿Alguna vez pensaste en irte de WhatsApp? La red de mensajería instantánea, en la era de la urgencia, es la plataforma de comunicación que, en tiempos de pandemia y cuarentenas, se consolidó como vía de comunicación entre los afectos y el trabajo, borrando esa frontera entre los espacios laborales y privados. Una aplicación que irrumpe en el tiempo y en el silencio y que provoca una necesidad de respuesta inmediata. ¿De qué modo la usamos? ¿Estamos preparados para esperar una respuesta luego de un mensaje leído por un destinatario? ¿Es posible administrar el tiempo libre sin estar conectados? ¿Escaparse de WhatsApp sin que ello tenga un costo? ¿Qué sabe la plataforma sobre nosotros?

Mucho antes del 7 de enero pasado, el día que WhatsApp notificó a sus usuarios la actualización de las condiciones del servicio que provocó una fuga de millones de ellos hacia otras redes en unos pocos días, y que por eso mismo en las últimas horas quedó en suspenso por tres meses, ya se venía discutiendo sobre los trastornos de ansiedad que provoca estar en contacto con la aplicación que pertenece a Facebook. El síndrome de la llamada imaginaria, la nomofobia y el síndrome del doble check, son tres de los efectos que puede ocasionar el uso irracional de la aplicación de mensajería inmediata.

Según Maricel Giménez y Rocío Zirpoli en la presentación del trabajo “Trastornos psicológicos vinculados al uso de Whatsapp” durante el VII Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología de la UBA, el síndrome de la llamada imaginaria alude a las alucinaciones de los usuarios de dispositivos móviles que alguna vez sufrieron al pensar que su celular había sonado o vibrado sin que lo hubiera hecho. El neologismo nomofobia es adecuado para referirse al miedo a estar incomunicado sin teléfono móvil. Por último, aparece el estado de ansiedad que padecen los usuarios de la aplicación al corroborar que el destinatario del mensaje no respondió, aunque haya estado conectado después de recibirlo.

La ansiedad también aparece cuando los usuarios sienten la obligación de responder. Un estudio del 2016, basado en entrevistas a 247 estudiantes de la Universidad de Navarra y dirigido por Joan Fondevila, indicó que el 33% de los alumnos solían sentirse “estresados o presionados” por contestar los mensajes de WhatsApp, incluso aunque no se trate de asuntos urgentes, y que otro 38% habían experimentado “a veces” esa sensación. En medio del debate —público e individual— sobre el uso que se hace de las aplicaciones, WhatsApp notificó sobre los cambios de sus políticas de privacidad provocando la estampida. Entre que la puja contra la ansiedad es uno a uno con el móvil, los anuncios de la red de mensajería vinieron a sumar otra complejidad en momentos en que el contacto con el celular es más que conflictivo.


¿Nos espían las aplicaciones?


Las apariciones de publicidades a medida de los usuarios, la sensación de vulnerabilidad en torno a si se nos escucha en las aplicaciones y la integración de las empresas como Facebook, Instagram y WhatsApp generan dudas y sospechas en torno a cuáles son los datos que se comparten y sobre los rastros digitales que dejamos en el uso de nuestros celulares. Ese combo de dependencia del celular y temores en torno a la privacidad estalló con la “obligatoriedad” de aceptar las nuevas reglas, como forma de permanecer en WhatsApp. ¿Aceptar o no aceptar? Esa era una de las cuestiones, y muchos optaron por la negativa.

En 2014, cuando Facebook compró la híper exitosa aplicación de mensajería instantánea en 20 mil millones de dólares, anunció que no se compartirían datos entre redes. El quiebre de esa promesa provocó el éxodo de usuarios a otras plataformas como Telegram o Signal, y desde WhatsApp tuvieron que salir a aclarar que no mantienen “un registro de quién llama o envía mensajes a quién. Aunque es común que los proveedores y operadores de telefonía celular almacenen esta información , consideramos que mantener tal registro para dos mil millones de usuarios implicaría un riesgo tanto para la privacidad como para la seguridad, y es por ello que no lo hacemos”, dijeron. Pero la sangría no paró  y con las cifras a la vista tuvieron que retroceder: “Estamos postergando la fecha en que se pedirá a las personas revisar y aceptar los nuevos términos”, dicen ahora.



Privacidad, ¿qué privacidad?


“Hoy hay que redefinir el concepto de privacidad, no se puede pensar la privacidad como la pensábamos hace una década. En estos tiempos hay tres empresas que controlan las plataformas: Google, Facebook y Twitter. Si algún día se llegaran a compartir los datos que poseen estas tres empresas, allí están los datos de todo el mundo”, sostiene el abogado Ezequiel Zabale, analista de sistemas, profesor de Derecho de la Comunicación y actual juez civil y comercial.

Para Zabale, el cambio de privacidad de WhatsApp sólo expone una situación que antecede este anuncio: “cuando uno activa un celular, lleva un chip que posee un rastreo de geoposición que generalmente está asociado a la cuenta de Google. Es decir que Google recopila información desde hace mucho más tiempo que WhatsApp”.

En otro de los pasajes del comunicado de WhatsApp hay un apartado denominado “La seguridad y privacidad forman parte de nuestro ADN”, en donde se informa que “en vista de que los usuarios comparten sus momentos más personales a través de WhatsApp, incorporamos el cifrado de extremo a extremo a nuestra aplicación. Con el cifrado de extremo a extremo, tus mensajes, fotos, videos, mensajes de voz, llamadas y documentos están protegidos de caer en manos indebidas”. Entonces, ¿qué es lo que cambia?

“El cambio de políticas de WhatsApp es una alerta al usuario individual, en donde se anuncia que la vinculación con las cuentas de Facebook es para el envío de publicidad”, agrega Zabale, quien lo califica de blanqueamiento de algo que WhatsApp ya hacía desde la adquisición de Facebook. “Le blanquean (al usuario) esta política de uso por una razón sencilla: quieren evitar una demanda posterior en algún tribunal de Estados Unidos que podrán realizarse como acciones colectivas por una presenta violación de datos privados”, agrega.

En torno a la información compartida entre Facebook y WhatsApp, el comunicado sostiene que “la mensajería con empresas es diferente de la que compartes con amigos o familiares. Algunas empresas grandes necesitan usar servicios de alojamiento para administrar sus comunicaciones, por lo que les brindamos la opción de usar servicios de alojamiento seguros de Facebook para administrar los chats de WhatsApp con sus clientes, contestar preguntas y enviar información útil, como recibos de compra”.

Para el abogado las condiciones de WhatsApp son innegociables, o se usa aceptándolas o es necesario cambiar de plataforma. “Existen alternativas como Telegram o Signal, que posee sólo respaldo local, no almacena en nube y no tiene detección de datos. Ahora, hace tiempo que nos espían y hay una paradoja que es increíble: hay gente que no quiere bajarse la aplicación de covid-19 porque la Provincia va a tener nuestros datos, y ya le entregó alegremente sus datos a Facebook, Instagram o Google, que ya tienen una colección de nuestros datos, como por ejemplo dónde viajamos, en qué hoteles estuvimos, dónde cenamos”.


Una vida más fácil


La vida ya está en la red. Los usuarios, aunque no lean las políticas de privacidad, muchas veces entregan de forma consciente sus datos a las empresas de base tecnológica. Para Zabale, esta aceptación hace que la vida “sea más fácil”, porque Google sugiere a qué hoteles se puede ir o las alertas de viaje que uno desea, pero advierte: “el problema es cuando el usuario cae en la burbuja de información, cuando pareciera que no se pueden buscar alternativas a las que ofrece Google”.

“Este cambio de reglas no significa que WhatsApp va a saber sobre el contenido de las conversaciones privadas de los usuarios, pero sí le interesan los consumos porque eso es lo que monetiza y se puede vender. La mayoría de las personas ya publican su vida en las redes”, reflexiona Zabale. Y allí estamos, celular en mano, haciéndonos preguntas, mientras las vidas pasan por eso que en algún momento llamábamos virtual y hoy es la más real de nuestras realidades.



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