Unas 200 personas han podido ver en la Argentina la película “El Juicio”, del director Ulises de la Orden, sobre el proceso que terminó con la condena a parte de los integrantes de las juntas militares que se apropiaron del poder el 24 de marzo de 1976. Si todo sale de acuerdo con su magnitud documental y su calidad narrativa serán cientos de miles o más quienes la vean. Se espera que en abril llegue a las salas.
El documental hecho sólo con imágenes reales de los testimonios y los alegatos de la causa, que fue impulsada por el gobierno de Raúl Alfonsín contra los militares que acababan de devolver la Casa Rosada a los argentinos —luego de Malvinas—, narra los nudos del debate judicial y jurídico del inolvidable año 1985, cuando pasó lo que sencillamente parecía imposible. Y que en cierta medida aún lo es: ningún otro país en una circunstancia similar pudo (o quiso) repetir una revisión penal de las violaciones a los derechos humanos tras una dictadura.
Sin una voz en off, sin un relator, sin subtítulos ni sobreimpresos que guíen al espectador. Sin elementos informativos de la época, ni imágenes de otros escenarios de entonces. Solo con imágenes de archivo, divididas en 18 capítulos, titulados todos con una expresión textual de lo que fue dicho al estrado de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal, y al poco público que cabía en ella. Y ahora a las butacas de los cines.
También por una decisión política de aquel gobierno radical hubo cámaras (de ATC) que grabaron todo, lo que también consta en las actas judiciales. En 1983, el peronismo le propuso a la sociedad, como las Fuerzas Armadas en retirada, sencillamente olvidar. Y algo así quiso imponer luego, con el doble indulto a jefes militares y jefes montoneros, mediante los indultos de Carlos Menem. Durante el gobierno de Néstor Kirchner, con el impulso de esa gestión, el Congreso —por amplia mayoría pluripartidaria— volvió a permitir el avance de las causas judiciales bajo el principio de la imprescriptibilidad de las atrocidades cuando provienen del Estado. La película muestra que esa violencia paraestatal, con grupos de tareas y personas privadas de sus derechos civiles, bajo torturas, ya estaba presente antes de 1976, durante los gobiernos de Juan Domingo Perón e Isabel Perón.


Públicos
Por ahora, “El Juicio” ha sido visto sólo en funciones privadas en Buenos Aires. La primera se ofreció a integrantes de asociaciones de derechos humanos nucleadas en Memoria Abierta y a parte de los integrantes de aquel tribunal. Curiosamente ambas plateas estuvieron de acuerdo en destacar la calidad de la obra, y su fidelidad a los hechos. O al menos como ellos los vieron y vivieron.
En una segunda proyección restringida a periodistas, Suma Política pudo ver una impactante y necesaria contracara de “1985”. Si la película de ficción basada en un acontecimiento histórico despertó emociones y volvió a ponerlo en agenda, “El Juicio” trae precisiones históricas.
Críticos de cine y cronistas de la realidad política estuvieron en la función. Los hubo contemporáneos a los difíciles y violentos años 70, a la primavera de los 80 y también otros más jóvenes, hijos de la democracia, que encontraron múltiples lecturas. Las tres horas de la proyección las ofrece; cada espectador podrá excavar más o menos según sus aspiraciones y lo filoso de sus herramientas. Pero a todos les quedará en claro lo que sucedió y por qué la democracia resultó fortalecida. Es una respuesta contundente, plagada de pruebas, frente al negacionismo.
“Mi hijo también merecía un juicio como éste”, dirá, casi en una confesión, una madre sin pañuelo a los uniformados al explicar qué es la desaparición de personas y las torturas, el robo de bebés y de bienes. El cinismo más espeluznante y las coartadas inútiles de los culpables se verán en los rostros de los testigos de una y otra parte, aún tomados por momentos de espalda a la cámara, o apenas de perfil, dirigiéndose a los jueces. En las miradas de los seis camaristas y en los gestos de defensores y acusadores.
El trabajo que tiene como editor a Alberto Ponce (en rigor no se filmó nada nuevo para la realización) se estrenó en la Berlinale de febrero, en el Festival Internacional de Berlín, donde la prensa especializada alemana le concedió un notable interés. Una comparación doblemente odiosa: como “1985” en Hollywood, “El Juicio” no cosechó premios en Europa. Y seguramente ambas los merecen.


Elenco
Los realizadores deben haber entendido que un juicio, más uno oral, es como una obra teatral pero de acto final desconocido, en la que luchan dos argumentos, dos guiones si se prefiere, con parlamentos ensayados y otros que se improvisan. Hay en la fiscalía y los que respaldan a los militares autores que confrontan con sus textos y con las actuaciones que les permiten los hechos o la percepción que existe sobre ellos. ¿Cómo veía la sociedad argentina a los poderosos uniformados del 24 de marzo del 76 antes del juicio a las juntas? Más allá de los vaivenes de los contextos políticos, el “Nunca Más” del alegato final de la fiscalía es fundacional. Tanto como el tono con el que lo leyó el fiscal Julio César Strassera o como el afecto y la admiración que le propina Luis Moreno Ocampo, en varios planos, que seguramente la edición supo subrayar.
Si “1985” convocó a la nostalgia de aquellas luchas ganadas para el gobierno de la verdad, “El Juicio” permite entender el proceso judicial y el debate doctrinario que sienta las bases de una democracia que además de respetar la voluntad popular se fija como meta el respeto por los derechos humanos.
En los títulos del final y bajo la palabra “Elenco” constan los nombres de todos los protagonistas: de los imputados, jueces camaristas, fiscales, abogados defensores y “por orden de aparición” casi 190 testigos.
La obra muestra que hubo un juicio justo, con derechos y normas para la acusación y la defensa. Incluso, al medir el peso de las palabras de una y otra parte. Se buscó destacar lo mejor de cada posición. Y ese respeto por lo textual de lo que fue dicho por víctimas y testigos, por expertos y peritos, en las preguntas del fiscal y en los cuestionamientos de las defensas para con todo el proceso penal, hace de la película un documental, género que tampoco escapa de lo que de ficción tiene todo acto creativo.
La clave del género es que al espectador le queda claro desde el primer instante que se trata de algo cierto, que ocurrió en términos históricos y que así será narrado, incluso bajo las claves de lo periodístico.
La película tiene la convincente apariencia de ser textual, de no haber tergiversado el debate. Solo quienes lo vivieron como fiscales, defensores o jueces, como cronistas o en condición de testigos pueden decir si las omisiones son o no justas. Que “El Juicio” se ajusta al que ocurrió en 1985, en ese año, no en esa conmovedora ficción.
Entre las omisiones, por la falta de grabaciones respecto del paso de Jorge Luis Borges para oír una de las audiencias, no hay referencias a esa presencia en la película de De la Orden. Ningún camarógrafo lo tomó y por eso no se lo incluye. Pudieron usarse fotos de la prensa, pero se optó por ajustarse a la consigna de ceñirse al archivo. A esas inexistentes imágenes los productores fueron a buscarlas al Parlamento de Noruega.
“Sabíamos que ahí había una película”, dijeron los realizadores que vieron, volvieron a ver, catalogaron y buscaron entre las 525 horas del material existente lo necesario para sus fines narrativos que es, sin embargo, perfectamente “entretenido”, según los dichos de una integrante de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
Suma Política dialogó con parte de su equipo de producción y montaje. Hubo innumerables discusiones sobre qué hacer con los buenos argumentos que, por inteligentes o porque acudían a decisiones políticas de gobiernos democráticos anteriores, mostraban a las defensas fortalecidas. ¿Debían estar o no sus aciertos? Era o no conveniente en términos de la responsabilidad con la que carga el historiador o el periodista para con la versión de la historia que se brinda en este ensayo. Se resolvió de un modo puramente cinematográfico, “es más fuerte un héroe que vence a un buen villano”, resume Ponce que prepara un libro sobre cómo fue editar “El Juicio” (allí consta que De La Orden le contó qué quería hacer mucho antes del rodaje de “1985”).
A propósito de obras de teatro, representación política y de develar lo que es de interés público, puede decirse que si la película fuera un texto tendría que ser un libro, acaso de dos o tres volúmenes. Pero que sería difícil de soltar. Y que tendría lo que no se recomienda abusar en las entrevistas periodísticas pero es imprescindible cuando se trata de la narrativa histórica: la mayoría de sus párrafos estarían entre comillas, sin intromisiones aparentes o evidentes como las que escriben los cronistas al citar las declaraciones de alguien que dijo, expresó, comentó, subrayó o argumentó según el gusto del redactor.
De la Orden eligió atarse al material existente, a lo real de lo que ha quedado del juicio. A imágenes en las que no podría controlar parlamentos, gestos, encuadres, luces ni sonidos. Ni actuaciones. Ni simpatías ni odios. El criterio del historiador, del cronista y finalmente el del cineasta lo han llevado a un producto que debería llenar las salas y que no fue filmado por sus realizadores. Que fue editado, montado como una obra de teatro, que transcurre en una sala de audiencias.
“Señores jueces, más allá de toda justificación, de todo perdón, de toda amnistía, la historia no los absolverá”, fueron las predictivas palabras del fiscal Strassera antes de decir “Nunca Más”.