En la famosa e icónica obra de las relaciones internacionales La crisis de los veinte años (publicado en 1939) el historiador británico Edward Hallett Carr analizó la crisis política de la década del treinta, provocada por el colapso del orden posterior a la Primera Guerra Mundial simbolizado por el Tratado de Versalles (1919). El sistema de Versalles se resquebrajó, según el argumento de Carr, debido a la brecha creciente entre el orden que representaba y la distribución real de poder en Europa.
Todo orden internacional (conjunto de reglas, instituciones, valores / principios) son el reflejo de un equilibrio de poder, es decir la distribución de los recursos de poder entre los estados. Sin embargo, con el paso del tiempo puede pasar que el poder relativo de los estados cambie y eventualmente el orden internacional ya no refleje la nueva configuración de poder entre las grandes potencias. Cuando esto sucede, comienza a cuestionarse la legitimidad del orden imperante. Como bien señaló el nonagenario Henry Kissinger, todo orden internacional depende de una combinación particular entre legitimidad y distribución del poder; ambos aspectos son indisociables uno del otro.
Ahora bien, cuando un poder emergente (Rising Power) asciende de manera vertiginosa se vuelve cada vez más insatisfecho con el orden internacional y busca revisarlo. Por su parte la potencia establecida (Ruling Power) intenta preservar el orden internacional existente tal como es (o con los menores ajustes) y que creó para la funcionalidad de sus intereses.
En la última década ha quedado claro que la denominada Pax Americana —el período de relativo orden del mundo occidental iniciado post segunda guerra mundial y coincidente con la posición absolutamente dominante de Estados Unidos en el plano militar, económico, tecnológico, ideacional y de valores— está en crisis. En lo que va del siglo XXI, la acelerada convergencia de China en diferentes atributos de poder comienza a tensionar el orden existente. Cuando se habla de un “orden internacional basado en reglas”, desde Oriente cuestionan que son reglas creadas por Occidente y mayoritariamente para Occidente.
Por su parte, la llegada de la tercera década del siglo parece evidenciar que los incentivos que tuvo Beijing para operar dentro del orden internacional liberal como un actor responsable se están desvaneciendo. En su proceso convergente, China usufructuó y sacó rédito de las reglas, prácticas e instituciones internacionales. El caso de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de la globalización comercial (inserción en las cadenas globales de valores) es el mejor ejemplo. No obstante, el paso de una interdependencia positiva o una negativa (tal cual explicamos con Nicolás Creus en el libro La Disputa por el Poder Global) empujan lentamente a China a tener una posición cada vez más revisionista. El reciente ofrecimiento del gobierno de Xi Jinping de su Iniciativa de Seguridad Global (GSI, por su sigla en inglés) a distintos países del pacífico es un claro ejemplo. La gradualidad y alcance de ese comportamiento es una de las preguntas claves para la configuración futura de la política internacional.
…los incentivos que tuvo Beijing para operar dentro del orden internacional liberal como un actor responsable se están desvaneciendo.
En este particular escenario emerge el “Momento Carr” para los Estados Unidos, el cual se manifiesta en una situación compleja y dilemática. Washington puede pararse firmemente sobre la ventaja relativa que aún conserva y tratar de preservar el orden internacional imperante, o puede acceder a cumplir con las demandas del Rising Power e ir incorporando reformas a la arquitectura que supo crear. Dicho de otra manera, puede acomodarse u oponerse a la nueva realidad global. Si elige el primer camino, el riesgo es aceptar lentamente el declive relativo y el fin de la primacía global y la posición hegemónica. Si elige el segundo, el riesgo es el de una confrontación y rivalidad que termine provocando inexorablemente un conflicto bélico.
Con Trump y Biden, más allá de las formas y los matices, Washington (consenso bipartidista) parece haber elegido el último de los caminos. Asimismo, Xi Jinping viene mostrando una política exterior más asertiva al cuestionar cada vez más el status quo global. Claro que a diferencia de lo que acontecía un siglo atrás, las capacidades nucleares (la idea de la Destrucción Mutua Asegurada) y la actual globalización / transnacionalización de las relaciones internacionales sumada a la fuerte interdependencia mutua (la idea de la Destrucción Mutua Económica Asegurada) hacen más compleja y elevan los costos de la utilización de las armas y la fuerza. Una cosa es incuestionable: como ha quedado claro con la reciente crisis en el Estrecho de Taiwán, el escenario de “Guerra Latente” nos acompañará seguramente toda la década.