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Cultura

¿Estamos aislados? La odisea de las pantallas y una educación con paredes transparentes

Las aulas tienen paredes transparentes. La comunicación es un flujo. No hay pedestal, ni podio, ni saber en MAYÚSCULA. El saber es compartido y colaborativo. El docente es un guía, un tutor. Puede ser un faro, pero la luz que emana no es necesariamente propia. Es un juego de espejos y la luz es refractaria. Los estudiantes tienen su propio brillo y la luz es centrífuga. Ahora hay otra luz y es la luz de las pantallas que ilumina nuestras miradas. Es tiempo de pandemia: global y colectiva.

Nos conectamos a plataformas, dispositivos, soportes, pantallas. Y repetimos palabras, que hasta hace pocos meses no eran habituales: sincrónico, asincrónico, zoomear, teletrabajo, mutear, foro, virtualizar, desvirtualizar. Palabras para bautizar un nuevo contexto, palabras para inaugurar una etapa, palabras para narrar lo inenarrable: el miedo, la incertidumbre, las dudas; pero también palabras para largarnos a un abismo creativo donde no hay opciones. La historia, alguna vez, tal vez cuente la odisea de maestras y maestros, profesoras y profesores, que en poco menos de 10 días hicieron de las aulas un espacio ubicuo, humano, ingrávido y táctil. Donde los sentidos cobran sentido. Una aceleración en el campo del conocimiento, un conocimiento que es un flujo.

Escena del pasado. Año 2009. 

Asignatura: Tecnología de la Información y la Comunicación. Tercer año. Contenido: algo más que códigos binarios. Italo Calvino, historia de la escritura, pinturas rupestres, inventos bélicos, genealogía de los medios tradicionales, diálogo con sus abuelos acerca de los medios tradicionales de comunicación, monopolios mediáticos, la Era Google, narrativas hipertextuales, mensajitos de textos y mucho YouTube. Abro el portafolio. 7.40 AM. 37 alumnos prolijamente ordenados en seis filas verticales. Los miro fijamente. Calculo que ellos se jubilarán hacia fines del 2050. Tomo aire. Imprevisibilidad a corto plazo. “Todos los niños poseen un tremendo talento”, sostiene el educador Ken Robinson en una conferencia titulada ¿La escuela mata a la creatividad?

La historia, alguna vez, tal vez cuente la odisea de maestras y maestros, profesoras y profesores, que en poco menos de 10 días hicieron de las aulas un espacio ubicuo, humano, ingrávido y táctil.

“Ustedes van a entrar en la historia. Serán los primeros alumnos del mundo que realizarán un Facebook analógico. Imitaremos la lógica de FB en el aula, mirándonos las caras”. Procuro motivarlos. Cada uno ya tiene en su banco una cartulina, varias hojas en blanco, un marcador, diarios viejos, revistas del corazón, plasticola y tijera. “Pensemos que todos integramos una red social, que somos ‘amigos’ en FB y que ingresamos al mismo tiempo. A partir de este momento estamos conectados. Lo que necesitamos es cambiar la disposición del aula”. Acto seguido, con el poco ánimo de haberse levantado hace algunos minutos, los adolescentes arman un gran círculo, estamos en ronda.

Los niños leen símbolos. A este mismo curso, dibujé un rectángulo en el pizarrón y les pregunté: ¿qué es? “El buscador de Google”, me respondieron. Ahora deberán recrear una red fuera de lo digital. Anoto en el pizarrón la pregunta FB: ¿En qué estás pensando? Les propongo una clase ágil, con respuestas cortas y trabajar en forma individual. “En diez segundos, escriban ¿qué están pensado?”.

Escena del presente. Año 2020.

Asignatura: Periodismo Televisivo. Tercer año. Contenido: Pantallas móviles, televisores inteligentes, hipertextos y transmedia, narrativa, qué contar y cómo hacerlo. Afuera está el mal, una pandemia de la cual nos vamos enterando día a día, con una agenda mediática monopólica. Adentro de nuestros hogares estamos todos, tratando de sostener el presente estableciendo pautas, reglas, complicidades. Los estudiantes son cuadraditos negros. Tienen nombres o iniciales. Se animan a participar poco a poco. ¿Cómo narrar una historia de la realidad sin estar en contacto con el afuera?

Según la RAE, la cuarentena es el “aislamiento preventivo al que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales”. Sí, estamos en cuarentena, pero ¿estamos aislados? La pandemia aceleró un proceso de digitalización en materia educativa y esa misma aceleración puso en evidencia la caída de algunos modelos que ya estaban caducos antes de la llegada de la covid-19. La pandemia desnudó que algunos métodos educativos son vetustos. Pero la cuarentena también dejó algunas marcas: es imposible regresar al modelo anterior tal cual como lo conocíamos, es imposible replicar viejos métodos en espacios virtuales, es necesario conocer, explorar y experimentar en las plataformas digitales para crear, compartir y expandir el saber.

La reconversión de la industria discográfica primero, los procesos de convergencia en los medios de comunicación, después, son antecedentes próximos que el sistema educativo fue incorporando lentamente y que se aceleró a la sombra de una pandemia. Si en la década del noventa, los no-lugares se forjaron como espacios de cierta asepsia y frialdad, nuestras aulas virtuales son lugares ubicuos donde el factor humano derrama e impregna al saber. Siempre y cuando estamos abiertos a sentir que la cuarentena no es sinónimo de aislamiento.

La doctora en Comunicación Social, Patricia Nigro, sostiene en un artículo publicado en Fundéu Argentina: “Las voces y las caras de los otros y otras nos acompañan, como en la imagen de la colmena, que propuso Jorge Carrión, para las transmisiones vía Zoom. Todas esas ventanitas con nuestras caras por donde nos miramos, nos sonreímos, nos despedimos con la mano o con un beso que viaja por el ciberespacio. A través de ellas, se han asomado nuestros perros, nuestros gatos, nuestros niños, los libros que amamos, nuestras casas. No hemos temido, en circunstancias difíciles, que los otros compartan nuestros hogares o rutinas”. Es imposible pensar, planificar, diseñar y ejecutar nuestras clases sin el factor humano. Allí estamos, escribiendo en tiempo presente un capítulo histórico para la educación.

Volvamos a la clase del 2009.  ¿Qué pensás? Los chicos escriben y levantan sus carteles. Los leen, uno a uno. “En un pancho”, “En que tengo ganas de irme a mi casa”, “En irme de campamento”, “Está muy bueno estar sentados de esta manera”, “Estoy un poco cansada, tengo sed, amo a mi amiga y no tengo ganas de pensar chau, me duermo”, “En salir, irme de viaje y comer chocolate”, “Comer un alfajor que tengo en la mochila”. La constante se repite. Irme. Casa. Comidas. Pareciera que un chocolate es más estimulante que la escuela. Pero uno de los chicos deja picando un concepto, una puerta abierta: “Pienso en pensar”.

Copiar y pegar. Segunda consigna. “Elijan tres noticias, recorten títulos, volanta, palabras sueltas, fotos y armen una noticia nueva. Ustedes son muy criticados por utilizar el Copy and Paste, hoy es lícito. Pueden cortar, copiar y pegar. Armen un nuevo texto, digan lo que quieran”. Admito que fue un principio caótico y los alumnos no paraban de preguntar ¿En qué hoja? ¿Podemos escribir? ¿Se puede usar más de una foto? Les costaba salirse de los márgenes. La consigna es abierta. “Hagan lo que quieran, ustedes están armando un hipertexto, este será un enlace que subirán al Facebook analógico, pero atentos, que su texto puede ser comentado por otro compañero, no se olviden que estamos en una red social”.

Una década después de aquella clase analógica, todos estamos operando un tablero de control: abrimos y cerramos micrófonos, otorgamos orden y jerarquías a las manos virtuales que se alzan para participar, entramos y salimos de la plataforma para investigar, explorar, interpelar y volver a pensar. Lo que nos dejan las plataformas digitales en situación de cuarentena es algo más que un saber técnico. En cada tecnología hay una narrativa. Y en cada narrativa existe una estética y una ética. Creamos la estética con valores que preexisten. Inauguramos una era con incertidumbre y con deseo. Estamos en comunidad, a veces descalzos o tomando un mate, mientras esos cuadraditos negros se van encendiendo y descubrimos algo que ya sabíamos desde el comienzo: las aulas tienen paredes transparentes.  

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