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Sociedad

Historias de la vida cotidiana detrás de los números de la pobreza en Rosario

En una verdulería de barrio Echesortu, un maple de 30 huevos cuesta 7 mil pesos. A cuatro de cada diez hogares argentinos, su ingreso promedio mensual les alcanzó para pagar apenas 33 maples, según el último informe del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) sobre las mediciones de la pobreza. Uno de cada dos argentinos no llega a cubrir sus necesidades básicas, mientras que el 18,1 por ciento es indigente. En la ciudad cuna de la bandera, si bien el número es menor que la media nacional, las historias de deterioro de las formas de vida cotidiana se suman como cuentas en un rosario.

El informe oficial sostiene que durante el primer semestre del año el número de personas que no puede sostener la canasta básica aumentó 13,3 puntos porcentuales en Rosario: la pobreza ensombrecía a uno de cada tres rosarinos (33,5 %) en julio de 2023, mientras que doce meses después, la cantidad ascendió a 46,8 %, poquito menos de uno de cada dos. En números, eso se traduce en 632.212 personas. Si se mira el promedio nacional, seis de cada diez niños (66 %) menores de catorce años son pobres.

Las cifras ofrecidas por el último informe de la entidad liderada por Marco Lavagna esconde escenarios, historias, un brutal desasosiego y desamparo oculto por su cercanía a la cotidianeidad. Lo que es parte del paisaje urbano no es digno de merecer estupor.



“Antes cocinábamos en una sola olla”


Todos los lunes, miércoles y viernes, el comedor Caritas Sucias abre sus puertas para aquellas familias que se anotan para recibir una ración de comida o una copa de leche para sus chicos. Susana Samardich, encargada del comedor, relató orgullosa a Suma Política el trabajo que realiza con su hija y sus dos nietas en una austera casita de barrio Empalme Graneros, en un espacio que, según los croquis municipales para el tendido eléctrico y por lo tanto para el Estado municipal, hay un enorme espacio gris: no hay nada. No debe ser coincidencia que el garage donde Susana mantiene su obra dé a la calle San Cayetano, denominada así por sus vecinos. El patrono de los panaderos y los trabajadores.

“Hoy por hoy ves que hay más gente que se viene a anotar en los comedores. Personas que ves cirujeando, cartoneando, mucha gente que se ha quedado sin trabajo y que cuando llega a los comedores solicita que por favor le des una mano”, describió con angustia Samardich, quien reparte 218 raciones por día a 75 familias, las cuales deben anotarse en un listado que después Susana le brinda a la provincia para demostrar que no son fantasmas y poder pedir ayuda con los víveres para cocinar: el hambre es de carne y hueso.

Según la militante, el comedor repartía comida a 20 familias cuando comenzó 2024. Diez meses después, la cantidad se multiplicó por siete: “En enero nos poníamos contentos porque cocinábamos en una sola olla. Hoy por hoy, por como está la canasta básica, con lo cara que está la carne de pollo, está muy difícil. Me gustaría saber dónde bajó el precio de las cosas”, lamentó Susana.

Además de la situación precaria de acceso a los alimentos, existen barriadas completas que no tienen acceso a los servicios básicos. El Registro Nacional de Barrios Populares (Renabap) apunta que hay 119 barrios populares en Rosario, la mayoría de ellos en situación de villa, donde viven 39.415 familias. En estos barrios, el registro apunta que 9 de cada 10 (92,4 %) están conectados de manera irregular a la red de electricidad, mientras que 84,9 % tienen una conexión irregular a la red de agua, casi 7 de cada 10 tiene un desagüe que desemboca sólo a un pozo negro/ciego o un hoyo, la mayoría (96,64 %) de los hogares cocina con garrafa y 68,9 % se calefacciona con energía eléctrica (es decir, con estufas a vela).

Dentro de los pasillos de la villa, los vecinos de Empalme Graneros deben caminar a los kioscos y almacenes para comprar agua potable, ya que lo que sale de las canillas a duras penas puede beberse: “A veces nos levantamos a las dos de la mañana para poder juntar algo de agua. Si no, compramos por familia los bidones de agua. Pero los que tenemos comedores o copa de leche, durante el verano vamos a estar muy complicados”, expresó preocupada Susana. No obstante, los vecinos de este barrio no son los únicos que deben buscar el agua para tomar y cocinar fuera de la casa.

Un informe escrito por la periodista Nahir Saieg publicado en el diario La Capital sostiene que en los barrios Toba (Rouillon al 4400, donde habitan 186 familias), Villa Banana y Avellaneda Oeste, entre otros, deben recorrer cerca de diez cuadras para recolectar el tan valioso recurso en bidones y botellas, con la posibilidad de regresar con las manos vacías.

Samardich advirtió que hicieron el reclamo a Aguas Provinciales junto con los vecinos pero que nunca les contestaron: “No queremos que nos regalen nada. No sabemos cómo vamos a hacer para pagar los servicios, pero queremos hacerlo y jamás nos dieron una respuesta. Ni en la Epe ni en Aguas Provinciales”, aseguró la encargada del comedor.


Várices de cartón


Según datos que se desprenden de los sitios oficiales de la Municipalidad, la matriz económica de Rosario está signada por la venta de servicios (que representa 35,7 % de la facturación registrada) y por el consumo (41,2 %). La Cámara Argentina de la Mediana Empresa (Came) detectó una caída acumulada del 16,2 % de las ventas minoristas en la primera mitad del año, mientras que según el Mirador de la Actualidad del Trabajo y la Economía (Mate) los precios casi se triplicaron (144 % de incremento entre enero y octubre) en el mismo período y el consumo privado se desplomó un 10 % en el segundo trimestre del año, “lo que implica un freno en las actividades productivas sólo comparados con la pandemia”. Una receta para el desastre, en una polis dedicada a la venta de bienes y servicios.

Este panorama desolador le da solidez a las quejas de los cartoneros rosarinos, que advierten que cada vez hay menos materiales recuperables entre la basura que diariamente revuelven. Las personas no tienen dinero, consumen menos y hay menos basura. Ese es el razonamiento de Mónica Crespo, titular de la Asociación de Cartoneros Unidos.

“Hay muchísima gente que está revolviendo la basura. Y cada vez más. Buscan cartón, plástico y vidrio para vender”, señaló Crespo a Suma Política. A las palabras de la mujer se suma el último censo municipal de recolectores urbanos, el eufemismo progresista usado para embellecer a cirujas y cartoneros que recorren, silenciosos, las calles de Rosario en busca de material reciclable y vendible.



Según la secretaría de Desarrollo Humano y Hábitat, la población cartonera pasó de 582 en 2021 a 819 personas en 2023, sólo en el microcentro de la ciudad. Se trata en su mayoría de varones adultos de entre 20 y 50 años. El relevamiento sostiene que aquellos sectores económicos golpeados por la crisis y por las medidas del gobierno nacional, como por ejemplo la construcción, generó una población masculina ociosa que decidió buscar el mango arrastrando una carreta. 

“Vas a un supermercado y está vacío. La clase media es la que más está sufriendo. Hoy tenés que elegir qué comida del día suspendés ¿Cómo hace una familia para darle un vaso de leche a un pibe para que pueda estar bien alimentado?”, se preguntó Mónica, quien señala que el precio del cartón disminuyó mucho desde que el DNU 70/23 desreguló, entre otras cosas, los códigos aduaneros de importación, lo cual habilitó la compra de cartón en Brasil, generando que los precios del kilo de cartón corrugado bajaran drásticamente: “En los barrios estamos consiguiendo el kilo a 60 y 70 pesos”, dijo Crespo y añadió que en el centro de reciclado que Cartoneros Unidos lleva adelante con convenio de la Municipalidad “se les paga 130 pesos el kilo a los compañeros, porque nosotros después se lo vendemos a las industrias”. No obstante “sigue siendo muy poco. Todos los días tenemos que levantarle el ánimo a un compañero que camina y camina y camina, y no consigue nada. Tengo 75 años y várices en las piernas de tanto andar buscando los cartones, pero si no salgo a cartonear no como”.



Góndolas y polvo


El último informe del Mate sostiene que el deterioro distributivo iniciado en 2015 con la caída del poder adquisitivo, el atraso en las paritarias respecto del índice de inflación y las numerosas devaluaciones, implicó hasta octubre una pérdida promedio de 16,7 millones de pesos de bolsillo en los trabajadores privados, mientras que la transferencia de ingresos en los empleados públicos fue aún más grosero: 29,9 millones de pesos en estos ocho años. Volviendo a los relevamientos de Came, los productos que más cayeron en niveles de venta en lo que va del año fueron los elementos de perfumería e higiene (32,1 %), medicamentos (27,8 %) y alimentos (20,5 %).

El referente de la Unión Centro Almaceneros de Rosario, Juan Milito, sostuvo que la caída en la facturación de los comercios barriales está en el orden del 20 % y explicó la retracción en el rubro comidas y bebidas: “El año pasado, teníamos la devolución del IVA, que eran cerca de 19 mil pesos, y en la provincia teníamos la Billetera Santa Fe, que en una familia que estaba bancarizada de alguna manera hacía una diferencia que impulsaba el consumo. Eso no está más y se está sintiendo bastante fuerte en lo que es el poder adquisitivo de los salarios y las jubilaciones”.

Otro de los elementos que juega en contra es el aumento de las tarifas de los servicios, lo cual indirectamente hace que los almacenes tengan mayores gastos que asumir y menores ventas al final de mes: “La gente lleva el producto más barato y no el que estaban acostumbrados a usar. En sectores populares se les está haciendo muy difícil comprar cualquier cosa”, apuntó el comerciante.

“Aquellos que se perciben clase media, después del día 20 directamente ya no llegan (con su nivel de ingreso). Esto ya no pasa sólo en los barrios, sino que pasa en el centro con vastos sectores de la población”, reflexiónó el almacenero y añadió: “Nos han consultado para cambiar dólares, sobre todo jubilados, que uno les va fiando. Aquellos que tienen tarjeta de crédito te piden poder aguantar la compra hasta el día del cierre de la tarjeta y van haciendo una bola de nieve que, si bien no es aconsejable, es la única forma que tienen de llegar a fin de mes”.

Según el referente ya se registran cierres de almacenes en los barrios, pero más que por las boletas de los servicios es por el aumento de los alquileres: “Como sector estamos acostumbrados a las crisis, pero vemos que esta es más importante que las anteriores. Si bien uno quiere sembrar optimismo, con la pérdida de trabajo y la baja de las compras,se hace muy difícil avizorar un horizonte en donde las cosas mejoren en el mediano plazo”.

La marginalidad en Rosario puede medirse en las ollas vacías de los comedores comunitarios que desde septiembre del año pasado salen a marchar —en promedio cada dos meses— para pedir alimentos, en los multiplicados cartoneros que vagan por la ciudad en busca del cada vez menos cartón que hay en la calle, en las cuadras que los vecinos de Las Flores o de Los Pumitas tienen que recorrer para buscar un bidón de agua potable, o en los paquetes de yerba que juntan polvo en las góndolas. Porque no hay dinero en los bolsillos para que alguien los compre.


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