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Sociedad

Johnny Brezick, un tapado con chapa de Los Monos que desde la cárcel creó un mundo de terror

Un puesto de venta no representa en principio más que una porción minúscula dentro del universo del narcomenudeo en Rosario. Sin embargo, como en un célebre cuento de Borges, un punto microscópico puede contener también todos los puntos del espacio. El búnker que comandó Jonatan Brezick por control remoto desde el Complejo Penitenciario número 7 de Resistencia podría ser esa versión narco del aleph: su funcionamiento permite observar al mismo tiempo la guerra entre Los Monos y Esteban Alvarado, la competencia por el mercado local, la explotación y el disciplinamiento feroz de los soldaditos, los delitos eventuales como el robo de vehículos y las extorsiones y, en particular, la violencia extrema que rige las relaciones al interior de las bandas.

Menos conocido que otros personajes, Brezick se enorgullece de un parentesco con la familia Cantero que proviene de haberse criado con Celestina Contreras, la madre de Claudio y de Ariel Cantero. Un proceso en la Justicia Federal por el que acaba de ser condenado y un juicio en la provincial cuyo veredicto se espera para la semana próxima exponen ahora su participación activa en el mundo narco, en conexión con sucesos resonantes como el asesinato de Rodrigo Carlos Sánchez, hombre de confianza de Alvarado, y el intento de asesinar a Luis Paz, padre de Martín, “el Fantasma”, en la cárcel de Coronda.

La actividad de Brezick fue detectada por la Policía Federal durante las escuchas a la banda organizada por Gisela Bibiana Rodríguez en los barrios Triángulo y Godoy. La organización de “Gise” Rodríguez —un emprendimiento familiar en el que estaban involucrados su pareja, su hermano y su cuñada, entre otros— será llevada a juicio en mayo. La Justicia identificó como su proveedor a Marcos Jeremías McCaddon, quien se definió como un “loco de los negocios” en audios en los que presumió de ser operador de Los Monos en el departamento San Lorenzo.

Brezick aparecía mencionado apenas como Johnny, y la primera pista para identificarlo surgió del celular: la antena impactaba en la cárcel de Coronda, sucursal del crimen organizado. El 20 de diciembre de 2017 recibió la primera condena de la Justicia Federal por narcotráfico y fue trasladado a la cárcel de Resistencia. La mudanza no significó un inconveniente para sus diversas actividades criminales: tenía una banda dedicada al microtráfico, planeó robos —el de un remise que en principio debía ser un Renault 9 de color blanco con el encargo adicional de balear en las piernas al chofer—, y gestionó el asesinato de Luis Paz en conversaciones con presos de Coronda identificados como Chino y Tuiti: las posibilidades que consideraron fueron arrojarle una granada, que ingresaría previamente una visita, o envenenarlo con cianuro en la comida y con la complicidad de un cocinero de la cárcel.

“Notamos que Brezick sacaba chapa de ser parte de Los Monos. Fundamentalmente de tener un parentesco con el Guille (Cantero)”, declaró en el proceso de la justicia provincial el comisario inspector Raúl Hirsch, a cargo de la División Antidrogas Litoral de la Policía Federal. En las audiencias se escuchó el audio de una conversación con Celestina Contreras, con quien Brezick reconoció estar en comunicación por cuestiones afectivas. El interés por asesinar a Paz también fue un asunto de familia, desvinculado del interés económico.

El oficial de la policía provincial Kevin Mai aportó detalles sobre el encargo de robar un remise en enero de 2019, lo que derivó en el secuestro del chofer y un intento de extorsión. Lo significativo fue el modo en que Brezick supervisó la operación y planeó los mínimos detalles: la intervención de su hermano Héctor, la provisión de un arma de fuego y el traslado del vehículo —resultó ser un Volkswagen blanco— hasta un punto donde esperaban dos cómplices identificados apenas como “Carlitos” y “Brenda”. Y para coronar el asunto el propietario del remise resultó ser Esteban Alvarado.

Desde la cárcel, Brezick se comunicó con la agencia de remises después del robo, pidió 50 mil pesos para devolver el auto y envió a un chofer de nombre Hugo a una estación de servicio de avenida Pellegrini en zona oeste para cobrar el dinero. Sin embargo, el tal Hugo fue secuestrado en el lugar por la otra banda y se generó una violenta conversación telefónica entre Brezick y el encargado de la agencia de remises, quien se presentó como Jorge:

—Patinaste mal, amigo —comenzó Jorge—. No sabés de quién es ese auto.

—No me apliqués mafia —le advirtió Brezick, con tono amenazante.

—No te aplico mafia. Pero vos no sabés de quién es el auto.

—Vos me hablás bien, vamos a hablar bien —siguió Brezick.

—¿Lo conocés a Esteban Alvarado? Es de él el auto.

Brezick pareció más enojado que sorprendido por la información y el dialogo escaló en violencia:

—Alvarado mató a mi compañero —dijo—. Si vos me decís que es de Esteban Alvarado, ahora mismo rompo todo el auto.

—Me chupa un huevo el auto —respondió Jorge—. Ya te tengo ubicado.

—Vení cuando quieras —desafió Brezick.

El enfrentamiento se resolvió con la liberación del chofer, después de tres días de cautiverio, y al parecer el auto no sufrió daños. Pero la paz duró un suspiro.


El imperio del terror


Nacido en Rosario el 11 de noviembre de 1986, soltero, con instrucción primaria completa y últimos domicilios en Pasaje 528 N° 6540 de Rosario y Alvear 1773 de Villa Gobernador Gálvez, Brezick fue condenado el miércoles 26 de abril por tráfico de estupefacientes agravado por la intervención de tres o más personas. La Justicia Federal unificó la pena con la establecida por la sentencia anterior en 17 años de prisión.

Brezick y otras seis personas fueron condenadas por actividades de narcomenudeo realizadas entre febrero y mayo de 2020. En el mismo período —el 19 de marzo de aquel año— fue asesinado Rodrigo Carlos Sánchez, empleado de Alvarado en la firma de fantasía Logística Santino, hecho por el que Johnny, Pepe o Gordo —sus alias— afronta un pedido de 22 años de prisión en la Justicia provincial.

Los fiscales Luis Schiappa Pietra y Matías Edery fundamentaron las acusaciones contra Brezick —por encargar el robo del auto utilizado para el crimen de Sánchez— y Rodrigo Benítez —como uno de los ejecutores del asesinato— en las escuchas telefónicas de la Policía Federal y en un conjunto de testigos que incluyó a allegados a la víctima e investigadores provinciales y federales.

Desde la cárcel, Brezick controlaba al milímetro los movimientos del grupo. “Vos tenés que avisarme todo, Talía, si sabés como soy”: esta advertencia dirigida a Karen Talía Cevilán aludía a la exigencia de tenerlo al tanto de las incidencias del búnker como a las represalias que podía ejercer. “Estoy a una cuadra, recién salgo”, respondió la mujer, ante lo que Brezick insistió: “Tenés que avisarme. Vamos a hacer las cosas bien. Las cosas mal no se pueden hacer”.

“Desde el punto de vista simbólico, Brezick tenía por detrás la franquicia de Los Monos. En las conversaciones telefónicas tanto terceras personas como él invocan esa cuestión. Y tenía un manejo absoluto del poder que ejercía desde la cárcel a través del teléfono”, señala el fiscal federal Federico Reynares Solari. En el esquema, Karen Talía Cevilán, de 26 años, “era una especie de gerenta de él en la calle” y Brandon Emanuel Méndez, de 24,  “el que ejecutaba materialmente sus órdenes”.

Brezick dirigió así los movimientos para evitar un operativo (“que se vaya para la otra cuadra que está la policía, que se vaya, que se vaya”), chequeó celosamente la existencia de mercadería en el búnker, encargó el robo de un auto (presuntamente el remise Renault Logan utilizado para asesinar a Sánchez), arregló la tarifa de un tiratiros, se puso al tanto de qué hacía la competencia y hasta planificaba las comidas del grupo (“comprá un kilo de fiambre todo surtido y mayonesa y gaseosa, así comen todos”, le ordenó a Cevilán).

“Las personas que trabajaron para él tenían historias de abandonos familiares, embarazos siendo menores, trayectorias de vida sin ningún lugar de pertenencia. A Talía Cevilán le pedimos seis años de prisión, el mínimo. Brezick verbalizó amenazas en dos ocasiones en su contra, pero ella también viabilizó las violencias más extremas”, apunta el fiscal Reynares Solari.

Brezick también aconsejaba a Cevilán sobre cómo educar a su hija, de 2 años, porque tiraba la ropa y desordenaba la casa: “se tiene que desgargantar (sic) llorando para que sepa que nadie la va auxiliar y ahí, si la encerrás seis, siete veces, santo remedio”. La violencia como aplicación permanente.

En un audio espeluznante, la mujer contó las palizas y otros castigos que aplicó a la nena —incluso encerrarla en un freezer, sumergirla en un tanque y dispararle con una pistola— mientras Brezick la azuzaba para que incrementera la violencia:

—Todos los días le pego —dijo Cevilán.

—Tenés que buscarle una solución ya.

—Ella le tiene miedo al tanque, porque le di agua al caballo y lo tengo sucio. Donde me siga haciendo renegar la voy a meter adentro del tanque con el agua bien fría.

—¿La otra vez cuando la dejaste en el freezer quedó más mansita? ¿Qué hacía?

—Gritaba, lloraba, pataleaba, no sé qué hacía adentro del freezer.

—Si la dejás en el freezer cinco minutos clavado quietita te va quedar.

Cevilán y Karen Falcón, otra integrante del grupo, estaban virtualmente obligadas a llevar el teléfono encima y a tenerlo con la batería cargada. El hecho de que no atendieran una llamada se convertía en una falta y en motivo de sospecha. “Yo no puedo hacer veinte llamadas para que me atiendas en una. Tenés que tener el teléfono en la mano o en los bolsillos”, recriminó Brezick en una larga conversación. “Lo dejé arriba de la mesa”, se justificó Cevilán.

En otra conversación deliberaron sobre la forma de matar a un competidor identificado como Brian Cingolani. “Si el loco tiene Facebook, como él no me conoce yo me le hago la novia, ¿entendés? Lo traigo para acá, cuando viene lo matamos y lo tiro al río y listo”, propuso Cevilán. 



Las faltas eran castigadas con palizas que Brezick dirigía a través del teléfono y de las que exigía tener además un video. En abril de 2020, precisamente el período investigado, se viralizó el video de una paliza a Karen Falcón y en el juicio por el asesinato de Sánchez se reprodujo otro registro estremecedor, el del castigo al soldadito del búnker por haber fumado algo de la marihuana que tenía para vender.

El soldadito, de nombre Nicolás, no quería atender el búnker y trató de zafar del grupo, lo que provocó la reacción de Brezick:

—¿Qué queres hacer de tu vida amigo, vos? —le preguntó.

—Nada, yo no quiero laburar más

—Sos re gil, ¿o no?

—¿Eh?

—No servís para esto, sos gil.

—No, no sirvo.

—Sos nena.

—Sí. Es la primera vez que laburo en esto.

Nicolás dijo que había conseguido un trabajo “en el mercado” y confesó a continuación que le tenía miedo.

—O sea que vos podés drogarte, podés hacer lo que quieras y a vos no hay que decirte nada para que no tengas miedo —siguió Brezick.

—No, no es porque yo me drogo, no sé, desde que hablé con vos el primer día me hiciste agarrar miedo.

—¿Y así querés tirar tiros para mí? Mira, escuchá lo que te voy a decir, dejá de drogarte, ponete las pilas y ponete a laburar como tenés que laburar, a partir de este momento. ¿Me escuchaste o no me escuchaste? O sos gil laburante o andas en esto, una de las dos cosas.

—Bueno, sigo en esto.

En otra conversación, Brezick instruyó a un sicario con un retorcido razonamiento: “Tenés que matar, no tirar tiros en la panza o en la pierna. Tirale en la cabeza. Si le errás o lo dejás vivo después va a ir a tirar tiros a tu casa y ahí están tus hijos, están las criaturas. Ahí está la vida tuya y está la vida de tus hijos. Te va a matar a uno de tus hijos. ¿Después quién tiene la culpa si llega a pasar eso? Que nadie te falte el respeto”.


Sin lugar para los débiles


Según la acusación de los fiscales Schiappa Pietra y Edery, el asesinato de Sánchez fue una represalia por el intento de homicidio de Mariana Ortigala. Brezick está acusado de gestionar el robo del Renault Logan utilizado en el hecho, por el que su hermano Héctor Brezik fue condenado en juicio abreviado a cinco años y cuatro meses de prisión por robo calificado y participación secundaria en el homicidio.

El aporte de algunos testigos fue poco relevante respecto del crimen de Rodrigo Sánchez pero significativo del desamparo con que se vive en Rosario. “Me cambió todo —dijo M.R., pareja del encargado de Logística Santino—. Tengo miedo de salir a la calle. Siento que me exponen viniendo acá (el Centro de Justicia Penal). Tengo miedo por mi vida y por la vida de mis hijos”.

Las escuchas telefónicas documentaron el lugar de mando de Brezick y la brutalidad con que dominó al grupo. “No tengas lástima”, le ordena a Cevilán, encargada de castigar al soldadito y le pide que le pegue “con un palo, una cadena, una soga” porque quiere ver sangre. “Dale patada en la boca, rompelo todo”, exige.

“El despliegue de violencia simbólica y física logra lo que podría ser insólito: alguien que está preso domina a otros que están fuera de la cárcel —afirma el fiscal Reynares Solari—. Por otro lado, en plena pandemia, ellos no estaban preocupados por absolutamente nada. La mirada del Estado no era algo que los interpelara, ni a Brezick dentro de la cárcel ni a sus cómplices afuera”.

La banda quedó disuelta el 15 de mayo de 2020, cuando la Agencia de Investigación Criminal allanó cinco domicilios en Ludueña, Empalme Graneros y el barrio Gráfico. La violencia que ejerció contra otros era un reflejo de la que imponía Brezick en su interior y la expresión de la ley última del mundo narco: “Acá el perdón no existe”, decía. 


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