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Sociedad

Jóvenes para jubilarse, grandes para buscar trabajo: el drama de muchas mujeres alcanzadas por la “motosierra”

El 27 de marzo de este año, Jorgelina salió de su trabajo con la cabeza puesta, probablemente, en que estaba comenzando un fin de semana larguísimo. Eran las 16 y no tenía idea que faltaban unas tres, cuatro horas, para enterarse, mediante una resolución administrativa, que se estaba quedando sin laburo. La mujer tiene 52 años y trabajó los últimos 16 en el Ente Nacional de las Comunicaciones (Enacom). “Mi situación es lamentable podría decirse. Soy joven pero para el mercado laboral es como que ya no sirvo y tampoco estoy en condiciones de poder jubilarme”, dice. Vive con su marido y sus dos hijos adolescentes, y la familia dependía casi en su totalidad de su salario.

“Una espera los últimos diez, quince años de su vida laboral cosechar y no tener que volver a sembrar”, reflexiona Georgina del otro lado del teléfono. Es trabajadora social, tiene 50 años y desde el 98 trabajaba en el Área Nacional de Discapacidad. La despidieron en febrero. “Tenemos que arrancar de nuevo. Hacer este camino de ir a las entrevistas, de rearmar el currículum, de volver a la changa. Todo lo que sucede cuando estás en la búsqueda de trabajo”. Georgina también vive con su marido y sus dos hijas. La familia está pagando un viaje de estudios a Bariloche y otro a Carlos Paz. 

Uno de los objetivos del gobierno de Javier Milei es alcanzar los 70 mil despidos en las dependencias del gobierno nacional. Según sus propios datos, ya se dieron de baja a 15 mil trabajadores y trabajadoras. Lorena Almirón, secretaria general de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) en Rosario, estima que en la ciudad hay unos 115 despidos. La gran mayoría, asegura, son mujeres. “Sabiendo que a nosotras todo nos cuesta mucho más”, resalta. Muchas de las despedidas son el único sostén de familia, o personas que si no tienen hijos cuentan —o contaba— con ese único ingreso. “Y de un día para el otro se han quedado sin eso”, dice la sindicalista. “Lo que angustia a la gran mayoría de las trabajadoras y trabajadores que se han quedado sin trabajo o temen perder el trabajo es la masividad y la ferocidad. Es muy duro acompañar esta pelea porque es tremenda la falta de empatía, la falta de humanidad”


Reinventarse


Georgina ya tuvo algunas entrevistas de trabajo, repartió currículums, arma proyectos de asesoramiento. Pasa más tiempo en su casa y sobre ella caen inevitablemente —culturalmente—  las tareas de cuidado y domésticas. El 23 de abril cobró los días adeudados de vacaciones, “unas migajas”. “Mi cotidianidad es esto: rearmar el currículum, ver si me hago un monotributo, reunirme con abogados, buscar trabajo”, resume. “Nos tuvimos que reinventar de manera urgente”. 

La trabajadora social comparte un grupo de WhatsApp con despedidos y despedidas de todo el país. La mayoría, dice, son mujeres de entre 40 y 50 años, muchas jefas de hogar y con hijos, que no cobraron ningún tipo de indemnización. Todas salieron a la calle de nuevo, buscaron una changa o volvieron a empezar de cero. “Subjetivamente te destruyen. Hay que barajar y dar de nuevo”. 

Los ejemplos que da son contundentes. Las personas de su edad tienen que pasar por revisiones médicas con los propios achaques de la vida y la maternidad en particular, lo que las pone en desventaja con personas más jóvenes. Tienen que buscar una obra social —se les corta en mayo— y la mayoría está atravesando algún tratamiento o toma medicación crónica. “Esto tiene un impacto fuertísimo por lo que nos implica como mujeres que trabajamos toda la vida, y a nuestras familias, pensadas con un sueldo o dos y ahora con nada. Hay que reinventarse en un panorama laboral incierto incluso para el que tiene trabajo. Es muy difícil que no gane la angustia”.

Georgina, Jorgelina y miles de mujeres y hombres de su mismo rango etáreo fueron lanzadas a un mercado laboral que las considera demasiado viejas, aunque tengan resto de diez o quince años para llegar a la jubilación. Es un mercado laboral que cambió demasiado en los últimos años y donde la oferta de la plata inmediata viene de la mano de aplicaciones que no dan ninguna garantía más que algo de dinero y mucha precarización. Así, las calles se llenaron de ex trabajadoras estatales manejando uber o taxi para llevar unos pesos a su casa. El escenario que describen es desolador: cuadros de depresión, intentos de suicidio, trabajadores que dejaron un alquiler y con 50 años e hijos volvieron a casa de sus padres. 

Desde el lunes pasado, el panorama se volvió más sombrío para estas personas. La media sanción de la Ley Bases impulsada por el gobierno nacional implica una reforma en las jubilaciones que afecta sobre todo a los trabajadores informales y monotributistas, y en un mayor porcentaje incluso a las mujeres. “Mis cálculos son terribles”, dice Georgina a este medio dos días después de aprobada la ley en la Cámara de Diputados. “Cada vez veo con más lejanía la posibilidad de jubilarme y pensar en un futuro más estable”.



Estado no presente


Jorgelina trabajó durante 16 años como analista del Enacom. La sede rosarina del ente se vació hace poco menos de un mes. No solo se quedaron en la calle 25 personas, sino que no hay lugar físico al cual hacer un reclamo sobre los costos o calidad de los servicios de Internet, televisión, telefonía móvil. No hay instancia local de entrega de licencias de radio ni lugar que regule el espectro radioeléctrico. El aeropuerto Islas Malvinas no tiene a donde llamar si hay interferencias. Ninguna persona que no sepa usar un celular o una compu y no tenga familiares que le ayude va a poder reclamar por sus derechos como consumidores. 

Jorgelina pasó la última Semana Santa viviendo una película de terror. Tenía en sus manos una resolución administrativa y ninguna carta documento. El miércoles 3, los trabajadores y trabajadoras del Enacom Rosario se presentaron a trabajar. El lugar estaba rodeado de policías pero igual pudieron entrar. Estuvieron dos horas y luego fueron retirados por un jefe de la fuerza. “Como si fuéramos delincuentes, o no sé. ¿Qué podríamos hacer?”. Las cartas documentos llegaron en el transcurso de los diez, quince días siguientes. 

La familia de Jorgelina dependía prácticamente de sus ingresos. Hace un mes que la mujer no tiene trabajo y todavía no sabe qué hacer. Enfrente está el abismo. “No veo un horizonte más o menos fiable. No sé ni dónde vamos a estar dentro de un mes. No puedo divisar hacia dónde quiere ir este gobierno”. Los 16 años que Jorgelina estuvo en el Estado fue contratada. “Me parece que algo no se hizo bien y no es responsabilidad exclusiva de este gobierno”, sostiene. El miércoles 24 de abril le depositaron el sueldo. “Recién ahora puedo decir que hay un cierre concreto. Y me encuentro sin trabajo, con 52 años y 16 años de servicio al Estado. Y así me pagaron”.  


Una lucha interna y diaria


Georgina ingresó al Área de Discapacidad en el año 1998. Siempre trabajó bajo un tipo de contrato que se actualizaba primero cada seis meses y después cada año. En 2023 pudo concursar para su cargo y ganó. Del concurso hasta ahora, pasó Javier Milei: en vez de quedar efectiva, se acortó primero el período de contratación a tres meses. Después la despidieron. En Rosario trabajaban seis personas en el área: tres trabajadoras sociales y tres administrativas. Fueron despedidas dos de cada sector. Las únicas empleadas tienen que absorber los trámites de toda la ciudad y los más de 20 municipios del sur de Santa Fe, esto es, garantizar el acceso a derechos a una población profundamente vulnerable.  

“El gobierno actual corta con la tijera algo que ya se venía cortando. Esperamos 25 años para concursar. No es que no quisiéramos concursar antes. Cada vez que se iban a abrir los concursos se caían y se caían y se caían. Esto también es una deuda histórica con los empleados estatales, que parecería que es mala palabra decir que una es empleada estatal. Yo lo llevo con mucha dignidad”, subraya. 

Todos los días piensa en su futuro. ¿Cómo me voy a jubilar, si me faltan diez años de aporte? ¿Qué hago? “Es una lucha interna. Lo primero que querés hacer es guardarte dentro de tu casa. Pero después decís che, no, pará, hay que seguir dando batalla, sostenerse en los afectos. Pero es muy duro. ¿Sabés cómo se siente? Como si te agarra un camión Scania con acoplado de frente. Si te salvás, te dejan durísimo y bueno, pero te salvás. Te salvás y te tenés que volver a reinventar”, expresa con delicadeza. 


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