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Sociedad

La ardua batalla de una rosarina acusada de matar a su pareja por demostrar que se trató de un suicidio

El teléfono le sonó al fiscal de turno hace menos de dos meses. Llamaba un coordinador de gabinete de la PDI desde un departamento de Alvear al 1500. Había un hombre de 39 años inmóvil en el sillón del living con un balazo en la cabeza. Tenía un arma de fuego al lado de la mano izquierda. En la casa solo estaba su mujer muy aturdida frente a la decisión súbita de su pareja de quitarse la vida. 

La llamada desde la casa sembró dudas respecto de lo que había pasado. “Está muy rara la escena”, dijo el técnico a la fiscalía. Lo que quería decir es que las circunstancias compiladas de primera mano habilitaban a poner en duda que efectivamente Tomás Saravalli se había suicidado. La Bersa Thunder Ultra Compact calibre 40 estaba en su mano inhábil. Tenía la marca del balazo en mitad de la frente lo que es un lugar inhabitual para quien se dispara. Sobre su cabeza había colocado un almohadón.

Esas rarezas iniciales se acentuaron cuando los policías interrogaron brevemente a Melisa P., de 44 años, sobre los detalles de lo ocurrido en los últimos momentos. Le preguntaron qué habría pasado con la vaina de la bala que no aparecía en el lugar. Ella respondió que la había tirado a la basura. También quisieron saber sobre los detalles del hecho. Dijo que no los conocía porque por una discusión que habían tenido en la madrugada Tomás se había ido a dormir al living. Le preguntaron si no había escuchado los disparos. Ella dijo que había sentido un ruido pero que nunca imaginó que sería el de un disparo y siguió durmiendo en su habitación. 

Todo ese cúmulo de pormenores producían una distorsión sobre la idea de suicidio. Era el 25 de febrero y los investigadores estaban delante de un misterio atávico de la literatura policial clásica, el enigma de la habitación cerrada. El caso fue asignado a Homicidios y lo recibió el fiscal Alejandro Ferlazzo. Que frente a todas estas oscuridades consideró, sin apartarse de la lógica que debe guiar a quien tiene el rol de acusador, que había mérito para imputar a la mujer por asesinato. Ordenaron su detención a inicios de marzo. El 5 de ese mes la jueza Lorena Aronne dio por válido el planteo preliminar y le impuso 90 días de prisión preventiva. El fiscal había pedido seis meses. Había imputado homicidio doblemente calificado y agravado por el uso de arma de fuego. De la noche a la mañana, un destino de prisión perpetua.

Fue el mundo abajo no solamente para Melisa sino para su entorno. Ella en la audiencia había jurado que era inocente. Había aceptado declarar, explicar su versión de lo ocurrido, responder todas las preguntas que quisieran hacerle. Pero lo que se tomaron por inconsistencias en la escena del suicidio la habían confinado a un calabozo en una comisaría de Villa Gobernador Gálvez. Tras la audiencia allí la regresaron.


Anatomía de una acusación


Melisa trabaja en el comercio de su padre, tiene dos hijas adolescentes, vivió siempre en Rosario. Al igual que sus dos hermanas hizo la primaria y la secundaria en la Dante Alighieri. Una amiga de la escuela primaria, Malena Corvalán, tomó su defensa. Esta abogada no negó desde el principio dos cosas. Que estaba convencida de la inocencia absoluta de su amiga pero que pese a que ella podría explicar todo estaba frente a un caso muy difícil. 

Tras siete semanas de estar presa este miércoles hubo una nueva audiencia en la que la defensa de la mujer pidió revisar la prisión preventiva. El camarista Javier Beltramone aceptó el pedido y ordenó su liberación mientras el caso prosigue. Sostuvo que no estaban presentes los dos motivos que justifican el encierro preliminar. Estos son la posibilidad que un imputado entorpezca la investigación o que haya peligro de que se fugue. 

Pero además el juez señaló algo más. Y es que no estaba razonablemente acreditado que Melisa fuera culpable de homicidio. Reivindicó con énfasis la idoneidad del fiscal actuante pero dijo que había una falla en la construcción de la apariencia de su responsabilidad. Y señaló que para ello había sido determinante un planteo de los médicos forenses que condicionaron la visión del fiscal. 

“Beltramone planteó que los médicos dijeron que no había posibilidad de que fuera un suicidio. Y el camarista que era algo inapropiado de su función y hasta ilegal. Un médico no es un criminólogo ni un perito balístico. Su función es establecer la causa de muerte y no hacer explicaciones sobre lo ocurrido”, sostuvo la abogada defensora. 

No es ilógico pensar que había sobre la idea de suicidio un mar de dudas. Pero frente a cada duda lógica hubo también una explicación de Melisa. Y en esas explicaciones provistas por la defensa se basó Beltramone en su resolución oral. 

Melisa se despertó a las 7.30 para ir a trabajar. Habló con una empleada del negocio de su padre, le dio una serie de indicaciones, se preparó un café. Mientras esto ocurría Tomás estaba inerte en el sillón. La fiscalía sostuvo que ella lo mató a las 5 de la mañana, la hora apuntada por la autopsia como momento de deceso, y siguió actuando con indiferencia frente a la presencia del cuerpo en la casa, a tal punto que llamó a la empleada por asuntos de trabajo como si nada ocurriera.



Ver o no ver


Tanto Melisa en audiencia como su defensora explicaron todo esto. “Ella contó siempre lo mismo. Y todo lo que dijo era cierto”, dice Corvalán. “Melisa se levantó, se lavó los dientes, habló por celular con una empleada para atender a un proveedor. Todavía al hacer eso no había visto a su novio que había dormido en otro lugar de la casa. En determinado momento lo ve en el sillón con una almohada arriba y tapado con el acolchado. Es corta de vista, no se acercó, pensó que seguía durmiendo”.

En el momento que se arrimó al sillón notó una veta de sangre en el acolchado, el arma y advirtió lo ocurrido. “Entonces llamó a la empleada con la que había hablado y le dijo: ‘Tomi se suicidó’. Y le pidió que avisara a su padre”. Una vecina, que ingresó a la casa y le tomó el pulso a Tomás, fue la que llamó al 911. Cuenta la abogada que por la disposición del departamento es perfectamente posible que desde donde estaba no percibiera con claridad a una persona, como estaba Tomás, en un sillón en el living. Para graficarlo presentaron en la audiencia los planos de la vivienda. 

Frente a cada ambigüedad la mujer fue respondiendo y cuando las cosas no tenían una explicación sencilla la auxiliaba su abogada. “Lo que no podemos aceptar, hasta que pasa con nosotros, es que hay cosas que podemos hacer sin explicación, o que incluso la explicación nos deje en un lugar sospechable”, razona Corvalán. 

¿Por ejemplo? La vaina que tiró a la basura. “Ella en ese momento lo hizo pensando en que se había desprendido del arma con la que su novio, como solía hacer, había estado jugando. Ahora veamos esto. Si yo revelo que mi novio se suicidó porque eso es lo que pasó, ¿por qué voy a pensar que está mal tirar una vaina a la basura? ¿Cómo puedo imaginar que me van a acusar a mí de su muerte y entonces tirarla furtivamente como si tuviera algo que ocultar?”. Lo mismo que el almohadón que tenía en la cabeza Tomás. “Se presume la conducta de alguien que tapa la cabeza del que va a atacar. Pero perfectamente pudo el mismo Tomás colocarse el almohadón al dispararse”.

Otra cuestión medular fue que es acreditable que Tomás tenía conductas depresivas que tornaban estimable que se quitaría la vida. Eso porque él mismo lo decía continuamente. La defensa pide que examinen el teléfono de Melisa donde hay mensajes de su novio diciendo reiteradamente que se suicidaría. El tenía un temor persistente a que su pareja lo dejara. 

Eso no solamente se puede corroborar en el celular de su novia, dice Corvalán. Fue la propia hija de 11 años de Tomás, producto de una relación previa, quien lo dijo. Y a eso el camarista Javier Beltramone le prestó una atención explícita. Cuando le comunican a la nena que el padre había fallecido la nena repuso en el acto: “¿Se suicidó?”. Le preguntaron por qué hacía esa pregunta. “Porque papá estaba siempre triste y se peleaba todo el tiempo con Melisa”, dijo.

Beltramone destacó que era muy importante prestar atención a los dichos de la niña porque ella veía cómo estaba su padre. Pero el camarista marca que hay una falla en construir la apariencia de responsabilidad hacia Melisa en los hechos porque ella puede dar un argumento frente a cada indicio que se usa para incriminarla. El hecho del que habla la hija de Tomás es un móvil, incluso, del suicidio, mientras que en la teoría acusatoria no hay un móvil planteado para el homicidio adjudicado. Ella dice que se habían peleado, que Tomás entró a la habitación de madrugada tras la discusión y le dijo que se iba a matar. La mujer lo tomó como un anuncio más de su novio, le dio la espalda y trató de seguir durmiendo. 

¿Y cómo se explica la posición del arma en la mano inhábil de Tomás? “Lo explicamos en la audiencia”, dijo Corvalán. “No es que el arma la tenía en la mano izquierda sino que cayó al lado de esa mano. Pero eso pasa porque al sujetar la pistola para dispararse lo hace con ambas manos, cosa que es muy común. El arma cayó de ese lado y eso puede ocurrir por la rigidez en las manos según estiman algunos peritos. Puede ser una rareza pero no es improbable ni mucho menos imposible”.

Hay asimismo un planteo muy potente en favor de la defensa. Y es que el dermotest, la prueba balística en manos que deja indicios sobre el disparo, dio negativo para Melisa. Y positivo para Tomás. La deflagración de la pólvora deja marcas aún cuando alguien pueda lavarse las manos.

“Para nosotros el juez Beltramone advierte algo que dijimos desde el principio. Y es que no hay un dato que permita indicar que Melisa pueda entorpecer la investigación o fugarse si queda en libertad. El dijo algo bastante inusual, que en Rosario casi no se tiene en cuenta, que es que cuando eso ocurre la fiscalía tiene que probarlo”, sostuvo Corvalán. “Melisa es una persona sin antecedentes, con empleo, con hijas adolescentes a su cargo. Ella es la principal afectada de una manera dramática y la que todo el tiempo quiere dar explicaciones. Lo primero que le dijo al juez es que no pudo velar a su novio y que está viviendo algo que no logra entender. Dijo que no logra entenderlo porque no hizo nada”, redondeó la defensora.

Melisa estuvo 52 días presa. El último tiempo lo pasó en la comisaría 22 de Pérez, en un penal donde hay capacidad para 14 mujeres pero donde convivían 34, durmiendo a la intemperie en un patio donde no hay lugar para guarecerse cuando llueve o del frío. 

Tras la resolución de este miércoles Malena Corvalán luce aliviada por la liberación provisoria de la amiga de toda la vida a la que representa, y a la vez reflexiva sobre las dificultades de cualquier caso donde hay dos versiones fuertemente encontradas. En esa meditación alega que nunca nadie puede saber lo que va a hacer una persona. Y que se construyen teorías fuertemente condicionadas desde el resultado. Si decimos que alguien tiró una vaina a la basura, que con el novio sin vida en el sofá hizo llamados telefónicos para hablar de trabajo, que el arma estaba al lado de mano inhábil, se puede armar una explicación que sugiera un crimen. Para eso tengo que creer que esa persona quiso hacerlo. Pero si parto de la idea opuesta y doy una explicación a cada cosa, puedo demostrar -remarca la defensora- que no pasó. “Nos basamos en presunciones pero después hay que fundamentar. Pudimos fundamentar que Melisa no hizo lo que le atribuyen”.

Melisa sigue sujeta al proceso. El camarista Beltramone le impuso una caución económica, presentarse periódicamente ante la Justicia y la prohibición de salir del país. 


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