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Sociedad

La desgracia de ganar la quiniela en el prime time de la TV

Durante el 2024 el problema de la ludopatía, principalmente entre jóvenes y menores de edad, fue un tema que marcó la agenda nacional. El Congreso y las legislaturas provinciales trabajaron de manera intensa para crear leyes que protegieran a los grupos vulnerables contra el juego compulsivo. 

En este período, actores sociales de sectores muy diversos trabajaron por la visibilización de un problema percibido como omnipresente, urgente y en ocasiones aberrante. Los medios de comunicación vehiculizaron el tema abriendo su tiempo y espacio a la ludopatía, las redes sociales se inundaron de opiniones sobre el tema, personas que padecen la problemática publicitaron su experiencia, se generaron relevamientos estadísticos, se habilitaron espacios para pensar el juego problemático que sorprendían por su multitudinaria capacidad de convocatoria. Transversalmente la sociedad acordaba que existía un problema y era necesario hacer algo al respecto.

Sobre final de año la Legislatura santafesina sancionó una ley que propone un abordaje integral y que, como no es muy habitual, fue discutida abriendo la participación a la sociedad y contó con el acuerdo de todas las fuerzas políticas. En un proceso homólogo, aunque con mayores rispideces entre sectores políticos, la Cámara de Diputados de la Nación dio media sanción a un proyecto de ley en el mismo sentido. El gobierno nacional respondió rápidamente que vetaría la ley en caso de que completara el ciclo legislativo, aunque sin exponer sus argumentos públicamente. Pareciera que el consenso era tan amplio que hasta la batalla cultural tenía sus límites respecto a la ludopatía.



La inquietud que circulaba entre quienes se involucraron en el tema era si la efervescencia que caracterizó su tratamiento durante el 2024 confluiría en un cambio en la conciencia social sobre la ludopatía y sus consecuencias (o al menos instalaría un diálogo perdurable) o, como sucede con otros problemas, se olvidaría y quedaría eclipsado por nuevos problemas. Sin dudas, la incorporación de mecanismos para su abordaje en diferentes áreas estatales propuestos por la nueva legislación contribuye a su institucionalización y, aunque su eficacia está por verse, son un remedio contra el olvido súbito.

Sin embargo, una escena reciente nos invita a preguntarnos sobre el futuro de la ludopatía como objeto de problematización pública. En un programa de televisión abierta, Bendita, conducido por Beto Casella, se produjo una escena que simboliza la aparente impermeabilidad de algunos espacios de comunicación masiva al debate reciente sobre el juego problemático. Durante la emisión en vivo la dinámica del programa se interrumpió cuando Horacio Pagani, panelista del programa, gritó “¡Me salvé!” al conocer que había acertado los números que había apostado en la quiniela. De repente, en torno a Pagani se formó una celebración, sus colegas lo rodearon, lo abrazaron y lo felicitaron mientras él mencionaba el monto del premio y las pantallas del programa proyectaban los números ganadores: el 1717 (la desgracia en el argot timbero). Otros panelistas lo acompañaban con comentarios como “viste la vida cómo da revancha” y él respondía, “no, pero viste que hay que jugar” y comentaba que había recuperado en esa jugada todo lo que había perdido. Cuando la espuma del festejo bajaba y volvían a sus asientos, un panelista que estaba a su lado dejó un mensaje ambiguo, no muy diferente al que difunden las loterías y los operadores de juego: “Ahora quiero que Horacio le recomiende a la gente que hay que jugar prudentemente pero un saludo a la gente de Lotería de la Provincia, hay que jugar”, mientras se escucha otra voz que dice “legal, hay que jugar legal”, y el mismo panelista completa “legal y poco”. La escena se cierra con Pagani, visiblemente emocionado por la situación, sentenciando “Dios existe”, frase que redime a una de las declaraciones que le hicieron ganar notoriedad pública: “Dios no existe”, que pronunció cuando Suiza le ganó a España en el Mundial de fútbol de 2010.



Es difícil no empatizar con la escena de algarabía donde, además, se materializa el sueño de millones de personas que apuestan a diario. Sin embargo, la escena representa a las apuestas en un sentido que va a contrapelo de las ideas promovidas durante el debate en torno a la ludopatía el año anterior donde padres, madres y docentes observaban con preocupación las mismas actitudes en niños y adolescentes. Aunque podría ser retomada para pensar en la posibilidad de que esta actividad genere efectos perjudiciales sobre las personas, esto no fue así. De hecho, fue recuperada en el mismo tono simpático por medios de alcance nacional que dieron un encuadre risueño al suceso, incluso señalando situaciones donde el panelista apuesta durante el programa como otro atributo pintoresco de su carácter.

El debate sobre las apuestas fue fructífero para cuestionar los ideales de éxito que circulan socialmente, repensar de qué están compuestos los lazos que nos unen y qué lugar ocupan las nuevas generaciones en un proyecto colectivo. Provocó la reacción de una sociedad que ve heridos sus valores fundamentales y movilizó a estudiantes, organizaciones sociales y políticos para cuidar a grupos vulnerabilizados por un mercado que crecía sin otro fundamento que la maximización del beneficio económico. La gestión política de este problema fue, sin dudas, un éxito de este movimiento heterogéneo, pero no necesariamente implica su fin. La creación de una ley que aborde la ludopatía es un paso importante pero más importante debe ser la apropiación de una inquietud para atender éste y otros problemas que vulnerabilizan a distintos grupos sociales. De lo contrario, cristalizar una causa en una ley para apaciguar su presencia colectiva podría ser tan paradójico como ganar la quiniela con el 17.


Nota: El autor es Licenciado en Sociología y Becario Doctoral en el Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales del Litoral (Conicet/UNL)

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