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Sociedad

Los muchachos de La Lourdes: una experiencia creativa y solidaria en la que “la calle no te define”

“¿Nos sentamos en el rincón?”, preguntaron los muchachos de La Lurde, como nombran al grupo de varones en situación de calle, que surgió cuando la Basílica de la calle Santiago y Mendoza aliviaba la pandemia con viandas diarias. La sorpresa fue cuando los ubicaron, como al resto del público, y ocuparon casi toda una fila de butacas del Teatro La Comedia, al que entraban por primera vez para ver la obra “Las Viejas”. Risas, aplausos, charlas con las artistas, disfrute y al final, la calle para dormir como cada noche, pero distinta. “La experiencia del arte nos transforma, nos iguala”, explican Mariana Mena y Daniela Famea, coordinadoras del grupo que cada mañana, de lunes a viernes, tienen en el Centro Municipal de Acopio de Recuperadores Urbanos su lugar en el mundo. 

La mañana de verano no perdona el calor en el centro de acopio que —al tiempo que realiza su actividad habitual— alberga a La Lurde, de 8,30 a 13. El aroma del almuerzo que prepara Matías gana el lugar, mientras sus compañeros alrededor de una mesa participan de la reunión habitual con psicólogos del programa municipal Vínculos. En una mesita aparte, Silvina, profesora voluntaria, prepara en física a Ezequiel, que quiere cursar una tecnicatura en Construcción en el Politécnico: “quiero promover un poco mis neuronas, quiero salir de las drogas, el alcohol, todas esas cosas que perjudican al desarrollo de las personas, también tengo pensado estudiar otras cosas que sean convenientes para mí, para tener trabajo, porque uno necesita dinero para vivir”, dice mientras convierte en su cuaderno unidades de longitud.

Mariana y Daniela, ingeniera en sistemas y abogada, hablan sobre el proyecto, en una habitación colmada de objetos de reciclado, que hace las veces de oficina; allí los muchachos guardan las pertenencias que no quieren que les roben en las calles. “La idea no es mostrar las carencias sino la riqueza de lo que tienen para ofrecer”, dicen las coordinadoras abriendo la charla, mientras Mati, a cargo del almuerzo, entra a buscar las cajitas de tomate para la salsa y sonríe; desde que está en el grupo hizo un curso de panadería y pastelería con diploma incluido.

Una frase fuerte identifica el proyecto que lleva cuatro años: “La calle no me define”; una síntesis sabia que diferencia situación de esencia, estar de ser, y que los ayuda a mantenerse de pie más allá de las etiquetas que duelen tanto como el ninguneo o la violencia con la que los verduguean o les quitan los colchones. La riqueza interior encontró un cauce creativo y fecundo en sus visitas a los museos Castagnino y Malba, donde el año pasado exhibieron sus trabajos en una jornada con el coincidente nombre de Resignificación.  

“El proyecto nació en la Basílica de Lourdes, donde estuvimos tres años, y hace un año estamos acá, porque la actividad creció, la Municipalidad ayuda con el mantenimiento y el lugar y el resto de lo que conseguimos es donación, muebles, útiles escolares y ropa de hombre, porque los muchachos se duchan y lavan su ropa acá, para tomar el hábito de conservar la ropa”, explican y dicen que trabajan con distintos programas como alfabetización con la Municipalidad y educación y arte con la Universidad Nacional de Rosario (UNR); participan en un taller sobre Inteligencia Artificial (IG) usando las computadoras que también proveyó la UNR, “para que dejen de ser analfabetos digitales, las usan para hacer sus trámites y en  un mix de tareas educativas y recreativas, por ejemplo ahora están investigando sobre el pintor español Francisco de Goya, que los impactó con su temática”. 

El programa de educación es sin duda uno de los puntos fuertes; en este período lectivo dos muchachos cursarán primaria, doce secundaria y Ezequiel, que terminó el secundario el año pasado y se prepara  para la tecnicatura en Construcción, nivel terciario, relatan Mariana y Daniela, que con el grupo Haciendo Lío y Rosario Solidaria sumaron su trabajo con personas en situación de calle. 



Lourdes


Cuando la pandemia trastocó la vida cotidiana, agravando las necesidades, el párroco de la Basílica de Lourdes, Juan José Estrade, sintió que era momento de “abrir la Iglesia a los pobres y nos convoca, formamos un equipo junto a Lucio Marani, otros sacerdotes y el Padre Nico; comenzamos a dar 150 a 200 viandas por día, que proveía el comedor de la UNR, a jubilados, estudiantes, personas que habían quedado varadas en Rosario y en situación de calle. El fin de la pandemia fue raleando el grupo y sólo quedaron quienes no tenían dónde ir. “El padre Estrade decidió que almuercen adentro de la parroquia, sentados a la mesa, el cambio fue consolidando vínculos y reconfigurando la experiencia hacia el centro de contención Madre Teresa Lourdes, para varones jóvenes, mayores de edad que tienen menos coberturas de otras organizaciones. 

“Nosotras nunca hacemos convocatoria, la gente de calle nos conoce y llegan solos, por eso cuando la actividad creció ya no podíamos estar en Lourdes, y como Secretario de Desarrollo Humano de la Municipalidad, Nicolás Gianeloni nos consiguió este lugar en el Centro Único de Acopio de Recuperadores Urbanos, Montevideo 2880”, explicaron. Del espacio que allí ocupan se encargan los muchachos: lavan, limpian y cocinan.  No hay empleados ni voluntarios para estos trabajos, los voluntarios ayudan en otro tipo de actividades.

“Llegamos a las 8.30, los chicos vienen con algunas facturas que les regalan y hay una panadería que nos da pan fresco, no el del día anterior, algo que valoramos muchísimo, preparan el desayuno, después está la charla diaria sobre cómo fue el día, funcionamos como familia, así lo definen ellos”, comentan. A las 13 abandonan el lugar y ya en la calle algunos comparten ranchada, otros duermen solos y tres van a un refugio. “Además de quienes vienen acá, tenemos unos 15 ó 20 chicos, que ya están en pensión, como más estables, la mayoría con trabajo, pero esto sigue siendo su referencia si necesitan algo, nuestra postura es mejorarles la vida, hay quienes tal vez nunca salgan de calle, pero sí se les puede mejorar la vida”. En la práctica esto significa estar ordenados, vacunados, con carpeta médica en los distintos centros de salud de la Municipalidad. 

La contención incluye aspectos legales, “si tienen que firmar en algún Juzgado, o si tienen alguna deuda pendiente con cárcel o algo, se habla con sus abogados, y por supuesto un fuerte mensaje a no volver a la reincidencia, varios tuvieron un paso carcelario y hoy están están bien”, describen. 

¿Qué buscan los muchachos, como los llaman en ese lugar? Contención, dicen a dúo, no vienen por la comida que pueden conseguir afuera, “vienen porque en cierta forma buscan la regla, la conducta, el orden, la contención, buscan una familia, y las temáticas que traen de la calle, las tratamos con distintos proyectos de arte como “La calle no  me define”, en el que hicieron doce obras abstractas, a las que les pusieron un mensaje, contando qué les pasa a ellos, como: Que mi aspecto no te intimide y Que la soledad no te atrape, entre otras y que van a estar en el Museo Macro”.

Además contaron que van a todos los museos de la ciudad, con experiencias potentes, como la motivación para investigar sobre Goya, que les gustó por lo que reflejaban sus grabados, “para que cuando pronto llegue a Rosario la exposición sobre este pintor, ellos tengan conocimiento, lo que les va a dar más herramientas al ir a verla”. También trabajan dos veces por semana en grupo con la Agencia de Prevención de Consumo de la Municipalidad, y psicólogo en lo individual, lo que contempla rehabilitación en distintos lugares con los que Mariana y Daniela hacen de nexo, como si fueran familia.

“Nos pasó encontrar a uno de nuestros chicos entrando a una obra social con su mujer y su hija, y fue una emoción tremenda, porque se  había podido acomodar; lo nuestro es escucha y respeto mutuo y no victimizarlos, acá a nadie se lo ve como pobrecito, y desde ahí se puede construir más”, dicen y es imposible no pensarlas como especialistas en tejer vínculos en filigrana. Algo que también se da con los muchachos, entre quienes surge “una grupalidad que hace que se ayuden entre ellos en la calle, funcionando como una familia con errores incluidos”.

Así, en familia, fueron todos al Teatro La Comedia, aseados, cuidando todo el día de no ensuciarse para llegar presentables, sin consumo y vestidos para la ocasión, fueron juntos invitados por Marcos, tallerista de alfabetización de la UNR. La salida fue una fiesta. “Cuando estaban sentados en medio de la gente miraban el entorno, decían qué linda gente, era la primera vez que iban a un teatro, la gente de la obra ‘Las Viejas’, se portaron de diez, los saludaron el autor y las actrices, acompañaron la experiencia”, describieron. “Queremos que sean ciudadanos en la ciudad, por eso votan en el  Presupuesto Participativo y en las elecciones de autoridades políticas, pero siempre las que más ganamos somos nosotras dos. Aún en los días más difíciles siempre hay un momento de felicidad, nosotras terminamos ganando”, sintetizaron.



Los muchachos


Marcelo es el primero en acercarse para conversar, cálido y de sonrisa amplia. “Acá la pasamos bien, yo me siento bien, en la charla de hoy estuvimos hablando de lo que vimos en el teatro, que estuvo buenísimo, nunca había entrado a un teatro y es una experiencia que no voy a olvidar nunca, me encantó, la obra una risa y las chicas (las actrices) se pasaron. Está bueno que se dediquen a lo que le gusta, cada uno tiene su profesión, a mí me gusta aprender a leer y escribir que no sé, y si puedo conseguir un trabajo”. 

El resto va midiendo la situación, a ver si da como para hablar o no. La salsa de Mati ya es una presencia destacada en el lugar donde dentro de un rato almorzarán. Nacho cuenta sobre la reunión con la psicóloga que acaba de terminar, “charlamos con ella, le presentamos los problemas, nos dan un consejo, nos escuchan, y acá pasamos bien, aprendemos a compartir, acá encontramos un apoyo que en otro lado no conseguís, te dan vuelta la cara; acá te prestan un oído, un hombro si necesitás algo, afuera es otro mundo, por estar en situación de calle ya te miran mal, no saben qué historia tenés atrás, no porque estás en la calle sos un delincuente, puede ser una forma de rebuscarse sin molestar a nadie”, explica. 

“Acá somos todos iguales”, continúa Nacho, Marcelo asiente, y junto a quienes se suman, llegan a la conclusión de que son “una pequeña familia”. La explicación sigue en distintas voces: “hacemos actividades, el año pasado hicimos la muestra de arte, La calle no define, pintamos puertas con dibujos que hicimos nosotros y los llevamos al Castagnino y a la Biblioteca Argentina, ganamos premios y todo, ahora vamos a estar en el Macro, decile a Mariana que te los muestre”. Ricardo quiere decir lo suyo mientras el resto corea una canción con su nombre, “acá tenemos contención emocional, quiero remarcar que, al contrario de lo que creía, es la autoridad la que nos discrimina, no la sociedad que ya está más abierta, en parte la policía y también autoridades municipales y provinciales, nos discrimina con el destrato”, 

“Tiene razón el compañero, los de Control  Urbano nos sacan a patadas los colchones, te levantan a patada con la policía, sabés cuántas veces me levantaron a patadas a mí”, dice uno de los muchachos. A esta altura ya están más confiados para hablar, Víctor también asiente sobre el destrato de los que te sacan el colchón y la ropa, y se anima a un análisis social, “cuando estaba Menem, veías chicos pidiendo mesa por mesa, o vendiendo pañuelitos, no se veía eso, ahora es una vergüenza, los políticos son todos iguales, mejor no hablar”. El resto corea a Sumo, mejor no hablar de ciertas cosas. La conversación deriva a la música.  

Gonzalo dice que le gusta dibujar y estar en la computadora y que “acá somos una familia, a veces uno se porta mal, pero bueno”. Sale el tema de que van a estudiar primaria y secundaria y comienzan en marzo, están ansiosos, “quiero terminar sí o sí, si salgo con un título es lo mejor que me puede pasar, viene una profesora y es on line también”. Francisco lleva un año en el grupo junto a su hijo de 19 años,  “acá salimos por un rato de lo que es estar todo el día en la calle, acá desayunamos y hacemos las cosas que nos piden, gracias a las chicas (Mariana y Daniela) podemos alimentarnos al mediodía y hacemos psicología, es muy lindo lo que están haciendo con nosotros, vamos a terminar la secundaria con mi hijo, de tres a cinco de la tarde, cuando nos damos cuenta, ya tenemos casi todo el día acá, para salir de la calle, la droga, el alcohol, por ahí es la salida de uno, por la situación que estamos pasando”. Franco dice que valora las reuniones con las psicólogas, que el tenía otra idea al respecto. 

Al final de la charla, el grupo coincide en destacar “todo lo que hacen Mariana y Daniela por los pibes, lo que hacen estas mujeres es grandioso, son Messi y Di María”. Saludos y risas. Y comienzan a preparar la mesa. “Pará no te vayas sin probar la salsa”, dice Mati, mientras extiende la cuchara de madera, por supuesto que acepto y pido la receta. Esa noche, ellos y yo íbamos a repasar ese buen momento, claro que ellos con el techo del cielo, contando las horas para poder volver  a su lugar en el mundo, La Lurde.


Cómo ayudar  

La Lurde necesita: ropa de hombre, elementos de aseo personal: jabón, champú, crema enjuague, desodorante, toallas. Y útiles escolares para primaria y secundaria. Las personas interesadas en colaborar pueden comunicarse al 341 3938058.


Recibiendo diplomas en la UNR

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