Los miles de inmigrantes llegados a Rosario a partir de la segunda mitad del siglo XIX dieron sentido, con su presencia y voluntad, a los propósitos de expansión y desarrollo de quienes entonces gobernaban el país. Pero en su nuevo destino, a aquellos inmigrantes, sobre todo a los italianos, les faltaba algo: escuchar música, sentir la ópera de su terruño. Unos voluntarios decidieron suplir tanta falta: reunieron dinero, se asociaron como Sociedad Anónima Teatro La Ópera y en 1888 encararon la construcción de un coliseo lírico en la esquina de Laprida y Mendoza. Primero fueron cimientos y unos laberintos en el subsuelo, luego los muros del perímetro; apenas éstos habían alcanzado unos diez metros de altura ocurrió lo inesperado: la sociedad anónima se fundió, la obra quedó inconclusa y todo fue ruinas.
Entonces un aura tenebrosa se dibujó sobre ese edificio inconcluso en la Rosario finisecular, particularmente sobre los laberintos de sus fosos, desde donde comenzaron a emerger, fantasiosos o reales, relatos sugerentes: “cueva de ladrones” o “refugio de menesterosos” fueron algunos de los nombres que se dieron a esos bajíos. Lo que siguió es la historia de la resurrección de la obra y la construcción del teatro.
Ahora —quizás hacia fines de este 2022—, en esas mismas catacumbas de Laprida y Mendoza, ámbito de la primera tierra removida para edificar un teatro, funcionará una nueva institución: el Museo del Teatro El Círculo. Seis salas de ese subsuelo trazarán la ilación de un relato histórico de uno de los escenarios líricos más colosales de Sudamérica, desde sus inicios hasta el presente, sus momentos de gloria y caída, su valor patrimonial y su peso en los sucesos ciudadanos de los siglos XIX y XX.
El Museo del Teatro El Círculo estará contiguo al Museo de Arte Sacro “Eduardo Barnes”, que también funciona en las catacumbas de esa esquina del centro viejo de la ciudad. La obra civil que acondiciona ese nuevo sector de las catacumbas —a cargo del arquitecto Drazen Juraga— contempla un moderno puente de hierro, curvo, elevado unos metros sobre el nivel del piso, ya instalado, que conecta ambos museos; de modo que el visitante de las catacumbas, cruzándolo, podrá ir de uno al otro.

Dos serán los accesos posibles a ese subsuelo: uno, ingresando por la puerta de calle Mendoza y descendiendo por un ascensor, y otro por el mismo hall del teatro, por calle Laprida, que conecta con un gran patio desde donde parten, hacia abajo, escaleras.
La ilusión de un nuevo museo cobró forma cuando en 2021 la Asociación Cultural El Círculo resultó favorecida por un subsidio del Ministerio de Cultura de la Nación para recuperación de espacios culturales. Esos dineros se destinaron a un programa de tres proyectos: la restauración (concluida durante los tres primeros meses de 2022) de las pinturas de la boca del escenario del teatro, que más de un siglo atrás hicieron los artistas italianos Giuseppe Carmignani y Luis Levoni; la ampliación del foso para la orquesta, ya inaugurado con la puesta de “Tosca” (antes podían tocar en el foso sesenta músicos y ahora unos noventa, lo que posibilita, por ejemplo, interpretar una ópera de Wagner, que requiere esa cantidad de músicos); finalmente, el último proyecto del programa fueron las obras para poner en marcha el Museo del Teatro El Círculo.
El plan de objetivos, formas y contenidos para el nuevo museo corre por cuenta de las museólogas Margarita Manavella, Ana Inés Beristain y Mercedes Gargiulo, quienes ya presentaron un proyecto con el guión museológico.
“Esta es una idea acariciada desde hace mucho tiempo que recién está vislumbrando, este espacio hace años que está pensado para eso. Estamos en la etapa de un guión museológico que procura hacer conocer el teatro por su valor y que apela a lo emocional, a que la visita pueda ser vivida como una experiencia”, explicó Margarita Manavella a Suma Política.

Un cuento de seis capítulos
El plan museológico es una narración que transcurrirá en seis salas de las catacumbas. En la Sala Uno se contará el período que va desde la construcción del teatro —“el sueño de esa generación, las condiciones históricas y sociales que propiciaron su creación”, amplía Margarita— hasta su inauguración, con detalles arquitectónicos y constructivos.
La Sala Dos será el ámbito para una crónica de la función inaugural del 7 de junio de 1904, que incluirá hasta vestidos de época con los que el público asistió.
La Sala Tres retratará momentos de gloria del teatro, enumerará figuras destacadas que lo transitaron esos años: compañías de ópera, grandes orquestas, músicos solistas, estrellas de la lírica y ballets.
La Sala Cuatro enfocará el período de crisis y decadencia —“veremos la forma museográfica de mostrar eso”, apunta Margarita Manavella—, la amenaza de demolerlo, los trámites para su rescate y la reapertura con el nombre de Teatro El Círculo.
La Cinco dará cuenta de la actualidad del teatro, convertido en un centro cultural con programas pedagógicos, educativos y sala de arte plástico; aunque en esta instancia el guión subraya al género ópera como principal “razón de ser” del teatro.
Finalmente, la Sala Seis referirá al plan de mejoras y trabajos de restauración en el nuevo milenio, que concluye, precisamente, en el museo a inaugurarse.
Las museólogas fundan su trabajo en estos puntos de interés desarrollados en seis espacios expositivos porque El Círculo, en sus 118 años, dicen, ha atesorado un valor histórico y arquitectónico indiscutible. “Hay objetos, documentos, experiencias y visitas inolvidables que lo identifican como pieza fundamental en la historia local y regional. El Museo —razonan— apunta a crear un lugar de encuentro donde sea posible acceder física, intelectual y emocionalmente al significado de lo que se expone; el guión pretende dar a conocer su espíritu y poner en valor su patrimonio, fortalecer la propia identidad y constituir una valiosa herramienta para la protección y revalorización de sus bienes”.
Margarita Manavella concluye: “Estamos trabajando para que en una visita se combinen textos informativos y contenidos en diferentes soportes tecnológicos. El color, la luz y la ubicación estratégica serán tomados especialmente en cuenta para lograr el efecto deseado. El teatro también tiene una historia muy fuerte en cuanto a preservación de patrimonio, ya que corrió riesgo de ser demolido en diferentes momentos. La idea es también concientizar sobre eso. Hoy queremos mostrar cómo esta generación actual está trabajando para preservarlo. Será un patrimonio para las futuras generaciones y les será entregado en buen estado”.

Un espacio-museo
“Esto será básicamente un espacio-museo y no un museo como espacio para el arte, como podría ser el Museo Castagnino u otros”, reflexiona por su parte, en diálogo con Suma Política, Guido Martínez Carbonell, presidente de la Asociación Cultural El Círculo. Con ello, quiere explicar que las salas de allí abajo, aún vacías y despojadas, hablan por sí solas; son vestigios que, como tales, cuentan la historia.
La apreciación de Martínez Carbonell es perceptible al observar varios ejemplos en una primera recorrida por las catacumbas que se acondicionan por estos días: un muro de casi un metro de ancho de 1890 que queda al descubierto; un hueco en una de las paredes que deja ver una escalera que, iniciada, fue anulada hace un siglo, quedó inconclusa y no fue a ninguna parte; cuñas de madera para sostener columnas de material… Son huellas que, sin artificio alguno sobre sí mismas, hablan de lo que fue, de aquello que pudo ser y no ocurrió; indicios de lo que arquitectos y constructores de otra época proyectaron para esos subsuelos.
“A principios de octubre quizás ya esté habilitado”, se ilusiona Martínez Carbonell, y añade: “La idea es que la persona ingrese y esté en contacto con la historia de la ciudad, es la relación del teatro con ese contexto. La historia del teatro es la historia de la ciudad”.

Ópera y Círculo
“La historia del teatro es la historia de la ciudad”, sentencia sin vacilar el gestor cultural Guido Martínez Carbonell y nada parece desmentir esa identificación, ya que el decurso de este teatro, su gestación, mejoras, cambio de nombre, expansión e ilusiones surgidas a su abrigo son una marca de la resiliencia y fe en el progreso, que también sellaron la suerte de Rosario.
Cuando en 1889 aquel deseo de los inmigrantes parecía fundirse junto con la sociedad anónima que habían creado, el empresario de origen alemán Emilio Schiffner compró la empresa y decidió concluir las obras, pero fue más allá: si bien respetó en líneas generales los planos originales de los arquitectos Cremona y Contri, ganadores del primer concurso de anteproyectos, también convocó al ingeniero alemán George Goldammer, especialista en acústica. Fue éste quien rectificó sustancialmente algunos detalles y favoreció la increíble acústica del lugar, que aún hoy, por esa distinción virtuosa, lo tiene en primer plano a nivel mundial.
El trabajo de la empresa constructora “Bianchi, Vila y Cía”, a fines del siglo XIX y principios del XX, se enriqueció con el aporte de dos extraordinarios artistas italianos: Luis Levoni trabajó en la yesería y en pinturas que simulan ornamentaciones y relieves en el foyer y en la boca de escenario; Giuseppe Carmignani pintó la cúpula de la sala principal y el telón (un inmenso paño de lino que fuera restaurado por especialistas en la Universidad de San Martín en 2012).
Así, entre mármoles de Carrara, lámparas de Francia y mayólicas italianas, el Teatro de la Ópera comenzó a escribir sus páginas el 7 de junio de 1904 con la puesta de “Otello”, de Giuseppe Verdi. También era un ejemplo del progreso con el que Rosario podía soñar y en 1910 habilitaba su caldera (alimentada a leña y con despojos de yerba de la Yerbatera Martin). Lo bueno estaba por venir; las más destacadas compañías europeas de ópera partían en barco y hacían escala en sólo cuatro destinos sudamericanos: Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires y Rosario. Por entonces, el Teatro de la Ópera, además de los camarines de pisos superiores para las compañías (hoy ocupados por otros emprendimientos culturales), tenía también peluquerías, talleres de costura, zapatería y demás oficios relacionados con la lírica.
…las más destacadas compañías europeas de ópera partían en barco y hacían escala en sólo cuatro destinos sudamericanos: Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires y Rosario
La nota a todo ese período glorioso la daría el tenor italiano Enrico Caruso (1873-1921), el cantante más popular de su tiempo, cuando pisó el El Círculo para cantar las óperas “I Pagliacci” y “Manon Lescaut” en 1915: “Las condiciones acústicas de este teatro son tan completas que nada tiene que envidiar a los importantes coliseos del mundo que he visitado durante mi carrera artística, y en tal sentido es parecido al Metropolitan de New York”.
La depresión mundial de 1929, la aparición del cine sonoro y el estallido de la Segunda Guerra (ya las compañías europeas no salían de gira) pusieron en crisis al teatro y en 1943 un tenebroso cartel fue colgado a sus puertas: “Demolición”. Pero otro salvataje fue urdido. “El Círculo de la Biblioteca” era una institución que organizaba veladas líricas en la Biblioteca Argentina “Juan Álvarez” desde 1912; enterados de la noticia y a la busca de un lugar más propicio para sus actividades, sus miembros consiguieron el dinero y compraron el teatro a los herederos de Schiffner, ya fallecido. Eso ocurrió en 1943 y desde entonces, también, hubo un nuevo nombre: Teatro El Círculo.

Un juego de espejos
Entre tantas, El Círculo tiene una particularidad sobresaliente: fue pensado simétricamente, algo que se constata desde el pronto traspaso de su puerta principal. Es un teatro espejado: si a tantos metros a la izquierda hay una escalera, a iguales a la derecha hay otra; si tantas butacas hacia un costado exacto, otras tantas hacia el otro; incluso la numeración de las butacas corre de izquierda o derecha hacia el centro y se unen allí, en su justo medio (a veces con una numeración que desconcierta a los visitantes).
Con su clásica forma de herradura y siete niveles desde la planta baja hacia arriba, El Círculo luce su esplendor, pero ahora mira no sólo hacia arriba, a la cúpula pintada por Carmignani, sino a sus pies, a sus orígenes, donde todo comenzó. Allí en los subsuelos, donde una vez se instaló y comenzó a funcionar hacia mediados de los años 60 el Museo de Arte Sacro “Eduardo Barnes” (que reúne más de un centenar de obras de este escultor rosarino fallecido en 1977 y que lleva su nombre), se proyecta ahora el Museo del Teatro El Círculo para instalar un espejo retrovisor y contar la historia propia. Será un lugar de vestigios, evocación y reconstrucción de un imaginario de lo que alguna vez fue o sigue siendo. “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, escribió, un tiempo atrás, Jorge Luis Borges.

Autor
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Músico, periodista y gestor cultural. Licenciado en Comunicación Social por la UNR. Fue editor de las revistas de periodismo cultural Lucera y Vasto Mundo.
