En 2010, unas noticias inquietantes llegaron desde el AMS Laboratory de la Universidad de Arizona, Estados Unidos: dataciones radiocarbónicas allí realizadas sobre restos humanos encontrados en la laguna El Doce (San Eduardo, sudeste de Santa Fe) establecieron que eran del Holoceno temprano: 8.274 años antes del presente. Los arqueólogos santafesinos que protagonizaron el rescate enviaron también huesos de guanaco procedentes del mismo sitio (con evidencias de cortes antrópicos) y, según los análisis en Arizona, eran del Holoceno medio: 7.026 años atrás. Dichos fechados —término habitual en el argot de la arqueología— vinieron a confirmar que se trataba, nada menos, del registro de presencia humana más antigua en el actual territorio santafesino y a disparar, desde entonces y hasta hoy, nuevos campos de estudio e investigación.
A más de dos décadas de estos fechados y a casi tres desde que un equipo de profesionales santafesinos iniciara los trabajos que concluyeron en los hallazgos en El Doce, la localidad de San Eduardo se ha convertido ya en un nodo que los entendidos consideran un “polo arqueológico”.
Por su trascendencia, aquellos registros de 2010 generaron conjeturas acerca de nuevas rutas de poblamiento de los llanos lagunares del sur santafesino y movilizadoras discusiones sobre las estrategias de uso de ese espacio que tuvieron, hace más de ocho mil años, los pueblos cazadores-recolectores; un espacio singular al que dos célebres investigadores argentinos, Pierina Pasotti (1902-1996) y Alfredo Castellanos (1893-1975), definieron a mediados de los años 60 del siglo pasado como Pampa de las Lagunas.
Pampa de las Lagunas llamaron Pasotti y Castellanos a una franja irregular que, casi en forma oblicua, corta el departamento santafesino de General López, uniendo Venado Tuerto, Maggiolo y Teodelina. La localidad de San Eduardo, contigua a Venado, con sus ya emblemáticas lagunas El Doce, Las Lágrimas y La Amarga, está hoy en el centro de las miradas y El Doce parece ser a su vez, desde 2010, núcleo de un reservorio dispuesto a modificar historias contadas y desmentir certezas previas.
“El fechado de 8.274 años le confiere a este sitio la mayor antigüedad de presencia humana en Santa Fe y permite diferenciar claramente esta unidad cultural de la localizada antes en la laguna Las Marías, en Villa Cañás, que es de unos 2.000 años antes del presente”, señala a Suma Política el antropólogo Juan David Ávila, quien lideró el equipo del Centro de Estudios Interdisciplinarios en Antropología de la Universidad Nacional de Rosario (CEIA) que trabajó en los hallazgos en El Doce.
“También se pudieron registrar varias ocupaciones humanas en los ambientes lagunares durante el Holoceno tardío —amplía Ávila—; en El Doce tenemos fechados sobre restos óseos humanos en 3.490 años antes del presente y sobre tiestos cerámicos en 2.350 y 1.555 años; en Las Lágrimas, restos humanos de 1.450 años antes del presente; en Las Marías, Villa Cañás, de hace 1.880 años”.

Algo yace en la laguna
El Doce es un cuerpo de agua ubicado trece kilómetros al sudoeste de San Eduardo, tiene forma elíptica y cubre una superficie de 4,3 kilómetros cuadrados; su régimen de alimentación es mixto, provisto por acuíferos y por el régimen estacional de lluvias.
Las investigaciones en El Doce comenzaron a mediados de los años 80 del siglo pasado, pero cobraron magnitud a partir de 2003; fue cuando las aguas de la laguna —después de las inundaciones de 2001 y 2002 provocadas por la oscilación El Niño— sufrieron una retracción y se derrumbaron algunas de las barrancas.
“Si bien nuestro trabajo en la zona comenzó en 2003, desde mediados de los noventa estábamos interesados —comenta al respecto Ávila—, porque diez años antes, en la década de 1980, Carlos Ceruti, un arqueólogo de Santa Fe que trabajaba en el museo de Paraná, y Martín Iriondo, fallecido recientemente, habían recorrido la laguna y encontrado materiales, aunque en poca cantidad. Desde 2003 hallamos restos óseos humanos dispersos en el sector noroeste de la laguna, también faunísticos y material lítico… Lo interesante en Las Lágrimas y El Doce, que son lagunas formadas por lunetas de deflación, es la variabilidad y la concentración de materiales allí”.
“En un primer momento el impacto fue esa variabilidad de materiales; luego, cuando se concretó el fechado, vino la novedad —memora Ávila—. Hasta entonces lo encontrado en ese sitio databa del Holoceno tardío, hace unos tres mil años; o lo que comentaba antes de Villa Cañás, muy cerca de ahí. Al saltar uno de los fechados a 8.200 años se generó otro movimiento, preguntas… Parecía un hecho muy aislado y nos preguntábamos si estarían bien estos análisis… Sucedió entonces que ese fechado coincidió con otro, de 9.000 años, sobre un hallazgo en Laguna de los Pampas, en Lincoln, provincia de Buenos Aires. Ahí empezamos a ver otro panorama…”.
Para este antropólogo rosarino, “los hallazgos en las lagunas de Santa Fe vinieron a dibujar otra posibilidad de recorrido de aquellos pueblos en cuanto a la ocupación del territorio: desde el noroeste hacia el sudoeste”. Ampliaron el conocimiento sobre el poblamiento temprano de la región norte de la pampa.

Un palimpsesto entre la arena
En El Doce —además de los elementos de fauna y material lítico hallado sobre la playa— los arqueólogos constataron que hubo enterratorios humanos hace milenios. Aunque ningún ajuar funerario dio cuenta de ello, sí se verificaron fosas sepulcrales a más de un metro de profundidad. “La laguna es también entonces una presencia de valor simbólico, porque los pueblos enterraban allí a sus muertos”, reflexiona el antropólogo.
En esa suerte de palimpsesto constituido por figuraciones entre la arena, los arqueólogos encontraron restos de diecinueve humanos de ambos sexos, fragmentados, previsiblemente dispersos por el oleaje durante milenios y por la acción de otros actores de la vida lagunar. También dieron con restos de guanacos, ñandúes, venados de las pampas, vizcachas y tucu- tucus. Pero lo novedoso fueron, como se dijo, las modificaciones de carácter antrópico sobre algunos de esos huesos de animales: cortes, fracturas intencionales realizadas por el hombre.
Lo que viajó al AMS Laboratory de Arizona para su análisis fueron entonces un fragmento de radio cúbito de guanaco con huellas de corte y procesamiento para el consumo, hallado en 2003, dos dientes de un cráneo humano extraído en 2006 y elementos líticos rescatados en 2009.
“La población que dejó elementos culturales y restos de fauna y practicó las inhumaciones en El Doce es la ocupación humana más antigua conocida hasta el momento en la provincia. Esos dientes humanos fueron fechados en 8.274 años y el radio cúbito de guanaco con marcas antrópicas en 7.026 años. Es decir, todo se ubica en una franja de aproximadamente 1.500 años, entre 8.342 y 6.968 años atrás, a comienzos del período húmedo conocido como Óptimo Climático o Hipsitermal, que regionalmente marca el fin del Pleistoceno y el comienzo del Holoceno”, dice Ávila.
Arriesga además que en ese momento, que él define como el de una “primera ocupación”, este territorio “debió presentar un aspecto similar al actual, con una laguna y una luneta originadas por deflación y una cubierta vegetal constituida por pastizales. Los hallazgos, naturalmente, generan estudios vinculados. La presencia del guanaco allí está hablando de un clima más árido, parecido a lo que es el norte de la Patagonia ahora”, amplía.
A la hora de los rescates, las piedras también hablan: parte del material lítico de aquellos pobladores no era oriundo de estas llanuras, sino procedente de los sistemas serranos de Tandilia y Ventania, al centro-sur de la provincia de Buenos Aires, lo cual estaría diciendo, entre otras cosas, sobre el carácter nómade de esos pueblos o que, para obtener esos elementos, éstos se habrían tenido que desplazar, al menos, más de trescientos kilómetros.
Así, las conjeturas cobran a veces la fuerza de deducciones y un conocimiento, superador, reemplaza otro. A raíz de estos rescates, en una publicación denominada “El Holoceno Temprano-Medio y la Ruta del Poblamiento: laguna El Doce” (2013, Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, INAPL), los mencionados antropólogos Ávila y Ceruti coligen: “Durante el Pleistoceno final y Holoceno temprano, poblaciones de cazadores-recolectores armados con boleadoras, proyectiles de punta lítica o de hueso y con instrumentos portátiles de molienda transitaron por los alrededores de la laguna y aprovecharon la fauna local, como lo demuestran las huellas de corte registradas en numerosas piezas óseas”.
“En los períodos secos —suponen los investigadores— este tránsito debió ser fugaz, pero en los períodos más húmedos, cuando la laguna proporcionaba agua dulce y se convertía en fuente de atracción para la fauna, las ocupaciones tuvieron mayor duración y la laguna integró un circuito trashumante con desplazamientos de largo alcance. La amplitud de estos desplazamientos está indicada por la variedad de la materia prima lítica recuperada, que apunta a las sierras de la provincia de Buenos Aires, a la serranía cordobesa y a las costas del río Uruguay; otro indicador es la presencia de ejemplares del molusco adelomelon brasiliana, existente en el Río de la Plata o la costa atlántica”.
Y van más allá, al inferir que la presencia de enterratorios “es coherente con una ocupación semipermanente, o con un circuito trashumante que implique ocupaciones relativamente breves, pero reiteradas a lo largo del tiempo”.

Las derivas
Las acciones derivadas de aquel fechado de 2010 dibujan un amplio espectro de acciones que involucra la investigación científica, el relato histórico, la narrativa del arqueólogo y, también, la participación comunitaria. Inmediatamente después de 2010, el entonces Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia de Santa Fe produjo un magnífico documental audiovisual, Rescate en la llanura, que retrató y significó la experiencia.
Actualmente, la doctora Ludmila Menéndez, antropóloga biológica del Conicet, está investigando en las universidades de Bonn (Alemania) y de Viena (Austria) la aplicación de métodos morfométricos y estadísticos para observar la variación anatómica de las poblaciones humanas que habitaron las lagunas del sur de Santa Fe y así discutir los patrones dietarios, de movilidad y procesos de diversificación evolutiva que se fueron sucediendo a partir de las diferentes oleadas migratorias en América.
También por estos días el doctor Nicolás Rascovan, de la Unidad de Paleogenómica Microbiana del Instituto Luis Pasteur de París, Francia, está analizando los restos óseos humanos rescatados en El Doce y Las Lágrimas a fin de estudiar las enfermedades infecciosas de las poblaciones humanas durante el Holoceno, utilizando secuenciación masiva de ADN y bioinformática.
Y recientemente se publicó un trabajo sobre las investigaciones en Las Lágrimas en la revista Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología y otro en Editorial Springer, sobre el análisis de los restos óseos humanos que se recuperaron en dichas laguna y en El Doce.
En tanto, el equipo del Centro de Estudios Interdisciplinarios en Antropología de la UNR (CEIA) desarrolla el proyecto “Investigaciones arqueológicas de grupos cazadores-recolectores holocénicos en los ambientes lagunares del sur de Santa Fe (Campo de Dunas del Centro Pampeano, Argentina)”, dirigido por David Ávila y Mariela Gallego. El CEIA incorpora el aporte de especialistas en análisis cerámico, lítico y de restos óseos humanos y faunísticos, y de estudiantes de la carrera de antropología.
“Hay dos instancias derivadas de estos rescates —piensa Ávila—. Por un lado está lo netamente vinculado con la investigación, con la publicación de un trabajo científico. Por otro, la difusión: compartir esto con la comunidad; a mí esto último me interesa mucho porque hay una idea de proceso, hoy mismo la gente que vive en San Eduardo tiene una relación con ese territorio que resulta ser la misma que tuvieron los cazadores recolectores hace diez mil años; la ocupación también somos nosotros. Nos interesa mucho enfocar esa idea de proceso, de continuidad”.
Esta aspiración de “compartir con la comunidad” la experiencia implica, también, acuerdos, por ejemplo en relación a qué hacer con los restos óseos de pueblos originarios: “Los restos óseos no se exponen por respeto a las comunidades y ya hay una serie de legislaciones al respecto —dice el antropólogo—. La gente de San Eduardo es parte de la guarda de esos restos y hemos charlado con ellos para ver de qué manera se podría hacer un re-entierro de los mismos en la laguna, o no hacerlo. Parte de estos restos está en el museo del pueblo y parte en la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR”.
Dos hechos, diferentes en cuanto a su relevancia, simbolizan este aspecto del trabajo comunitario al que refiere el antropólogo: cuando se inauguró la ruta provincial que une San Eduardo con la ruta nacional N°8 y con Venado Tuerto se instaló un cartel a la entrada de aquel pueblo que anuncia la presencia del “asentamiento más antiguo de pueblos originarios en la provincia de Santa Fe”. Y en San Eduardo, como consecuencia de todos los hallazgos en la zona, la Casa de la Cultura se convirtió en el Museo Regional y Archivo Histórico “Nicolás Busso”, ubicado enfrente y a pocos metros de la laguna Las Lágrimas.

Todo cambió
En un estudio publicado en 2013 (“Nuevos avances vinculados a las ocupaciones tempranas en ambientes lagunares del sudoeste santafesino. Sitio laguna El Doce”, Cuadernos del INAPL), los antropólogos Juan David Ávila, Jimena Cornaglia Fernández y Carolina Gabrielloni señalan que lo acontecido en ese lugar “resulta de fundamental importancia para estudiar los procesos de ocupación del espacio por parte de las poblaciones que transitaron y se asentaron en los actuales entornos lagunares del departamento General López”, porque “se genera una nueva expectativa sobre la ocupación humana de la zona, extendiendo el lapso temporal hacia el final del Holoceno temprano. Estos ambientes lagunares se constituyeron en un paisaje atractivo para el asentamiento de grupos humanos debido a las condiciones ambientales. De esta forma, el sitio Laguna El Doce constituye el sitio arqueológico con mayor abundancia de concentración de materiales de la Pampa de las Lagunas y el más antiguo, hasta el momento, en el actual territorio de la provincia de Santa Fe. Además de presentar uno de los fechados más tempranos sobre restos humanos en la región pampeana”.
Desde hace una década continúan sucediéndose excavaciones y rescates en el sur santafesino; cada hallazgo somete lo antes escrito a un proceso de revisión en un juego interminable de consensos y tensiones, en el que presionan, a veces en direcciones diferentes, las suposiciones, el entusiasmo y el pensamiento riguroso.
Si bien no todos estos hallazgos dan cuenta de la presencia de pobladores hace más de ocho mil años en los ambientes lagunares —como se vio, algunas dataciones se distancian en milenios unas de otras—, todos ellos, en su conjunto, hablan de un continuo, de un proceso poblacional que comenzó allá lejos, durante el Holoceno temprano, y llega hasta hoy. En este argumento —necesario para la narración del arqueólogo o el antropólogo— ponen el acento Ávila y su grupo de trabajo: esa interpretación intenta decirle a los contemporáneos habitantes de San Eduardo y la zona que, pese a las diferencias de rasgos y costumbres, ellos no son más que aquellos otros que, en el Holoceno temprano, estuvieron allí, reflejando sus rostros en el agua de las mismas lagunas que desde hace unas centurias se llaman El Doce y Las Lágrimas. No los vincula etnia o cultura alguna; los une algo más poderoso: el sitio que los llamó a vivir, las aguas donde bañaron sus cuerpos, bebieron, comieron e imaginaron. Fue en El Doce donde los restos humanos, pertinaces, dijeron a sus analizadores que habían tenido vida en estos lares hace 8.274 años: ese hallazgo, al tiempo que registró la presencia más antigua de pueblos originarios en el territorio de la actual Santa Fe, puso la semilla para las investigaciones que se escriben por estos días. Inexorable, la datación de 2010 desparramó las piezas del rompecabezas armado hasta entonces e instaló otras figuraciones. El caleidoscopio había girado para siempre.
Autor
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Músico, periodista y gestor cultural. Licenciado en Comunicación Social por la UNR. Fue editor de las revistas de periodismo cultural Lucera y Vasto Mundo.
