Un año después del retorno de la democracia se conformó, en 1984, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) cuyo objetivo era buscar a los desaparecidos de la última dictadura cívico militar y restituir sus identidades. Casi cuarenta años después es una referencia ineludible a nivel internacional, tiene más de 60 integrantes, oficinas en Nueva York y México, trabaja buscando los restos de personas desaparecidas tanto en dictadura como en democracia y extiende sus horizontes hacia otros países.
Juan Nóbile forma parte de este equipo. Es docente, antropólogo forense y en las últimas primarias fue precandidato a senador del departamento San Lorenzo por el Frente Amplio por la Soberanía. Los inicios del EAAF, las relaciones con los distintos gobiernos a lo largo de estos cuarenta años de democracia y la importancia de la recuperación y restitución de las identidades tanto para las familias de los desaparecidos como para el país fueron tópicos que Nóbile abordó en conversación con Suma Política.
—¿Cómo aparece la antropología forense en Argentina?
—La antropología forense surgió por la demanda de familiares de los desaparecidos de la última dictadura cívico eclesiástico militar. En 1984 empezaron a averiguar si existía la posibilidad de identificar los cuerpos a partir del análisis de los restos óseos. Sin embargo, por distintas razones, ni las universidades ni otros organismos estatales le dieron mucho cause a ese pedido.
La antropología forense en Estados Unidos, y el mundo anglosajón en general, ya tenía una trayectoria a raíz de la Segunda Guerra Mundial, cuando se aplicaron métodos de la antropología para identificar soldados a partir de restos esqueletales. Las madres y familiares de desaparecidos fueron a Estados Unidos, a Texas concretamente, y se reunieron con un antropólogo forense, Clyde Snow, que trabajaba delitos de lesa humanidad en Guatemala. Clyde aceptó venir a Argentina y trabajar con los restos que los militares habían entregado a las familias a cajón a cerrado. Clyde Snow los analizó y confirmó su identidad. Pero, además, a través de la aplicación de los métodos de la antropología forense, logró certificar que una mujer, que había estado embarazada en el momento del secuestro, había dado a luz. Así se abrió el interrogante sobre el destino de los nietos que nacieron en cautiverio. Snow propuso hacer un equipo de antropología forense en la Argentina conformado, en aquel entonces, por estudiantes de distintas carreras de antropología del país, aplicando el método antropológico en sus distintas especialidades (social, arqueológica, biológica) con el objetivo de buscar a las personas desaparecidas.
Se intentó generar una hipótesis sobre dónde ir a buscar esos cuerpos. Para eso había que tener una noción clara sobre los mecanismos de desaparición que utilizó la dictadura. Partimos de la idea básica de que fue un plan sistemático: durante la dictadura se pensaron una serie de estrategias sobre los secuestros y el tratamiento que le iban a dar a esos cuerpos. Empezamos a estudiar y a aplicar métodos de la antropología partiendo de la hipótesis de que muchos de los desaparecidos estaban en tumbas anónimas en los cementerios, pero también en centros clandestinos de detención. Comenzamos a excavar tumbas NN y centros, recuperando los cuerpos y analizándolos en laboratorios. La antropología física desarrolló metodologías para determinar si los restos pertenecen a un hombre o a una mujer, su edad, estatura y causa de muerte. Identificar es una operación que requiere vincular la información de las identidades que no tienen cuerpo (datos que son brindados por los familiares) y cuerpo sin identidad. Este trabajo se facilitó mucho a partir del siglo XXI con la incorporación de la genética.
—¿Cómo repercutieron y repercuten estas investigaciones en los juicios de lesa humanidad?
—Lo que demuestran estas investigaciones es, primero, el plan sistemático: la conexión de los centros clandestinos de detención con la estructura de la desaparición. Por ejemplo, cómo sistemáticamente se pensó el simulacro de enfrentamiento fraguado. Además, hemos encontrado hasta ahora cinco lugares vinculados al Ejército que contienen fosas comunes con restos de víctimas de la dictadura. Esto es otra evidencia material que se toma en los juicios para demostrar la sistematicidad. Nosotros al declarar como peritos tensionamos los discursos que consideran que hubo excesos o actos individuales en el contexto de una guerra. Demostramos que en la mayoría de los casos las víctimas son ejecutadas y no muertas en enfrentamientos.
Por otro lado, en estos casi cuarenta años pasamos por distintas figuras dentro de los juicios. Entre 1984 y 1989 declarábamos y nuestras investigaciones eran datos aportados para juzgar a genocidas. En 1985, por ejemplo, Clyde Snow declaró en el Juicio a las Juntas. Con las leyes de obediencia debida, punto final y, posteriormente, el indulto, seguimos trabajando pero bajo la figura de Averiguación de la Verdad Histórica: identificábamos y restituíamos, pero no tenía ninguna implicancia para los posibles responsables. A partir del 2004, 2005, cuando se derogaron las leyes de obediencia debida y punto final, nuevamente empezamos a trabajar como peritos de la justicia y declaramos en los juicios de lesa humanidad.
—¿Cómo fue la relación con los distintos gobiernos a lo largo de estos cuarenta años de democracia?
—El equipo es una ONG, eso lo posiciona en un lugar de neutralidad. De cualquier manera, recibimos aportes de distintos organismos e instituciones. Hay gobiernos que han aportado muchísimo más que otros. No es lo mismo trabajar bajo la perspectiva de que Memoria, Verdad y Justicia es una política de Estado que trabajar en perspectivas institucionales donde aquello es algo secundario o terciario. Así fue en la década del 90 y en el período 2015-2019, momento en el que hubo una desaceleración notoria de la intensidad en las búsquedas e investigaciones que veníamos desarrollando. En ese sentido la recuperación de la democracia y el hecho de que el siglo XXI nos encuentra sosteniendo estas banderas de Memoria, Verdad y Justicia para nosotros es fundamental. Es muy importante que sea una política de Estado. Tenemos más eficacia cuando es así. Por ejemplo, en todo lo que puede ser vinculado con la gestión de elementos para identificación. Muchos de ellos provienen del extranjero y tienen que ser importados hasta aquí. Tener ese tipo de fundamento político nos hace mucho más eficientes en nuestro objetivo.
—¿Qué significa para las familias la recuperación y restitución del cuerpo y la identidad de un ser querido?
—Una de las cosas que más expresan es la posibilidad de realizar el duelo. Para elaborarlo se necesita una verdad y un cuerpo. Cuando uno identifica y restituye se genera esa calma que viene después de saber qué pasó concretamente, al mismo tiempo que se dispone de la materialidad del cuerpo para hacer los rituales que consideran correspondientes. A partir de ahí se hace una reconstitución histórico-social de la víctima, donde con la identificación se entrelazan todas las redes sociales de familiares y de víctimas del terrorismo de Estado generando un velorio comunitario que es muy significativo a nivel social. Nos expresan, también, la posibilidad de concretar aquel abrazo que quedó pendiente durante tanto tiempo. Muchas veces la actitud corporal de cuando se identifica y se restituye es abrazarse a esos restos, a la urna.
Otra cuestión fundamental es acceder a una verdad que estuvo negada por el Estado durante tanto tiempo. Es parte estructurante de un sistema democrático y republicano el hecho de resarcir todo el daño causado a un colectivo de gente muy grande.
—¿Se puede hacer un balance de si ha sido exitosa o no la búsqueda de los desaparecidos?
—Acá no se habla de éxito. No podemos hablar de que algo fue exitoso. Lo importante es que se permitió demostrar el plan sistemático, se puso en agenda la temática de derechos humanos y permitió visibilizarlo en términos científicos. El registro arqueológico de la última dictadura nos dice que son chicos jóvenes asesinados por muerte violenta. Evidenciarlo es muy importante. No lo está diciendo un organismo ni una víctima, lo está diciendo un cuerpo científico. En términos numéricos llevamos cerca de mil doscientas identificaciones y tenemos hallados quinientos cuerpos que todavía no han sido reconocidos.
Por otro lado, lo que generó el equipo a nivel mundial es muy importante. De alguna manera abrió un camino para que otros países soliciten nuestra intervención. Desde 1984 comenzó un recorrido que es reconocido por muchos organismos, instituciones y países. Ha generado una metodología, una visibilización del trabajo que es considerada y reconocida a nivel global. Argentina es un ejemplo por cómo abordó la temática de la dictadura cívico eclesiástico militar. Ningún otro país latinoamericano pudo emprender la búsqueda de información, la identificación de desaparecidos y el juzgamiento de los responsables. Argentina marcó un camino que es considerado muy importante para otros países.
—¿Qué significa para la democracia el trabajo del EAAF?
—Lo que venimos hablando: la evidencia de la materialización de los crímenes de lesa humanidad de la dictadura. Es lo que más refuerza el Estado democrático. Creo que también hemos aportado a la idea de que nunca más pueda haber dictaduras en nuestro país. No volvieron a ser una opción para ningún sector social. Se pudo evidenciar lo que pasó. No fue un entramado que quedó en una nebulosa, sino que se explicitó y se evidenció materialmente. Eso permite construir democracia. El período 84-89 fue muy crítico porque se esperaba que en cualquier momento se diera otro golpe de Estado. Evidenciar que hubo desaparecidos, que fueron asesinados, que hubo centros clandestinos de detención, encontrar fosas comunes, fueron hechos que formaron parte de un proceso de fortalecimiento de la democracia. Creo que ese es el objetivo central de Memoria, Verdad y Justicia. Uno de los pilares fundamentales de la república es la justicia.
—¿Qué reflexión le genera la existencia de los desaparecidos en democracia?
—A nivel latinoamericano se trabaja mucho el tema de desapariciones en democracia porque lamentablemente es una situación que se da en varios países. Si bien es incomparable con lo que fue el Estado desaparecedor de la dictadura militar, lo que nosotros vemos es que para sostener en el tiempo la desaparición de una persona deben intervenir estructuras vinculadas a alguna institución estatal y/o privada. Si se sostiene es porque hay complicidad, negligencia, inoperancia. Muchas veces vinculado a supuestos básicos sobre cuestiones neo racistas. Los casos que nos han tocado trabajar tenían que ver con chicos o chicas muy humildes o con chicas que se les cuestionaba su moral. Esos eran elementos que frenaban o no hacían importante las búsquedas. Se pone en duda la conducta de la víctima y eso sí tiene una correlación con la dictadura. Además, en la mayoría de los casos hay intervención de fuerzas policiales o militares con lo cual nos plantea una deuda que tenemos: hay sectores que toman la desaparición para salir impunes ya que sin cuerpo no hay delito. Esto no es así, pero de alguna manera también se sostiene.
Otra conexión con la dictadura es que el dolor y el proceso que atraviesan los familiares es absolutamente el mismo. Es la idea en ellos de que la desaparición es lo peor que te puede pasar: no saber la verdad, no tener algo concreto que te diga qué pasó, no tener el cuerpo. Esa mezcla de esperanza y desesperanza que te da la incertidumbre permanentemente. Llega un momento en que muchos familiares nos expresan que no creen en la justicia, pero quisieran tener los restos para estar más tranquilos.
Otra correlación con la última dictadura: para pedir justicia los familiares de desaparecidos en democracia tuvieron que salir a visibilizar el caso, a encadenarse en los tribunales literalmente, a exigir respuestas. De esta manera lograron tener acompañamientos y visualizaciones muy fuertes. Tuvieron que moverse colectivamente.
—Habla de continuidades entre la dictadura y la democracia. ¿Por qué?
—Propongo que nada de esto está atomizado en un tiempo pasado y cerrado. Yo creo que son como pulsaciones o ciclos, donde hay momentos en el cual la violencia desborda y va para cualquier lado y otros donde se encuentra más controlada, pero siempre latente. Uno hoy por hoy podría preguntarse si puede venir otro golpe militar. Quizás no, no creo. Pero sí un gobierno violento, represivo. Las desapariciones siguen pasando y las violencias políticas también. Hay que trabajar estos temas porque hay situaciones que rayan la década del 70: cuando hay estructuras políticas que sostienen que hay que matar sin juicio, que proponen eso como solución. Lo veo como algo muy tentador decir bueno sí, estos tipos con un arma van a solucionar todo. Es la misma construcción discursiva del año 75 y eso es preocupante.