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Sociedad

A 30 años del último atentado contra la familia del fiscal Ricardo Molinas

“Estaba en la vereda jugando con mis amiguitos, tenía 13 años, de pronto desde un auto que dijo perseguir a dos presos que se habían fugado de la cárcel de Coronda, giran un arma y disparan. La bala impactó en mis pulmones”, relata el decano de la Facultad de Medicina, Jorge Luis Molinas, sobre el episodio que un sábado de enero de 1989 se inscribió en los aprietes y atentados que sufría su abuelo, el por entonces titular de la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas, Ricardo Molinas, estimado por propios y extraños como baluarte de ética. Diez años después, la justicia consideró al hecho como culposo. Hoy, a tres décadas, sólo parece haber cambiado el formato porque las intimidaciones como metodología siguen vigentes. 

“En ese tiempo no había celulares y mi abuelo, que estaba en Buenos Aires, apenas le avisaron tomó un colectivo pensando que le habían matado al nieto, porque la amenaza había sido algo así como te bajamos un nieto, dejá de jorobar”, evoca Jorge, hijo de Luis Molinas, por entonces dirigente del Partido del Trabajo y del Pueblo. Y dice que los atentados y amenazas que recibía la familia se producían cuando el fiscal, que el arco político en su conjunto respetaba, tocaba “intereses muy importantes”.

El suceso conmocionó Rosario y dos días después, el 23 de enero, Ricardo Molinas y sus hijos Luis y Fernando dieron detalles de lo ocurrido en declaraciones al diario La Capital. “No se produjo ningún tiroteo, sino que fue un único disparo que salió de un auto de civil, que perseguía a una motocicleta, el que hirió al niño”, dijeron los portavoces de la familia, despejando las versiones en contrario que habían circulado desde el primer momento. Y aseguraron que se trató de un sólo disparo, desde un arma 9 milímetros, que presenciaron unos treinta vecinos. “Dispararon sin advertencia con las dos manos empuñando el arma desde la ventanilla”, relataron en la nota que plantea un interrogante: cómo había llegado la información alterada a los medios de comunicación.    

Pero no fue la única aclaración que hicieron los Molinas, también hablaron de las heridas recibidas por Jorge, internado en terapia intensiva del Hospital Español, “no fue un disparo en la clavícula, sino que tiene inutilizado todo el pulmón izquierdo y aunque no es de peligro inmediato, habrá que esperar siete u ocho días hasta que se conjure ese gran hematoma”. Además dijeron que el disparo fue a menos de diez metros y que “los presuntos delincuentes no tenían armas”, ya que cuando fueron detenidos justo frente a la casa del entonces jefe de policía, sólo se les secuestró un bolso; sus perseguidores iban sin uniforme policial y en un automóvil civil.  

Hubo otros hechos inquietantes ligados a lo que casi fue una tragedia, como el ingreso a terapia intensiva donde estaba internado Jorge de un policía de civil sin que hubiera familiares presentes, y dos horas después de que una visita oficial de uniformados llegara al hospital para interesarse por la salud del niño. Según la familia, el agente  sigiloso “le habría dicho a un policía que casualmente tenía un hijo internado allí, que tenía orden de ver al chico cada dos horas y tomarle declaraciones —porque ahora dicen que nosotros lo quisimos limpiar—, por lo que queremos saber quién puede haberlo enviado con esa orden y violando las reglas de terapia intensiva”, relataron en la nota de La Capital. Además, agregaron: “queremos saber quién mueve los hilos de esto…queremos que se esclarezca”. Diez años después la Justicia dijo que aquello se trató de un hecho culposo, es decir que el daño no fue intencional.  


Jorge y su abuelo

El moisés por el aire


La angustia ya había rozado a Jorge de muy pequeño, cuando una bomba en la casa de su abuelo Ricardo hizo volar el moisés que había ocupado horas antes de que sus sus padres lo llevaran para hacer diligencias. Los primeros en correr fueron los vecinos al ver la cuna entre escombros en la vereda. Otras bombas habían sacudido el estudio jurídico de Molinas, y cuando arreciaron las amenazas de muerte de la Triple A, a mediados de la la década de 1970, decidió que era la hora del exilio en Perú, lugar que compartió, entre otros, junto a quien fue gobernador de la provincia, Jorge Obeid, quien al despedir sus restos en 2006 destacó a Molinas como defensor de presos políticos en las épocas duras.

“Me tocó vivir una serie de situaciones particulares, quizás de allí también deviene el porqué elegí la carrera de medicina”, dice Jorge Luis y evoca al fiscal anticorrupción como un abuelo afable y muy presente, que “siempre enseñaba con su ejemplo, como cuando decidió que cobraría la jubilación o el sueldo de fiscal, pero no las dos cosas porque decía que no eran compatibles. Frente a esta postura, imposible no intentar encontrar paralelos en la actualidad. 

“Cuando sucedían atentados y amenazas, y otras cosas que pasaron en la familia, decía que lo importante era siempre poder mirar a los ojos de familiares y amigos, así podía dormir tranquilo; esa era su noción de la ética”, relata su nieto, que heredó de sus ascendientes el compromiso y la participación. Su bisabuelo paterno, Luciano Molinas, fue gobernador de Santa Fe entre 1932 y 1936, y dirigente histórico del Partido Demócrata Progresista (PDP), que desde su fundación como Liga del Sur, en 1908 y hasta 1939, condujo Lisandro De la Torre. Justamente el latorrismo, fue la línea que priorizó el fiscal, por sobre sectores del partido más afines a posiciones conservadoras.

“Mi abuelo fue diputado nacional en dos oportunidades, durante el gobierno de Arturo Illia, en momentos muy complejos del país, de 1963 a 1966, y de 1991 a 1995. En el medio Raúl Alfonsín lo nombró fiscal nacional de Investigaciones Administrativas, cargo que ejerció entre 1984 y 1991, cuando Carlos Menem lo destituyó”, evoca Jorge Luis. Y cuenta que en la ciudad de Santa Fe, donde don Ricardo ejerció como abogado y profesor en la Universidad Nacional del Litoral, había un dicho, cuando alguien caía detenido en el marco de las luchas sociales y estudiantiles: andá a verlo a Molinas, que tomaba los casos sin importar que hubiese paga en el medio.

“Por todo esto fue ganando una fuerza muy grande como actor de la comunidad, hasta que comenzó a ser perseguido por algunos grupos, como la Triple A, los atentados con bombas en su estudio jurídico y en su casa. La última fue la que voló el lugar donde hubiera estado yo”, explica el decano de la Facultad de Medicina. Y cuenta que al regreso de su exilio, volvió a ser perseguido y le prestaron una quinta en la provincia de Buenos Aires para resguardarse, pero siempre ayudando a los movimientos de derechos humanos que por aquellos años comenzaban a formarse.  


Fiscalía anticorrupción


Para Jorge Luis, la actividad de su abuelo en la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas, cobró relevancia por las denuncias que revelaron fraudes contra el Estado. Las consecuencias de su prédica ejemplificadora no tardaron en llegar y en febrero de 1991 fue destituido por Carlos Menem, pero el fiscal ya había hecho historia y al regresar a Santa  Fe fue recibido por una multitud en la estación de ómnibus de la capital provincial. 

Tan contundente como su praxis era la verba de don Ricardo, que llamó “muñeca inflable de los Estados Unidos” al gobierno que lo había expulsado de la Fiscalía. Más aún, en una entrevista fue frontal: “cada día creo más en la Justicia y menos en los jueces, que me dieron más trabajo que los delincuentes”. De esa talla era la personalidad del fiscal anticorrupción. Al frente de la Fiscalía, Molinas investigó el caso Italo y al ex ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, compras de guardapolvos realizadas por el Ministerio de Acción Social, así como créditos blandos y supuestos fraudes financieros de dos conocidos bancos, según reseñó Clarín el 23 de mayo de 2006, en la nota necrológica ante la muerte del fiscal a los 88 años.  

“En ese momento la Fiscalía era un lugar muy precario, él peleaba por más presupuesto pero no había o no le asignaban; comienza una gran búsqueda de evidencias contra la dictadura y encuentra un decreto de la misma dictadura, donde era posible que aún sin tener todavía un juicio de por medio o una sentencia, podía dar nombre y apellido de los denunciados, no había secreto de sumario”, relata su nieto. Y que una vez por semana hacía conferencia de prensa donde bajaba toda la información de la que disponía. 

“Allí comenzó a ser odiado por los grupos de poder del país, él más o menos menciona unas treinta mil causas que llevó la fiscalía en sus ocho años de gestión. Una de sus mayores hazañas fue citar a declarar a Martínez de Hoz, pero por supuesto, las causas comenzaron a acumularse en la Justicia, los expedientes dormían en los cajones”, comenta y no pasa por alto que algunos fueron “bastante renombrados como Papel Prensa, autopistas, subterráneos y construcciones que tenían desfalcos económicos importantes”. Además, agrega, su abuelo investigó al propio gobierno de Alfonsín y que la Fiscalía fue baleada varias veces, en una situación que se tensó al punto de que iban armados al despacho, hasta el hecho de 1989, en Rosario, que lo tuvo como protagonista.  

Para Jorge Luis Molinas, “es bueno que las generaciones nuevas conozcan esa parte de la historia, creo que hay mucha gente que hizo cosas por el país y con memoria podemos evitar que se repita lo malo que vivimos”. Y vuelve a evocar la relación especial que el inquebrantable fiscal tenía con sus nietos; era de hablar mucho sobre cómo comportarse y de predicar con el ejemplo.


La participación como herencia


¿Ese bagaje de compromiso operó como herencia? “Creo que sí, decido seguir medicina por ese evento del atentado que me marcó, además de ver trabajar a mi tío como pediatra”, explica sobre su vocación que incluye la docencia temprana en la cátedra de fisiología, cuando estaba en el tercer año de su carrera y ya no salió del ámbito académico, con investigaciones, una especialidad y el doctorado. 

En mayo de 2019 fue electo decano de la Facultad de Medicina. “Junto a un grupo de docentes quisimos cambiar las cosas que no nos gustaban de nuestra Facultad, teníamos el reconocimiento de los estudiantes por nuestras clases y posturas académicas, formamos un frente y ganamos en una elección pareja”, refiere. Y destaca del carácter de las universidades públicas el  cogobierno, entre sus aspectos más valiosos. 

Con respecto a los cambios en la Facultad de Medicina, anotó objetivos a largo plazo y otros que permiten cambiar el día a día. “El principal fue mantener viva la lucha por la gratuidad, el ingreso irrestricto, que le permite estudiar a cualquier persona que quiera hacerlo; hay que buscar con lupa ejemplos como el de Argentina en el mundo. No fue fácil, fue más de un siglo de lucha”, asegura.

Entre los objetivos inmediatos destacó el de usar los fondos que le corresponden a la  Facultad de Medicina, que tiene 102 años, para realizar las obras pendientes en casi dos manzanas: construcción de dos anfiteatros, recuperación y modernización de aulas, incremento de un 40 por ciento del espacio áulico, baños, cambios de piso y oficinas, para los 30 mil estudiantes que allí cursan medicina, fonoaudiología, enfermería, además de  43 carreras de posgrado entre especialidades médicas, doctorados y maestrías. También actualizaron planes de estudios y se aumentaron las prácticas.

“Nosotros le transmitimos a los estudiantes que para ser un buen profesional de la salud de las ciencias médicas, primero hay que ser buena persona y hay que tener presente que el paciente que está enfrente, tiene que ser pensado como un amigo. un hermano; si eso pasa tenemos grandes posibilidades de que esa persona salga adelante o por lo menos que lo aliviemos”, sintetiza a modo de declaración de principios. Y enuncia: “quienes hacemos gestión pública tenemos la consigna de trabajar 24/7, en un país tan deteriorado, con tantos problemas económicos, en pandemia quedó claro que tiene que haber más profesionales, educados en la universidad pública”. 


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