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Política

[diciembre 2001 – 20 años] El sueño de los ángeles

León Gieco y sus músicos están por dar un recital en Colón, Entre Ríos; transcurre 2003, han pasado casi dos años desde los trágicos acontecimientos de 2001, que el 19 de diciembre de ese año se cobraron en Rosario la vida de Claudio Pocho Lepratti, asesinado por la policía santafesina. Entre el público masivo que asiste al recital están Celeste Lepratti, hermana de Pocho, y su prima. Ambas llegaron a Colón con una ilusión, más allá de la música: dialogar con León y darle una remera, de las tantas que hicieron estampar, que reza: “Pocho vive carajo”. Gieco sabe lo que ha pasado en Rosario en diciembre de 2001 y de primera mano: Pocho tenía una activa participación en la revista El Ángel de Lata y León es un facilitador de la distribución y venta de la misma en sus recitales; por eso, en 2002, algunos de los realizadores de la publicación le acercaron un número recién editado que habla del asesinato de Pocho; le cuentan, además, pormenores de la historia. Gieco es, ya entonces, un artista de la memoria.

Celeste y su prima sienten frustración el día del recital. No logran aproximarse a León, pero el azar juega a sus cartas: se encuentran con un amigo periodista de Concepción del Uruguay (la zona entrerriana de la cual los Lepratti son oriundos) y éste les dice que el cantautor ofrecerá después del show una conferencia en un hotel; las invita. En plena conferencia, el periodista entrerriano habilita la palabra de Celeste, que le cuenta a León algo de la historia que él ya conoce y, además, le entrega la remera. “Siento que tengo una deuda muy grande con todo lo que pasó en Rosario y todavía no hice nada por eso y por Pocho”, la sorprende Gieco.

Un año después, Celeste recibe en Rosario un CD de parte de León Gieco que tiene grabada una canción; es un demo. Intuye de qué se trata, pero no sabe de qué va hasta leer el mensaje que Gieco le escribe. Celeste, su hermana y otros militantes sociales organizan entonces una escucha colectiva de la canción, secreta e inédita hasta entonces, en Gorriti 5559, en barrio Ludueña, donde vivía Pocho. Ese día de 2004, por primera vez suena por altoparlantes, para todos los presentes, “El Ángel de la Bicicleta”. Y un año después, en 2005, la canción forma parte del nuevo CD de Gieco, Por favor, perdón y muchas gracias. Desde entonces, como un mantra, “El Ángel de la Bicicleta” unirá voluntades que piden justicia y llevará agua para el costal de la memoria. La canción es, en sí misma, un memorial.



Celeste Lepratti cuenta esta historia a Suma Política mientras revuelve el azúcar hundido en el fondo de su taza de café, en el pequeño local de la panadería San Cayetano, Mendoza y Gutenberg, en el oeste rosarino. Llega al asunto de la escucha colectiva de la canción después de haber repasado, con minucia, su vida aquel 19 de diciembre de 2001. Ella tiene ahora 43 años, tres hijos (Simón Claudio, Severino León y Lila), fue concejala de Rosario por el Frente Social y Popular entre 2015 y 2019, y dentro de unos minutos saldrá corriendo (así parece ser su vida) a una conferencia de la Asamblea del 19 y 20, el colectivo que trabaja para pedir justicia por los sucesos de diciembre de 2001.

“Las y los Lepratti vivíamos en Entre Ríos, somos entrerrianos; ese diciembre yo estaba allá junto a mi familia y hacía poco había empezado a trabajar en la docencia. Ese 19 de diciembre estuve un rato en Concepción del Uruguay, que es la ciudad más cercana y conocida del pueblo donde crecimos, Colonia Los Ceibos, un ámbito rural. Somos seis hermanos y hermanas, dos mujeres y cuatro varones, Pocho era el mayor”, dice, y se detiene; prolonga un silencio recargado de emoción.

“Volviendo a ese día —sigue—, había estado recorriendo Concepción, había tenido que ir a hacer un trámite sobre el Censo 2001 porque había censado en Colonia Los Ceibos; me encontré con un panorama que nunca había visto, me dio mucha tristeza: el 19 de diciembre en Concepción estaban todos los comercios cerrados, persianas bajas y había un movimiento muy grande de efectivos policiales en los supermercados… El día anterior había sido noticia en los medios nacionales que Concepción del Uruguay era el primer lugar del país donde habían comenzado movimientos de saqueos; se lo llamaba así ingenuamente, porque no se decía lo que estaba pasando; siempre esta cosa de criminalizar y culpabilizar… La gente salió por muchas razones y también porque había hambre”. 

Celeste —entonces una joven maestra de 24 años— regresa a su casa la tarde del 19 de diciembre de 2001 y cuenta a su hermano Osvaldo y a su madre lo que había visto en Concepción. Enciende el televisor para anoticiarse, con preocupación, de lo que estaba ocurriendo en el país. Cerca de las nueve de la noche suena el teléfono de la casa. Atiende Osvaldo. La llamada es larga; “es un llamado que no terminaba nunca”, rememora Celeste, que con su mamá comienzan a inquietarse, mientras observan que Osvaldo contesta con monosílabos a la persona que está del otro lado del auricular. Osvaldo cuelga y da cuenta de la tragedia. A Pocho le habían disparado a las seis de la tarde en Rosario y había muerto una hora después. Quienes asumieron la tarea de avisar tardaron, tuvieron dificultades para ubicar a la familia desde Rosario. “A las nueve recibimos ese llamado que nunca se esperó; esos días también se borraron un poco…”, murmura Celeste, pese a lo cual, casi como una dolorosa necesidad, rearma la forma de esas jornadas.

Pocho Lepratti tenía 35 años cuando fue asesinado y hacía tiempo que había decidido vivir en Rosario, cuando tenía apenas 19 o 20. Llegó a la gran ciudad para estudiar y halló su sitio en barrio Ludueña. “Él había elegido un lugar y una familia, que era esa con la que estaba todos los días: los jóvenes; el padre Edgardo Montaldo, que era un referente de su tarea; todo lo que hizo Pocho fue siempre en clave colectiva”, recuerda su hermana. Pocho, a diario, trabajaba en barrio Ludueña, pero también tomaba su bicicleta e iba a realizar tareas sociales a Villa Banana y a la Escuela 756, “la Serrano”, en Ámbar y España de barrio Las Flores, donde fue asesinado.

“Aquella noche del llamado pensábamos que le había pasado algo a Camilo, mi hermano más chico que estudiaba en Oro Verde, cerquita de Paraná, pero no… Era Pocho. A mi viejo, que vivía muy cerquita, le fuimos a decir con mi mamá. A mi hermana Laura, que estaba en Concepción, la llamamos; a otro hermano que andaba por ahí le pedimos que regresara. Muy rápidamente se organizó mi papá para venir con mi hermana Laura a Rosario, en la madrugada —repasa—. Mi padre fue un pilar durante esos primeros años. Él tomó el lugar de nuestra familia y el de muchas otras, me parece”.

La hermana de Pocho hace una pausa en su relato, cuando llega al momento de hablar de su papá Orlando. “Después no pudo más —continúa—; fallece exactamente tres años después del asesinato de Pocho. Viene a compartir actividades a Rosario un 19 de diciembre de 2004, recorre los lugares donde Pocho vivía y trabajaba, la Escuela Serrano, la biblioteca que ya llevaba su nombre en Tablada, participa del acto en Tribunales, en la marcha… Viaja de regreso el 21 a Concepción y cuando llega se descompone en la calle y muere. Una descompensación lo mató, tenía una circunstancia con su corazón, era muy joven, 61 años… Nosotros decimos que lo mató la impunidad”.

Celeste Lepratti, sus hijos y Pocho en el recuerdo

Viejas impunidades, nuevas impunidades

Celeste Lepratti es hoy docente en tres escuelas medias para adultos de Rosario. Reparte su energía y afecto en esa tarea y en mantener viva la pelea por justicia. Después de su repaso, íntimo, de aquel diciembre, reflexiona que actualmente “aparecen personajes nefastos como Cavallo explicando qué es lo que pasa en la Argentina y qué es lo que habría que hacer” para salir de la crisis, y eso la desanima. “Eso es terrible”, concluye.

Admite que aquellos días de 2001, si bien para ella y los suyos “fueron los más tristes”, también llevaron “rebeldía y resistencia. Después pasa lo otro —aclara—: la respuesta de un Estado no cambia: reprime y no resuelve las causas que desatan las crisis, porque aún hoy seguimos sin resolverlas… Esto es parte de un plan, claramente. Hubo muchos gobiernos desde 2001 hacia aquí y ninguno tomó seriamente, con la responsabilidad que requiere, hacerse cargo como Estado de lo que pasó en esos días, de cuál fue la respuesta que se tuvo para con la gente con los hechos represivos. No sólo hablamos de los 39 asesinados en todo el país, sino de los cientos de miles a los cuales les cambió la vida para siempre, los sobrevivientes”.

Celeste habla entonces, con el mismo énfasis, de los “sobrevivientes sociales” y piensa: “Hay miles de heridos, gente que la pasó mal, que salió a la calle, y me parece que no es casual que los gobiernos vengan haciendo lo mismo. La impunidad de lo ocurrido en 2001 habilitó otras impunidades. Si la única respuesta del Estado es la de reprimir cuando la gente está en las calles, es porque son y se sienten impunes”.

“De la Rúa, a diferencia de Reutemann, fue sentado en el banquillo de los acusados, aunque sobreseído luego —continúa, a la hora de nombrar a “los principales responsables políticos de la masacre en aquellos días”—. Aquí eso ni siquiera sucedió. Reutemann fue el intocable. La hipocresía de la clase política en general me parece lamentable: fue innecesaria esa serie de despedidas que se escucharon cuando murieron Reutemann o De la Rúa. Todo eso lo tenemos guardado en la memoria, porque después son también estas personas que leyeron esas despedidas las que vienen a homenajear a nuestras víctimas o a querer recordar… Es increíble, pero hay personas intocables que tienen una responsabilidad de lo sucedido y murieron impunes”.

Vuelve a hacer un silencio y, tras una larga cavilación, comenta, bajando la voz: “Hay cosas que todavía tenemos que hacer. Si a veinte años seguimos en pie, mi familia y yo, es porque vamos aprendiendo. Hay experiencias que nos dicen que después de muchísimo tiempo se pudo cambiar algo, no nos vamos a rendir, las cosas no resultaron en tiempo y forma como queríamos, pero la lucha sigue. La justicia no va a llegar del modo que creíamos… Y la memoria no es una palabra, sino una construcción, algo en movimiento. Apostamos desde ahí. Nada es sencillo”.

“¡Hijos de puta, bajen las armas!”

Claudio Pocho Lepratti (1966-2001) cursó la secundaria en el colegio salesiano Santa Teresita, en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. En 1983 inició estudios de Derecho en la Universidad Nacional del Litoral como alumno libre. En 1986 ingresó como seminarista en el Instituto Salesiano Ceferino Namuncurá, en Funes, y eligió la carrera de “hermano coadjutor”. Cinco años después abandonó el seminario y se radicó en barrio Ludueña, donde encontró en el padre Edgardo Montaldo el referente religioso, social y ético que buscaba, en su opción de trabajar por los pobres. Desde mediados de los 90, Pocho trabajó como no docente para el servicio de Cocina Centralizada en la Escuela 756 de barrio Las Flores.

El 19 de diciembre de 2001, una patrulla de la Policía de la Provincia de Santa Fe había llegado desde Arroyo Seco hasta el sur de Rosario. Los policías entraron en barrio Las Flores y comenzaron a disparar en los fondos de la Escuela 756. “¡Hijos de puta, bajen las armas que aquí sólo hay pibes comiendo!”, les gritó Pocho. Fueron sus últimas palabras. El policía Esteban Velásquez le disparó a quemarropa con su Itaka y el balazo le destrozó la tráquea. El policía que lo asesinó fue condenado a catorce años de prisión por homicidio agravado y sólo pasó un tiempo en prisión. Las autoridades políticas que gobernaban la provincia de Santa Fe entonces nunca fueron acusadas ni llevadas a juicio. Tampoco esgrimieron una disculpa pública por el crimen.


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