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Historias en fuga

Einstein saluda en Rosario Norte

Durante un mes del año 1925, entre el jueves 25 de marzo y el miércoles 23 de abril, Albert Einstein visita la Argentina: ofrece doce conferencias de divulgación científica en Buenos Aires, La Plata y Córdoba, dirige encendidas alocuciones en favor del sionismo, insta a fortalecer la Universidad Hebrea de Jerusalén, publica tres artículos en un diario de tirada nacional, camina para distenderse por calles de tierra del conurbano bonaerense, medita durante el crepúsculo desde un puente de madera en Llavallol, cena con su amigo Leopoldo Lugones, toma una merienda con el presidente Alvear, flirtea con la escritora Else Jerusalem, ejecuta un solo de violín en una recepción, sube por primera vez a un avión, viaja en tren hacia Córdoba, visita un singular hotel en La Falda. La saturada agenda en el país que, él confesaría después, lo agota físicamente, incluye su presencia, un par de horas de la mañana del 14 de abril del año 25, en los andenes de la Estación Rosario Norte del Ferrocarril Central Argentino. Paradójicamente, unas fotografías que intentaron hacer perdurable este acontecimiento lo pusieron en duda: muestran a un Einstein de aspecto obeso, con una figura diferente de aquella otra suya, ya entonces casi un estereotipo; esa discordancia propuesta por las fotografías sembró la idea de que un impostor, en Rosario Norte, había representado frente a las cámaras el papel del científico más rutilante del siglo XX. 

Dos expectativas alienta Einstein a sus 46 años cuando decide venir a la Argentina: conocer las colonias agrícolas de inmigrantes judíos en Entre Ríos y exponer nociones básicas de su Teoría General de la Relatividad. Su primer anhelo será asignatura pendiente en su vida. Él y Elsa Löwenthal, su prima que se ha convertido en su segunda esposa, han desembarcado en suelo argentino al alba del 25 de marzo de 1925 desde el Cap Polonio, un nuevo Titanic cuyo nombre rinde homenaje al accidente geográfico de la costa uruguaya y que zarpa del puerto de Hamburgo el 5 de marzo para unir esa ciudad alemana con las sudamericanas Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires. El transatlántico impone una norma tácita a los pasajeros que cada noche cenan en su lujoso restaurante: vestir de etiqueta. Con un traje de brin blanco, calzando sandalias sin medias y siempre despeinado, Albert Einstein distorsiona aquella pretendida uniformidad. Él y Elsa viajan hacia una gira que durará un mes por ciudades de Brasil, Uruguay y Argentina, cuyos registros son profusos, cargados de interpretaciones, algunas de las cuales serán desmentidas por el diario personal de Einstein cuando sus contenidos salen a luz, tras su muerte. En esa confesión con uno mismo que son los diarios personales, el científico es preciso sobre su tour sudamericano: “me sentí encerrado en una jaula de leones”. En 1925, la Argentina que lo recibe es una pintura variopinta: Einstein ve con sus ojos cómo la belle époque porteña coronada por la Presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear se modifica dramáticamente, apenas saliendo de Buenos Aires, en una dilatada y desértica llanura. Frente a ese y otros contrastes, ya desde la ventanilla de un tren, ya en caminatas, no deja de meditar.

Llega al país con un aura genial: ha obtenido el Premio Nóbel de Física en 1921 por sus estudios sobre el fenómeno fotoeléctrico, en tanto las bases de su Teoría General de la Relatividad, esbozada en 1915, han sido comprobadas por los registros astronómicos de 1919: los de Arthur Stanley Eddington en el Golfo de Guinea (África) y los realizados en la ciudad brasileña de Sobral (“La pregunta formulada por mi mente fue respondida por el cielo luminoso de Brasil”, apuntaría Einstein luego, a propósito de aquellas mediciones y fotos que probaron sus conjeturas sobre cómo la dimensión espacio-tiempo se curva por la presencia de materia). El país evocado, Brasil, es su primera escala sudamericana en 1925. Argentina está al final de su recorrido.

Las doce conferencias que ofrece en este país son matizadas por entremeses que, misteriosos unos, de veracidad dudosa otros, recopilados y ordenados acaso formen un volumen paralelo, no menos atractivo, al que versa sobre las exposiciones científicas. Rosario Norte es uno de esos entremeses, cuya singularidad es estimulada por las fotos que insinúan un fraude.

Else Jerusalem. Ostenta su belleza Else Jerusalem (Viena, 1877-Buenos Aires, 1943) cuando está frente a Einstein en Buenos Aires. Escritora y militante feminista, Else había migrado a la Argentina en 1905 junto a su esposo, el médico Viktor Widakowich. Einstein sabe de su presencia en estas tierras, llega a ella. Una foto los halla juntos en la mansión de Bruno Wasserman, en el barrio porteño de Belgrano, donde Einstein se aloja durante sus primeros días en el país —y donde vuelve también a disentir, como en el restaurante del Cap Polonio, con la norma: transita por las lujosas salas de la mansión usando chinelas, siempre despeinado—. Como al físico, la notoriedad precede a Else: Venus crucificada y Comedia de los sentidos son dos libros suyos sobre la prostitución ya exitosos en Europa, al igual que Dígannos la verdad, sobre educación sexual, y su principal novela, El escarabajo sagrado. Todo demasiado irresistible para Albert, que puede tocar las manos de Else en la mansión de los Wasserman (El escarabajo sagrado, después de varias reimpresiones y ser llevada al lenguaje del cine mudo alemán en 1928 —Die Rathausgasse— , fue censurada por la Gestapo en 1933). La foto porteña es la que sugiere luego comentarios sobre una atracción entre Albert y Else.

Einstein junto a la señora Wasserman y a la escritora Else Jerusalem (vestida de blanco)

La lengua abuela. Else Jerusalem procura no separarse de Einstein; ella domina el alemán y el castellano e intenta ser nexo entre ambos mundos. Seducido, él la deja hacer, aunque pone límites y prescinde de sus favores cuando es entrevistado por el reportero del periódico Di Presse —por entonces se editan dos diarios en yiddish en Buenos Aires: Di Idishe Tzaitung (El Diario Israelita), desde 1914, y el citado Di Presse (La Prensa), desde 1918; ambos serán perdurables: el primero hasta mediados de los años 70 y el segundo hasta 1993—.El reportero del Di Presse se dirige a Einstein en yiddish y éste contesta en alemán, ninguno cede (ambas lenguas son parecidas, el yiddish es la lengua que hablan por entonces judíos del centro y este europeos). Se entabla entonces un debate sobre el futuro del yiddish como lengua de la comunidad judía. Einstein apunta que el hebreo es la lengua que tiene mejor futuro. El periodista insiste en que el yiddish “es la lengua madre de millones de judíos que, en ella, gozan de la ciencia y del arte”. Einstein lo cruza: “¿lengua madre?, ¿y por qué no la lengua abuela?”. El periodista le advierte que se está matando aquella lengua madre. Einstein no vacila: “¿y qué hacemos cuando se muere la abuela?”. 

Sentado en campos del suburbio. Recién desembarcados, Einstein y Elsa Löwenthal son trasladados a la mansión de Bruno Wassermann, un empresario judío del rubro papelero que ha sido uno de los impulsores de la llegada del físico al país. El ya entonces frenético ritmo porteño es demasiado para Einstein: dice necesitar un ámbito más despejado “para poder pensar”. El matrimonio es llevado entonces a pasar un par de días en una chacra que los Wassermann poseen en Llavallol, Lomas de Zamora, una zona de quintas al sur de la ciudad. Einstein se siente relajado, sale a caminar por esas zonas casi rurales, se sienta en los pastos, toca el violín. 

En su visita a la Argentina, Albert decía necesitar descanso

El llamado crepuscular. Llavallol es en esos años del siglo XX un caserío surcado por calles de tierra. Allí Einstein halla por pocos días la paz que desea. Se refugia en una cabaña ubicada en la encrucijada de las calles Moldes y Néstor de la Peña, lejos del mundanal ruido. Sale a caminar en los atardeceres, meditabundo, algo distraído, siempre con traje gris y pelos al viento. Está de buen humor y los vecinos lo adivinan escuchando el llamado crepuscular, inmóvil, sobre un viejo puente peatonal de madera, cercano a la estación ferroviaria del lugar. En su bitácora escribirá luego: “hallé aquí un buen clima y un descanso maravilloso. Y tuve una espléndida idea para una nueva teoría de la conexión entre gravitación y electricidad”. Días más tarde, desde Montevideo, refuta en esa misma bitácora su temprana conclusión: “todas las ideas científicas que pensé en Argentina resultaron ser inútiles”.

Con su mujer, Elsa Löwenthal, en Llavallol

Una Paneuropa. Einstein prevé publicar en Argentina algunos artículos periodísticos. Serán tres en el diario La Prensa. En uno, titulado “Paneuropa”, que se publica en la edición del 24 de marzo, un día antes de su llegada, propone la formación de una entidad transnacional europea, critica el nacionalismo y defiende el renacimiento de una comunidad continental y su unificación, por lo menos en asuntos culturales. En otro de esos textos periodísticos, escribe: “Quiero que en la Argentina, en cuya capital reconozco un gran centro de cultura, se conozcan los fundamentos de mi teoría, tal como la entiendo y no bajo el aspecto en que me la presenten admiradores entusiastas que, en el calor de la polémica, la desfiguran muchas veces”. Einstein dice luego en su diario personal haberse llevado una extraña sensación sobre Buenos Aires: “ciudad cómoda, pero aburrida. Gente cariñosa, ojos de gacela, con gracia, pero estereotipados. Lujo, superficialidad”.

Junkers. El miércoles 1º de abril de 1925, en Buenos Aires, Einstein vuela por primera vez. Sube a un hidroavión Junkers de la marina alemana que ha llegado a Buenos Aires en un vuelo de cortesía. Lo acompaña en la aventura la esposa del empresario Bruno Wasserman y ambos son protagonistas de imágenes históricamente fugaces para la región: son las de aquellos pocos años en que muchos hidroaviones surcan el cielo y aguas del Río de la Plata. Einstein dice haberse sentido atemorizado de manera particular al momento del despegue del hidroavión. Un año después, en 1926, la empresa alemana Misión Junkers obtendrá de parte de la Dirección de Correos y Telégrafos de Argentina la autorización para volar tres veces por semana entre los puertos de Buenos Aires y Montevideo.

Llanto y proclama. Cuando Einstein baja del hidroavión en Buenos Aires, ese 1° de abril, una extraña satisfacción lo colma: le cuentan que su ansiada Universidad Hebrea de Jerusalén —cuyas doce piedras basales, por las doce tribus de Israel, habían sido colocadas en 1918 y venía funcionando de manera incipiente desde 1923 sólo con los institutos de Microbiología, Química y Estudios Judaicos— ha sido inaugurada oficialmente ese mismo día. Einstein, que recorre Argentina invitado por la Asociación Hebraica (luego se llamaría Sociedad Hebraica) y la Universidad de Buenos Aires, es un ferviente difusor del sionismo en el mundo. Ya en 1921 él y Jaim Weizman —décadas después primer presidente del Estado de Israel— han recolectado más de un millón de dólares durante una gira por Estados Unidos para la creación de la citada Universidad. Y en 1923 Einstein visita por única vez Eretz Israel y ofrece una conferencia que se convierte en la primera publicación científica de la casa de estudios ahora inaugurada. Einstein —que ya ha recorrido en Buenos Aires el templo de la comunidad marroquí de la calle Piedras, escuelas, hospitales y orfanatos administrados por la comunidad judía, y redacciones de periódicos que se editan en yiddish— llora de emoción por lo que ha sucedido en Jerusalén mientras él volaba en el Junkers. No desaprovecha la ocasión y, durante el acto que le organiza la Federación Sionista Argentina en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, proclama: “El movimiento sionista restituye la dignidad al pueblo judío, que antes se sentía humillado y deprimido, y todos los judíos deben mostrarse agradecidos a su fundador, el doctor (Teodoro) Herzl, y a su jefe actual, el doctor (Jaim) Weizman, ya que el pueblo judío no lucha por la reconstrucción de su nacionalidad con un espíritu agresivo, sino con el noble y humano anhelo de hacer resurgir su cultura peculiar, que será a su vez un importante aporte a la cultura universal. La Universidad que se ha inaugurado constituye uno de los elementos fundamentales de esa obra cultural del sionismo, que debe ser apoyada por todos los judíos, ya que las obras de esa magnitud necesitan imprescindiblemente del esfuerzo colectivo”.

Un solo de violín. El jueves 2 de abril Albert y Elsa Löwenthal toman un tren en la Estación Constitución que los lleva a La Plata. Le sorprende una ciudad “bonita, tranquila, estilo italiano, con magníficos edificios universitarios que están amueblados en estilo norteamericano”. Permanece apenas siete horas en La Plata, prácticamente no sale de la zona del Bosque y aprecia el Museo de Ciencias Naturales. Tras brindar su conferencia en el Colegio Nacional, una orquesta interpreta un breve repertorio. Einstein sorprende: desenfunda su violín y toca un fragmento solista de la obra Zapateado, del virtuoso violinista español Pablo de Sarasate. El entremés platense tiene su epílogo: el representante de la Universidad Nacional de La Plata ofrece a Einstein un cheque de mil pesos como paga por su conferencia, éste lo rechaza porque le parece demasiado. Al cabo de un intercambio, acepta cobrar quinientos y dejar la otra mitad a condición de que se destine a estudios científicos.

Einstein ejecuta un solo de violín después de su conferencia en La Plata

Lugones. Leopoldo Lugones es hacia 1925 un intelectual argentino conocido por Einstein, ambos han sido delegados ante la Comisión de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones presidida por el filósofo francés Henri Bergson. Incluso tres años antes de la llegada de Einstein a la Argentina, en 1922, cuando es asesinado su amigo Walther Rathenau, judío, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Lugones inicia una colecta para ofrecerle al científico la posibilidad de afincarse en el país. Ahora Lugones acompaña a Einstein cuanto puede, intenta ser su preceptor y lo agasaja con una cena en su casa. Pese a su pensamiento nacionalista, acaso influenciado por Einstein, Lugones, once años después, y dos antes de suicidarse, escribirá el prólogo de La mentira más grande de la historia: los protocolos de los sabios de Sion, de Benjamín W. Segel, Ediciones DAIA, Buenos Aires, 1936).

Insidia y paradoja. Einstein viaja a Córdoba en un tren nocturno. El convoy parte de Buenos Aires el 11 de abril de 1925 y es una formación  ferroviaria dispuesta especialmente por el Ministerio de Instrucción Pública de la Nación. Lo acompañan Elsa Löwenthal y académicos de la UBA. Se siente agotado, pero debe cumplir con las conferencias acordadas. Unos acontecimientos en la ciudad que lo espera sugieren insidia y paradoja: es recibido por autoridades cordobesas como “embajador espiritual de la nueva Alemania”, consideración que no repara en la aversión que el científico guarda por la República de Weimar, cuyas políticas son anti judías; además, es llevado a almorzar al ya entonces conocido Hotel Edén de La Falda, cuyos dueños, los Eichhorn, unos años después financiarán la llegada al poder de Adolf Hitler en Alemania. Einstein nunca se enterará de quiénes han sido sus anfitriones.


Junto a las damas de la Kehilá en los andenes de Rosario Norte

En los andenes rosarinos. El regreso desde Córdoba hacia Buenos Aires está previsto para el 14 de abril y Einstein pide que sea un viaje matutino. El tren inicia su vuelta desde la terminal cordobesa a las 6.45. Una melancolía lo asalta en ese trayecto: percibe con tristeza cómo se diluye su deseo de recorrer provincias argentinas para hallar eventuales refugios de comunidades judías frente a los pogroms antisemitas en Europa; ese ansia lo dominaba antes de partir, en Hamburgo. Ahora le cuentan que el convoy se detendrá en una estación ferroviaria de otra ciudad, Rosario, a mitad de su camino a Buenos Aires. A media mañana, los andenes de Rosario Norte albergan una congregación. Entre quienes esperan a la celebridad está el médico psiquiatra Teodoro Fracassi, que domina el alemán y cumple con el recibimiento protocolar, pero rápidamente la comunidad judía rosarina sobresale. Manuel Wachs, presidente del Centro Sionista de Rosario, saluda a Einstein y, acto seguido, las Damas Israelitas de la Kehilá aparecen con un ramo de flores; Teodora Wachs extiende esa ofrenda a Elsa Löwenthal. Todo es un gran revuelo, se suceden diálogos que pocos comprenden y fogonazos fotográficos que capturan imágenes diversas. Los rollos son revelados y dos fotografías de aquella mañana muestran a un Einstein no reconocible: es la imagen de un hombre demasiado gordo, diferente a la instalada respecto de su persona. La idea de que es un impostor quien ha posado frente a las cámaras en ese breve detenimiento del convoy en Rosario cobra fuerza, con los años, en mentes de conspiracionistas, a punto de poner en duda la presencia del científico en Rosario. Esa imaginación sin límite ni destino se cruza con otras conjeturas, no menos inverosímiles, que, por el contrario, exageran su presencia en la ciudad: son las que dicen que Einstein salió de los andenes, cruzó la avenida Aristóbulo del Valle, caminó hasta calle Pueyrredón y sorbió un café en el bar “El Riel”; o las que destacan que, cuando el tren partió a baja y constante velocidad, se asomó por la ventanilla y, para dar cuenta de uno de sus principios de la Teoría Especial de la Relatividad, lanzó una piedra hacia abajo para graficar su conclusión de que no existe trayectoria de un cuerpo en eso llamado espacio sino trayectorias diferentes que dependen del punto de observación o del sistema de coordenadas. 

El médico Teodoro Fracassi lo recibe al bajar del vagón. Una foto polémica

Bastante lejos de esa imaginería, la crónica del 14 de abril de 1925 dice que, cerca del mediodía, Albert Einstein sube nuevamente a su tren, saluda por última vez desde la ventanilla, se relaja en el asiento de su vagón y entrecierra sus ojos. Ese ensueño que lo apaña hasta su llegada a la estación porteña de Retiro le devuelve imágenes efímeras de su vivencia en los andenes de Rosario Norte y otras, tan pertinaces como fantasiosas, de las colonias agrícolas entrerrianas de inmigrantes judíos que no pudo conocer (nadie le susurró al oído cuan cerca del pueblo santafesino llamado Moises Ville pasaba su tren en el trayecto hacia Córdoba; conocerlo acaso lo hubiera colmado de felicidad). Las dos horas en Rosario Norte, en las cuales tan poco sucedió (el diario rosarino La Capital no se privó de poner su acento impar: “Pasó ayer por Rosario el sabio judío”), no son más que una huella que aparece y desaparece en la memoria de los hombres, sobre la cual comentarios posteriores procuraron anotar la farsa del impostor. Por pura casualidad, ese intento de instalar una farsa —el entremés más fantástico de una obra no escrita— encontraría con los años un guiño cómplice en la reflexión que el propio Einstein, en tiempo presente, plasmó en su diario personal respecto de la impresión que le merecían sus días argentinos de 1925: “Lo que estoy haciendo aquí —escribía— probablemente no es mucho más que una comedia”. 


Fuentes: 

Albert Einstein Archives, Universidad Hebrea de Jerusalén www.alberteinstein.info

Registros de la Kehilá Rosario, Asociación Israelita de Beneficencia

El hombre más genial de nuestro tiempo nos visita: Einstein y la comunidad judía argentina, Miguel Alejandro Dujovne, repositorio institucional, Conicet Digital https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/18002

Albert Einstein visita la Argentina, Alejandro Gangui y Eduardo Ortiz, repositorio institucional, Conicet Digital https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/21896

Diáspora, Nación y Lengua: La palabra impresa en idish como territorio de la diáspora judía en Argentina, Miguel Alejandro Dujovne, Universidad Nacional de Córdoba / Conicet https://cdsa.aacademica.org/000-108/18.pdf

Einstein en Argentina, BBC Mundo https://www.bbc.co.uk/spanish/specials/1534_einstein/page8.shtml

Caminos de hierro, Atilio Reati (Editorial Municipal de Rosario y UNR Editora, 2005)

Einstein y Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba https://www.unc.edu.ar/sites/default/files/EINSTEIN%20-%20ART..pdf

Albert Einstein en Argentina, crónica de una visita agitada, portal Aurora https://www.unc.edu.ar/sites/default/files/EINSTEIN%20-%20ART..pdf

El día que Einstein fue (casi) argentino, Federico Flukso https://fkukso.com/post/114585651660/el-dia-que-einstein-casi-fue-argentino

Archivos de los diarios argentinos Clarín, La Voz del Interior, El Tiempo y La Capital


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