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Política

El “Antón Pirulero” o la banda de sonido de la Cumbre de las Américas

El presidente Alberto Fernández ya arribó a Los Ángeles para participar de la novena Cumbre de las Américas. Las cumbres presidenciales (se celebran cada cuatro años) son uno de los pilares —junto con la OEA, el BID, TIAR— del denominado sistema interamericano, ámbito en donde Estados Unidos proyecta su política hemisférica (de Alaska a Tierra del Fuego). 

La condición de Estados Unidos como anfitrión de una nueva Cumbre luego de 28 años (la primera se celebró en 1994 en Miami), el cambio político en Washington (Trump no asistió a la Cumbre de Lima en 2018) y la promesa de que América Latina iba a ser la región lanzamiento del Build Back Better World (B3W, iniciativa económica global) habían generado muchas expectativas el año pasado en torno a este evento. El Ukraine aid package y los flacos presupuestos estadounidenses (en el contexto de alta inflación) sacaron de la agenda el tema del B3W.

La decisión de la Casa Blanca de no invitar a Venezuela, Cuba y Nicaragua —y en última instancia poner en el centro de la Cumbre la cuestión democrática— generó un fuerte malestar entre muchos líderes latinoamericanos que reclamaron una “Cumbre sin exclusiones”. Cabe recordar que la anterior administración demócrata (Obama) había invitado por primera vez a Cuba (Cumbre de Trinidad y Tobago en 2009) a esta instancia hemisférica. Por su parte, en la reciente U.S.-ASEAN Summit, Biden se reunió con distintos líderes asiáticos que no comulgan para nada con los mínimos estándares de un estado de derecho democrático. Las contradicciones y “el doble estándar” fueron señaladas enfáticamente desde América Latina. 

Los cortocircuitos diplomáticos previos han opacado el desarrollo de la Cumbre antes de su comienzo. Muchos analistas han ahondado en las implicancias para la política exterior de la administración Biden y para el liderazgo estadounidense en la región. Sin embargo, poco se ha dicho sobre qué juego llevan (o esconden) los principales países de la región en el marco del encuentro en Los Ángeles

La participación de los países latinoamericanos en la Cumbre puede ser graficada con la famosa canción infantil del Antón Pirulero: Antón, Antón, Antón Pirulero, cada cual, cada cual, que atienda su juego. En primer lugar, cabe señalar que no hay un “juego latinoamericano” sobre la mesa. La Cumbre evidencia una vez más la fragmentación regional y la falta de una coordinación mínima para llevar una voz común en algunos de los temas abordados como cambio climático, transición digital y recuperación pospandemia. “¿Cooperación regional, estás ahí?”, se titulaba un muy buen articulo de Federico Merke en 2021. Desde el Centro de Convenciones de Los Ángeles la respuesta es un fuerte y rotundo “NO, por acá no apareció”. Ante la falta de la acción colectiva y a pesar de la retórica de “patria grande” de algunos actores, cada país parece jugar su propio juego teniendo en cuenta los condicionamientos externos y domésticos que enfrentan. Los casos de México, Brasil, Chile, Uruguay y Argentina son interesantes para resaltar. 

El equilibrio de AMLO 

El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fue el primero que manifestó su intención de no asistir a una Cumbre con criterios de exclusión basados en el régimen político. El mexicano lideró un boicot al que se sumaron Luis Arce (Bolivia), Xiomara Castro (Honduras) y varios mandatarios del CARICOM (Caribe). Lo interesante del caso de AMLO es que su accionar logra simultáneamente no afectar sustancialmente el sólido y estructural vínculo con Washington, le permite mostrar una retórica progresista para consumo interno, reafirma la piedra angular de la política exterior mexicana que es la defensa de la no intervención en los asuntos internos de los estados y le da una impronta latinoamericanista a su “política de gobierno” mientras la “política de Estado” mira siempre al Tío Sam. La interacción del país azteca con Estados Unidos se basa en tres círculos concéntricos que van de mayor a menor importancia. Una robusta agenda bilateral propia de un país fronterizo, una dinámica económica-subregional (T-MEC) y por último la dinámica hemisférica / interamericana. La “oposición limitada” en este tablero (como queda claro en las constantes críticas a Luis Almagro, secretario general de la OEA) no contamina las otras dimensiones señaladas. 

Las condiciones de Bolsonaro

El presidente Jair Bolsonaro también se mostró reticente a viajar a la Cumbre hasta último momento. A meses de las elecciones presidenciales en Brasil la preocupación del ex militar era evitar que la Cumbre se transformase en el Punch Ball del gobierno demócrata, con críticas a su gestión de gobierno (calidad institucional / medio ambiente). Cabe resaltar que desde que Donald Trump dejó la Casa Blanca el vínculo con Estados Unidos se enfrió rápidamente. La ausencia de los primeros mandatarios de los dos gigantes latinoamericanos (México y Brasil) a una Cumbre organizada en suelo estadounidense representaba para Estados Unidos sin lugar a dudas un fracaso difícil de remontar, más duro inclusive que la cachetada que se llevó en 2005 de la famosa Cumbre de Mar del Plata. Luego de visita del enviado de Biden —el exsenador Christopher Dodd que también estuvo en la Argentina— Bolsonaro aceptó participar con la promesa de un paraguas sobre temas de la política doméstica y la confirmación de una reunión bilateral. Biden tentó a los “adultos en la sala” (burocracias de Brasilia) que buscan volver a reflotar y revivir el vínculo con la potencia del norte. 

La equidistancia de Boric

Por su parte, para el flamante gobierno de Gabriel Boric la asistencia a la Cumbre en el contexto del boicot regional le permite reafirmar (tanto para la platea interna como externa) que su política exterior tiene más de ajuste que acciones de una fuerte reestructuración. El propio Boric invitó a Juan Sutil, líder de los empresarios chilenos, a que lo acompañe a Los Ángeles para participar del side event de CEOs de todo el hemisferio. A su vez asistiendo a la Cumbre Boric logra diferenciarse de la izquierda tradicional latinoamericana a la que le cuesta condenar y criticar las violaciones a los derechos humanos de gobiernos “afines” ideológicamente. El joven mandatario afirmó que “la exclusión no es el camino, no ha dado resultados históricamente” pero también enfatizó la “importancia de la irrestricta defensa de los derechos humanos, donde no se puede permitir que estos se pongan en cuestión según el color del gobierno que los vulnere”. Queda claro que ante la falta de ataduras políticas, partidarias y generacionales con la izquierda autoritaria de la región Boric tiene la frescura de decir lo que otros lideres progresistas callan.

La sorpresa de Lacalle Pou

El caso de Lacalle Pou es sumamente interesante. El presidente uruguayo se bajó sorpresivamente de la Cumbre alegando una infección de covid. Sin embargo, es muy llamativo que la ausencia se dé en el marco de fuerte malestar de Washington por las últimas acciones que viene realizando Uruguay en torno a los vínculos con China. El canciller Francisco Bustillo mantuvo una conversación telefónica con su par chino (Wang Yi) en la que quedó claro que “la parte uruguaya da la bienvenida y aprecia la GDI y la GSI propuestas por el presidente Xi Jinping”. La Iniciativa para la Seguridad Global (GSI) es una propuesta diplomática china enfocada en el campo de la seguridad que ha sido ofrecida en estos días a distintas naciones del Pacífico. Asimismo, se dio a conocer que la Comisión Técnica pre adjudicadora de una licitación para la compra de equipamiento de la armada uruguaya apuesta por la oferta china. Para Washington una cosa es ser miembro de BRI (Iniciativa de la Franja y la Ruta), del AIIB (Banco Asiático de Inversiones e Infraestructura) y buscar firmar un Tratado de Libre Comercio (TLC) y otra cosa es coquetear con Beijing en materia de defensa y seguridad. Esto último es una línea roja. 

El “acomodamiento” de Fernández

Finalmente llegamos al caso argentino. La política exterior de la administración Fernández está fuertemente atravesada por un triple condicionamiento: la necesidad de financiamiento, la relación con el FMI y la ruptura de la coalición de gobierno que tiene su interna en materia de los vínculos con el mundo. Gran parte de la inconsistencia en el rumbo externo obedece a que muchas veces se crea un trilema difícil de resolver. Sin embargo, la evidencia empírica marca que luego del acuerdo con el FMI a comienzos de año y del viaje presidencial a Rusia y China, ha existido un ajuste en la política exterior en donde el eje estructurante pasa a ser el vínculo con Washington y Occidente. El voto afirmativo en la Asamblea General de la ONU que suspendió la membresía de Rusia del Consejo de Derechos Humanos, la visita (recibida por la vicepresidenta Cristina Kirchner) de Laura Richardson, encargada del Comando Sur norteamericano y el apoyo político de Argentina a la “Declaration for the future of the Internet”, iniciativa de la administración Biden —firmada por 60 naciones democráticas— que intenta mantener una red sin interferencia de gobiernos autoritarios (China) son ejemplos concretos. De acuerdo a las categorías esbozadas por Russell y Tokatlian, el vínculo con Washington está mutando de una oposición limitada a un principio de “acomodamiento”.

A diferencia de México, la dinámica hemisférica es nodal en el vínculo de Argentina con los Estados Unidos y muchas veces tracciona el impulso bilateral. Una de las claves de por qué Alberto Fernández se subió al avión a pesar de una encendida retórica contraria a las exclusiones fue el ofrecimiento del gobierno de Biden de una bilateral en julio. La venia de la Casa Blanca es clave tanto para lograr un waiver en las revisiones técnicas del FMI con relación al (no)cumplimiento de las metas pautadas como así para destrabar y agilizar fondos de los bancos multilaterales de créditos (Banco Mundial y BID), indispensables para lograr cierta tranquilidad cambiaria de cara al complicado segundo semestre para el Banco Central. Un dato: de los 5.700 millones de dólares que pueden ingresar por instituciones multilaterales el 75 por ciento se deben negociar en la capital estadounidense. Más allá del ingreso al AIIB (y a BRI) los fondos que este banco bajo la influencia china puede desembolsar son insignificantes en términos relativos. Las conexiones que ha logrado el embajador Jorge Arguello, así como los lazos políticos del secretario de Asuntos Estratégicos Gustavo Beliz y del diputado Sergio Massa (parte de la comitiva) serán fundamental para tal empresa.

Como presidente pro tempore de la CELAC, la delegación argentina deberá tener cintura política para llevar a la Cumbre el evidente malestar regional pero sin estridencias ni sobreactuaciones. El objetivo tiene que estar puesto en intentar ser una voz que señale de manera constructiva la imperiosa necesidad de un nuevo rumbo de la política de Estados Unidos hacia la región, pero sin caer en la trampa de satisfacer y alimentar el sentimiento antiyanki de una parte de Frente de Todos —que sigue mirando el mundo bajo la lógica de la militancia universitaria— ni de ser amplificadores de un discurso de aquellos que decidieron no participar. Al igual que pasó con la elección del presidente del BID, cuando las papas queman y hay que dar un paso adelante, el hermano latinoamericano AMLO da un paso para atrás dejando en offside a los otros revoltosos.

En definitiva, en estos días todas las miradas políticas del hemisferio estarán puestas en la hermosa ciudad de la costa oeste de los Estados Unidos. La canción del Antón Pirulero ya está sonando en el Centro de Convenciones. Ante la clara falta de un virtuoso juego colectivo (concertación regional), que cada uno de los participantes entienda y descifre los juegos (ajenos) y atienda el suyo. 

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