La incertidumbre de la crisis abre preguntas. Por estos días, el debate nacional especula si el futuro es un gran despegue tras el mal rato de la pandemia, o la inevitable caída en las “condiciones latinoamericanas”, el desierto final en la nación argentina. En el país de las consignas, el Estado pierde credibilidad como un actor capaz de impulsar un despliegue de fuerzas productivas. Y el sector privado se arrincona en prácticas que lo alejan de las personas y lo acercan a los nichos de refugio del capital internacional. El capitalismo argentino mutó más rápido de lo que llegamos a advertir. Y asumió las tendencias mundiales de forma desordenada. Y ahora, ¿quién podrá desarrollarnos?
Pero ¿qué pasa con las utopías de movilidad social que avivaron el siglo XX?, ¿está vigente el sueño de país industrial con un crecimiento impulsado desde el mercado interno?, ¿tiene el campo las características y el potencial para ocupar un rol central en el desarrollo de los próximos años? Podría decirse que el nuestro es un país que avanzaba rápido hacia el bienestar popular y, de golpe, se hundió en la tragedia.
La epopeya del país agroexportador que se ubicaba entre los primeros del mundo, se truncó con la crisis del 30. La epopeya de industrialización por sustitución de importaciones, quedó atrapada en sus propias restricciones. Tras el terrorismo de Estado, fue difícil amasar un nuevo sueño. La democracia recuperada no logró darle forma a una ilusión definitiva. Hace falta una nueva epopeya como respuesta a los desafíos del mundo en crisis.
Un empate sin patear al arco
Si hay algo que tiene el pasado, es que no se puede regresar a él. Ni la patria agroexportadora ni la industria como motor urbano están adelante. El tercer sector, los servicios, exige creatividad e inversiones. La Argentina de la recesión permanente es un país donde nadie para la pelota, pero tampoco se patea al arco. Un cero a cero infinito y frustrante.
El rol del campo en el proceso que se abre es un objeto de debate y tiene relación con el tipo de organización que somos capaces de pensar para la Argentina del siglo XXI. ¿Es el campo el que puede dar el pase gol que rompa el partido con tecnologías verdes que abonen el crecimiento y la sustentabilidad ambiental a largo plazo? ¿O tiene que reducirse a producir alimentos baratos para la creciente población urbana excluida de un sector manufacturero que promete, aunque nunca termina de explotar?
En las últimas décadas se produjo un cambio sustantivo en los procesos organizacionales e innovaciones tecnológicas que modificaron los sistemas de producción. Las redes horizontales y verticales permitieron una mayor articulación “aguas arriba” y “aguas abajo” de las cadenas, aumentando la productividad y ganando eficiencia comercial. Por ejemplo, en el caso de los alimentos, hay alrededor de 14.500 empresas, de las cuales más del 95 por ciento son medianas y micro. Generar el derrame tecnológico, inyección de recursos y eslabonamientos productivos, es parte del desafío.
La consigna de la industrialización se topa con el límite de la realidad. Por momentos, se la enuncia como si la historia fuera, nada más, un agregado de episodios desconectados del presente. La dependencia estructural de un sector manufacturero de baja competitividad que casi no exporta, nos deja en el eterno problema nacional: la restricción externa. Cuanto más crecemos, más dólares necesitamos. El camino conduce a la carestía, y la carestía a las salidas conocidas: devaluación o cepo y vamos viendo.
La venta externa del agro sostiene a las demás actividades. Por eso, cualquier fenómeno exógeno, impacta sobre toda la economía. La liquidación de divisas en el mercado de cambios es el gran teatro de operaciones de la democracia. Es donde golpean las corridas y las fugas. La inestabilidad macroeconómica es algo que todos sabemos de memoria. Los pasos a seguir ante los síntomas son los primeros auxilios que uno aprende al cobrar el primer sueldo.
La venta externa del agro sostiene a las demás actividades (…) La liquidación de divisas en el mercado de cambios es el gran teatro de operaciones de la democracia
El empate hegemónico del que tanto se habló consistía en que ninguno de los sectores en pugna logra imponer políticamente su propio proyecto de país, pero sí puede vetar el del otro. La grieta en su expresión académica. El problema es que ahora difícilmente haya proyectos de país. Más bien, se parece a un juego de impugnaciones.
La innovación es un sueño eterno
¿Cuál sería el proyecto de país posible en el que quepamos todos? Para eso es necesario aprovechar al máximo los recursos institucionales, naturales y humanos con los que contamos. No somos tan ricos como creemos, pero tampoco somos tan incompetentes. Con un capitalismo global en aceleración sobre la base de flujos financieros y tecnología, hay que tener en claro qué ligas llevan una trayectoria de innovación que exige recursos con los que no contamos.
El cambio climático frenó la productividad agrícola mundial en un 20,8 por ciento. Ese indicador es una pauta para idear un sendero hacia el futuro. ¿Cómo fusionar en una unidad dinámica el divorcio entre macroeconomía y sistema productivo? Hace falta otro motor de crecimiento. La bioeconomía puede ser la salida por arriba del laberinto del empate hegemónico. La apertura hacia la transformación local y la creación de valor en red que integre empleo privado y desarrollo territorial. Para el 2012, ya representaba el 15 por ciento del PBI y agregaba valor por más de 72 mil millones de dólares al cambio oficial.
¿Cómo fusionar en una unidad dinámica el divorcio entre macroeconomía y sistema productivo? Hace falta otro motor de crecimiento. La bioeconomía puede ser la salida por arriba del laberinto…
Es decir, cómo nos vamos a sumar a la revolución del conocimiento. Argentina tiene posibilidades para ser líder en lo suyo: cuenta con biomasa, talento humano y un sector agroindustrial de clase mundial. El Estado puede generar y dinamizar la inversión privada. Crecer de adentro para crear sistemas nacionales de innovación bajo un proceso que difunda los flujos del conocimiento e incentive a la inversión privada. El complejo institucional de I+D (Universidades, INTA, INTI, CONICET, INVAP) se localiza principalmente en Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.
¿Qué quiere decir bioeconomía? Pensar la producción de manera integral y acompañar los procesos innovativos que tengan como eje la inteligencia artificial, biotecnología, agricultura de precisión, biomateriales, ingeniería en alimentos, data analytics, las TIC’s, robotización, logística, energías renovables, digitalización, economías del cuidado e infraestructuras. Una integración estratégica que incluya para crecer de forma sostenible y liderar. El valor agregado bioindustrial no asociado a biocombustibles incorpora más de 27 productos y actividades industriales.
La pandemia subrayó la necesidad de un desarrollo de múltiples niveles: con polos urbanos con capacidad de abastecimiento local y una plataforma integrada para ganar protagonismo en el mundo y asegurar los dólares indispensables en la economía bimonetaria. Una industria de servicios exportables que brinde solidez macroeconómica sobre la base de un proyecto productivo que atienda las capacidades regionales. Tipo de cambio competitivo y estrategia nacional. Delimitar nuestro perfil de producción en función de las ventajas disponibles es una cuestión geopolítica.
Para eso hay pensar lo que más molesta. Un Estado más eficiente, organizado y jerarquizado. Los segmentos de especialización, el incremento de la productividad y ocupación de los factores. Cómo tener cuentas públicas con rigor fiscal y mejorar la puntería en la asignación de recursos y la inversión pública. Alianzas público-privadas que liberen energías e identifiquen los espacios de actuación para las pymes y para las grandes multinacionales. Una política menos limitada por lo electoral. ¿De qué se trata la soberanía? De poder decir: esto queremos.
Es una tarea que implica saltar el límite entre los centros urbanos y el mundo rural, el Estado nacional y las provincias, el sector público y privado, el capital y el trabajo. Para terminar con la pobreza, hay que crecer. Y para crecer, hay que invertir. Que el producto crezca y se mejoren las condiciones de vida, implica mayor consumo de materia y energía. Y la transformación productiva para que sea menor el impacto ambiental, tiene que desarrollarse y financiarse. En algún momento del 2019 se habló de “desengrietar” la discusión sobre cómo, quiénes y en qué. Asumir la realidad del país y declarar un alto el fuego en la guerra de consignas.
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Hace periodismo desde los 16 años. Fue redactor del periódico agrario SURsuelo y trabajó en diversos medios regionales y nacionales. En Instagram: @lpaulinovich.
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