Evocación: julio de 1987, mañana fría, los rayos de sol cruzan los ventanales del Centro Cultural Bernardino Rivadavia y alcanzan la figura del poeta Rafael Ielpi, por entonces subsecretario de Cultura de la Municipalidad de Rosario. Ielpi se toma la cintura, masajea su espalda, repite regularmente esos movimientos mientras está parado frente a la máquina de escribir que, apoyada sobre un fichero metálico de tres cuerpos, a metro y medio de altura, queda al alcance de sus manos. Escribe a máquina, pero parado (zafa así del dolor que lo asalta por una afección de los nervios que enroscan su columna vertebral). Presurosos, entran y salen de su oficina, con papeles y fotografías en mano, los jóvenes periodistas Marcelo Menichetti y Ricardo Petunchi, y, observando el panorama, pitando su cigarrillo y exhalando el humo, filmando con su mirar esa escena vertiginosa, está también, casi sostenido por su bastón, ladeado, el escritor Jorge Riestra, a la sazón director del Centro Cultural Bernardino Rivadavia, que es sede de la Subsecretaría de Cultura municipal. El Negro Ielpi y los suyos trabajan contrarreloj: son los días de cierre de una revista que preparan. La revista se llamará Vasto Mundo, su número uno saldrá en setiembre de 1987 y llevará impreso debajo de su capitular, a manera de bajada, unos versos de “Poema de sete faces”, del poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade: “Mundo, vasto mundo: / más vasto es mi corazón”.
Hoy nostálgico, ese aura indescriptible de vértigo, entusiasmo y pasión sobre las horas de cierre de un medio gráfico irradió también, hace treinta y cinco años, la salida del primer número de Vasto Mundo, revista editada por la Subsecretaría de Cultura de Rosario que en aquel primer momento tuvo a Ielpi como director y a Menichetti como jefe de Redacción, en tanto desde el número tres se incorporaría Petunchi como secretario de Redacción.
La simiente plantada en 1987 germinó: durante la gestión de Ielpi en Cultura se publicaron cuatro números de la revista (entre 1987 y 1988); una Segunda Época —así se especificó en su tapa— otros seis (entre 1994 y 1995); una Tercera Época, ocho (entre 1996 y 2000), y una Cuarta Época, tres (entre 2000 y 2001). Veintiún números de una revista que —atravesando administraciones municipales de diferente signo político y con distintos editores— durante catorce años fue protagonista de la discusión cultural de Rosario.
Suma Política se interesó por revivir su origen. Pasadas las décadas y puesto a recordar, el Negro Ielpi comenta: “Cuando asumí como subsecretario de Cultura me dieron absoluta libertad para hacer lo que quisiera; entonces empecé con los talleres barriales, algo que tampoco era una idea mía, porque ya había visto lo de Santiago de Chile en la época de Salvador Allende, con un proyecto muy interesante de descentralización de las actividades culturales. Aquellos primeros talleres de Rosario se desarrollaban muy lejos del centro: en Las Flores Sur, La Cerámica, Unión y Parque Casas, Barrio Triángulo, Barrio Bolatti, Barrio Alvear y Parque Alem. Cuando eso se puso en marcha, advertí la necesidad de que tuviéramos un medio para contar lo que ahí se estaba haciendo, pero además para hablar de la actividad cultural de la ciudad, de sus creadores, e incluso del país. Me di cuenta de que no había revistas institucionales, culturales, solventadas por el Estado y de distribución gratuita. Con esa idea decidí hacer la revista”.
Para Marcelo Menichetti, aquel primer jefe de Redacción de Vasto Mundo, la revista “marcó un hito en las publicaciones culturales financiadas por el Estado”, porque hizo a un lado “el sesgo netamente oficialista como el que tiñe habitualmente estos intentos, haciendo lugar a la participación de un amplio abanico de periodistas de distintas vertientes políticas. Esa característica distintiva —reflexiona— fue el fruto de una búsqueda deliberada de canalizar la pluralidad que impregnaba la atmósfera política de esos años”. Menichetti destaca: “luego de más de treinta largos años de la aparición de este elefante blanco de la prensa rosarina, el mayor logro que rescato es el que hicieron posible las sucesivas administraciones de Cultura que, aunque no fueron tan abiertas como aquella del nuevo amanecer democrático argentino, tuvieron la visión de no olvidar a Vasto Mundo y continuaron con su edición, con otros formatos e improntas, pero rescatando su espíritu de medio oficial de comunicación al servicio de la cultura rosarina”.
El nombre que se le dio a la revista aún hoy resulta original, tan bello como extraño, alejado de cualquier localismo, casi una osadía para los buscadores de la identidad (paradójicamente, la revista también estaba tras ello). Sólo a un poeta pudo ocurrírsele: “La poesía de Drummond me era familiar desde hacía mucho tiempo, casi te diría desde mi juventud —rememora Ielpi—; incluso traduje algunos de sus poemas, entre ellos ese Poema de sete faces, que tiene unos versos que siempre me parecieron sugestivos: Mundo, vasto mundo / si me llamase Raimundo sería una rima / pero no una solución. / Mundo, vasto mundo: / más vasto es mi corazón. Siempre los tuve como versos muy entrañables. Cuando llegó el momento de poner un nombre a la revista, en medio de las discusiones al respecto, los recordé. Se llamó así por mi admiración al poeta, pero también porque la frase vasto mundo desligaba del localismo y también daba nombre a nuestra ambición, tal vez desmedida, de que la revista superara el límite geográfico de la ciudad y llegara al vasto mundo… Por lo demás, me parece un bello nombre, que además ha perdurado”.
Ese deseo de expansión quedó expuesto en esa Primera Época: además de nombres ya referenciados con la ciudad como Roberto Fontanarrosa, Manuel Aranda, Elvio Gandolfo o Vladimir Mikielievich, la revista sumó en sus primeros cuatro números artículos de gente de Buenos Aires: José Pablo Feinmann, Alfredo Leuco, Rodolfo Braceli, Juan Sasturain y Juvenal, entre otros. Braceli fue un difusor de la revista en Buenos Aires, recuerda Ielpi, y eso contribuyó a una buena relación con el área municipal de Cultura de esa ciudad, primero a cargo de Pacho O’Donnell y luego de Félix Luna, durante la Presidencia de Raúl Alfonsín.
Un Editorial para cada tiempo
Las notas editoriales de un medio expresan las ideas arraigadas en sus propósitos y también señalan tanto el camino medio que recorrerá como las cosas que intentará cambiar. Por pequeño que sea, cualquier medio se siente poderoso para intentar una transformación profunda, no sólo respecto del quehacer periodístico, sino de la sociedad misma en la que flota. Esa quimera une a quienes lo forjaron. Vasto Mundo no fue la excepción, en ninguna de sus épocas.
El Editorial del número 1 (setiembre de 1987) llevó por título “Cultura para la identidad”, condenaba “la dependencia cultural” plasmada hasta ese presente por “el coherente proyecto liberal concretado en la Argentina a partir de la llamada Generación del 80”, destacaba la convocatoria al Congreso Pedagógico Nacional y el Programa Nacional de Alfabetización de la Cultura (dos iniciativas del gobierno de Alfonsín) y, en el plano municipal, saludaba a una gestión que había puesto proa “al destierro de la cultura portuaria mediante dos instancias: la afirmación” de sus “propios creadores” y “el surgimiento y aliento de las culturas barriales”.
Siete años después, el Editorial del número 5, Segunda Época (agosto de 1994), con una nueva gestión municipal y otros editores, se titulaba “Rosario sueña con su cultura”. Y rezaba: “Hoy la cultura se desenvuelve también a través de los medios; el universo medial aparece como algo más que un espejo donde reflejarse y se muestra como un actor partícipe y potenciador de esa cultura. Si se entiende que la cultura es un permanente ensayo de comunicación, también podrá comprenderse de modo cabal, entonces, la reaparición de Vasto Mundo. Vasto Mundo no nace ahora, sólo continúa. La anterior gestión municipal la dio a luz con decisión en momentos difíciles (…) Un medio que trascienda las gestiones y al que sólo la ciudad le confiera su sello distintivo. Un ensayo permanente sobre lo rosarino, entendiendo esto simplemente como un diálogo enriquecedor sobre nuestras voces y costumbres”.
Otro cambio de gestión y otros editores, y entonces una Tercera Época se inauguró con el número 11(mayo de 1996); su Editorial anunciaba: “Vasto Mundo, Tercera Época, es un tren que parte con tripulación distinta, algunos vagones a estrenar, otros que no se desengancharon, la experiencia de viajes anteriores y un nuevo plan de ruta con el objetivo de sumar más pasajeros. Esta gestión cultural le ha trazado su propio recorrido para surcar la compleja geografía de la ciudad en nuevos tiempos”. Este Editorial hacía suyas palabras del dramaturgo y escritor checo Václav Havel (también ex presidente de la República Checa): “Considero inmensamente importante que nos ocupemos de la cultura en su sentido más amplio, la cultura de todas las cosas, el nivel general del comportamiento humano”. También consignaba que si la revista lograba “un registro del pulso cultural de la ciudad”, quizás en un futuro otros hombres podrían rastrear en sus páginas “algo de la vida de Rosario: sus amores y sus odios, sus pasiones, su delirio, sus mezquindades, su solidaridad”.
Esta Tercera Época tuvo una particularidad. Su número 18 (marzo de 2000) reconstruyó la historia de la propia revista. Acaso por lo que implicaba pasar de un milenio a otro, Vasto Mundo se miró a sí misma y su título de tapa indicaba: “Espejo retrovisor”. Una nota titulada “La historia de una mirada: las partes por el todo”, explica esa revisión: en ese número aparecieron las notas más representativas de la búsqueda que la revista había sostenido en sus distintas épocas, sus recorridos (una mirada sobre el conjunto de la cultura de la ciudad) y un índice detallado donde se daba cuenta de qué artículos se publicaron en cada número y por quiénes fueron escritos.
“Palpitar” fue el título del Editorial de la última y Cuarta Época de la revista (setiembre de 2000) y hablaba de cambios: “El palpitar de lo que está vivo siempre es difícil de apresar, pero en su fuerza es imposible no escucharlo. Haber capturado unos fragmentos de esa belleza, de esas discusiones y de esas propuestas que hacen que el mundo cotidiano recobre el valor de lo humano será la recompensa para todo el esfuerzo que demanda un cambio. La propuesta es seguir apostando a los cambios que genera la gente, a los que hacen la cultura”.
Crisis y búsqueda de sentido
Han pasado más de dos décadas desde la aparición del último número de Vasto Mundo. ¿Sería posible hoy una revista de cultura editada por el Estado municipal? “No sé si sería posible, no sólo por los costos, que son siderales a esta altura —responde ahora Ielpi—. Hoy hacer una revista y regalarla es una buena inversión desde el punto de vista ideológico y participativo, pero no un buen negocio para una Municipalidad que está resguardando los presupuestos para cosas prioritarias. Ahora bien… esta es mi opinión franca: no sé si es posible, pero sí es necesaria, sobre todo en un momento como este, cuando se ha diversificado tanto la actividad cultural y hay tantas propuestas y colectivos nuevos. La gestión cultural del 83 al 89, cuando yo fui subsecretario, fue valiosa porque veníamos de una época de censura y dictadura, pero han pasado treinta y pico de años, y este es otro país. Sería muy interesante que hubiera una revista que conjugara intereses y generaciones”.
“Una revista que conjugara intereses y generaciones”, cantó el poeta. Suena interesante. Podría ser hasta una política cultural de Estado en la pequeña aldea. Fue posible, no hace muchos años. Vasto Mundo fue un sueño colectivo de un grupo variopinto de periodistas, escritores, artistas e intelectuales diversos que, puestos a reflexionar a través de los años, compartieron su mirada para una sociedad mejor organizada, más justa y solidaria. Ese sueño recorrió momentos clave y a la vez dramáticos de la ciudad. Surgió durante el amanecer democrático del país, al calor de ilusiones y sagradas inocencias, se interrumpió tras el primer estallido social que sacudió a Rosario (y a la Argentina) hacia 1989; retomó su senda años después, cuando todo parecía encarrilar, y ya no despertó cuando otro crack, el de 2001, cerró su última página.
Remontarse al quehacer de sus orígenes conlleva poner sobre la mesa el debate respecto de la posibilidad de que un Estado municipal edite un medio para debatir las cuestiones culturales que le son propias, también para dejar que sus políticas sean interpeladas, pasadas por ese tamiz que él mismo tiende. Sería también una ayuda notable a la comunidad en su tarea eterna de aprender, comprender, interpretar.
Allí están los esfuerzos del pasado, allí están los veintiún números de la revista para todo aquel que quiera leerlos (pronto estarán disponibles en la plataforma digital de Ahira), en una ciudad sentada sobre una sorprendente ausencia de discusiones. Sumar voces críticas, más que una opción, sería casi una obligación. “Recordemos que la dificultad por entender un lenguaje simbólico es uno de los rasgos primeros de la psicosis, donde parece que estamos instalados”, decía otro poeta, Mario Trejo, en su nota sobre otro poeta, Paco Urondo, precisamente en el número 16 de una revista cargada de poesía: Vasto Mundo.
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Músico, periodista y gestor cultural. Licenciado en Comunicación Social por la UNR. Fue editor de las revistas de periodismo cultural Lucera y Vasto Mundo.
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