Antes y después de las balaceras están las políticas, o su ausencia. Al cierre de un año en que los números parecen demostrar que la crisis en materia de seguridad pública en la provincia sólo puede empeorar, Suma Política se propone aportar a un debate tan complejo como necesario y urgente con una serie de entrevistas que abre el primer ministro del área, Daniel Cuenca. “Hay que dejar de fabricar inseguridad para el futuro”, advierte, “se necesitarían quince años de política intensa, cuatro gobiernos donde se mantuvieran los planes”.
Daniel Cuenca acababa de resolver una protesta en la cárcel de Coronda cuando una hernia lo desplomó en el piso. El diagnóstico de los médicos describió un cuadro de estrés sostenido y creciente ante una sucesión de tensiones con la policía, pintadas intimidatorias frente a su casa, presiones de barrabravas y movidas de la oposición política que tuvieron un punto en común: su gestión como ministro de Seguridad del gobierno de Hermes Binner entre diciembre de 2007 y diciembre de 2009.
Cuenca fue el padre de la criatura: el Ministerio de Seguridad de la provincia resultó su creación, compartida en el diálogo con el equipo de Binner. Pero el terreno se reveló no solo resbaladizo sino intransitable, y los problemas de salud que definieron su reemplazo fueron un síntoma de esas dificultades. El objetivo que se propuso hace catorce años es todavía una asignatura pendiente en la provincia: subordinar la policía a la conducción política.
“Confié en el proyecto, confié en Binner y Binner confió en mí. Tomábamos mate los sábados y le contaba las cosas mano a mano. Hermes vivía a la vuelta de casa, así que estábamos cerquita los fines de semana para saber qué pasaba”, recuerda Cuenca, hoy dedicado a la actividad de abogado que lleva adelante desde 1980.
Nacido en Rosario en 1954, Cuenca tiene una extensa trayectoria en el ámbito del derecho penal y la enseñanza universitaria; preside la Asociación Argentina de Profesores de Derecho Procesal Penal, dirigió la Comisión de Estudios Carcelarios del Colegio de Abogados y entre otras funciones y actividades en 2012 fue convocado para capacitar a la policía en el sistema de enjuiciamiento de delitos, una reforma que considera inconclusa.
Un año antes de que Binner se impusiera en las elecciones a gobernador comenzó a trabajar en lo que sería el Ministerio de Seguridad, cansado de decir lo que había que hacer en sus clases y cursos de posgrado y decidido a poner en práctica esas ideas “Me lo tomé a pecho —dice—. Pero no desatendía mi casa. Terminaba a las seis y media de la tarde en Santa Fe, volvía a Rosario, cenaba con mi familia y a la mañana siguiente salía para Santa Fe a las seis de la mañana. Me dieron un auto nuevo y le hice cien mil kilómetros en un año y medio”.
El desgaste continuo de la función pública es más pronunciado en seguridad —“son los nervios de cada día, las apretaditas que vienen de todos lados”— y se agravó al poner en cuestión situaciones que parecían naturalizadas, como la presidencia de Eduardo López en Newell´s: “Me tuve que fumar al Pimpi Caminos. La gente no iba a votar al club porque los barrabravas les impedían el acceso. En ese lío armamos un plan para que hubiera elecciones democráticas, y eso motivó rispideces, porque ganó Lorente y perdieron el control del club. A partir de ahí me empezaron a putear otros pesados. Sufrí de todo. Me hicieron pintadas, me decían que me cuidara. Cosas habituales cuando se está en Seguridad”. En el balance aparecen una etapa signada por “un mapa de la criminalidad diferente”, todavía sin la hegemonía del narcotráfico, y una referencia para analizar el presente, aunque Cuenca dice y repite que el ministerio fue su primera experiencia en la función pública y también la última.
—¿Cómo surgió el proyecto de creación del Ministerio de Seguridad? ¿Quién tuvo la iniciativa, qué problemas se plantearon entonces?
—El proyecto viene con la creación del Frente Progresista y con la idea de Binner de armar un equipo para la gobernación. No tuve militancia en el socialismo sino más bien técnica, de trabajar en consultorías por afinidad ideológica, lo que hacía que uno ayudara desde el derecho penal, en mi caso. Encarábamos también el proyecto de reforma de la justicia penal, en el cual participé. Teníamos la idea desde la universidad, con Héctor Superti, desde hacía muchísimos años. Apoyamos ese cambio y nos pusimos a trabajar, y además yo venía estudiando el tema seguridad por mi cuenta. Un año antes de la elección le dimos forma a la idea puntual de crear un ministerio, que hablamos mucho con Binner y también con Antonio Bonfatti. Estaba la experiencia de reforma policial en la provincia de Buenos Aires, con León Arslanián, y la idea de sacar a la seguridad de la conducción policial. Me tocó armar el Ministerio de Seguridad desde cero, como política pública, dirigida desde la civilidad y no desde la policía.
—¿Cómo reaccionó la policía ante la iniciativa?
—El jefe de policía de la provincia era Daniel Cáceres, que hizo la transición. Hablé un par de veces con Roberto Rosúa [ministro de Gobierno del segundo gobierno de Jorge Obeid] y una vez con el secretario de seguridad anterior, a quien conocía, pero empecé así [cierra los ojos]. Ahora no quiero más función pública, pero sigo estudiando y a fondo, y los años me dan la razón. Las políticas públicas tienen que ser estables en el tiempo. Los problemas de seguridad se han agravado, pero esto es la crónica de una muerte anunciada. Se veía venir, cuando ves el germen de cosas que no podés abortar es lógico que esas cosas crezcan. El narcotráfico creció y la política no lo pudo enfrentar. Los abandonos en cuanto a no encarar una reforma policial en serio se pagan.
—¿Cómo aparecía el narcotráfico en el momento en que asumió el ministerio?
—Como algo incipiente. Lo vi en sus orígenes. Conocía el fenómeno de los Cantero, pero no era lo que tenemos ahora. Y el Estado no acompañó.
“…cuando ves el germen de cosas que no podés abortar es lógico que esas cosas crezcan. El narcotráfico creció y la política no lo pudo enfrentar. Los abandonos en cuanto a no encarar una reforma policial en serio se pagan”
—En el juicio contra el ex comisario Alejandro Druetta se trataron hechos de corrupción policial que ocurrieron a partir de 2008. Los testimonios dejaron entrever que la estructura de Drogas Peligrosas estaba comprometida con el negocio del narcotráfico. ¿Lo vieron en ese momento?
—Uno está sentado en un trono de naipes. Tenés 23 mil personas diseminadas en el territorio, la mayoría de calle, con relaciones interpersonales a las que acceden muy pocos. Es abismal [la distancia] entre lo que podés diagramar y lo que operativamente se puede hacer. Es difícil llegar a confiar plenamente como para tomar decisiones con la gente correcta. Estás en un tembladeral permanente. En el tema de la justicia procesal penal, que es mi materia, cuando vemos reformas en el país, miro donde están los problemas para la política de ejecución. No donde está la política pura de Conicet, para decir lo mejor en términos científicos. Estudié los cambios en seguridad y en justicia penal mirando la experiencia de la provincia de Buenos Aires, el gran Córdoba, Mendoza, realidades similares a las que podíamos tener.
—¿Pudo ser aplicado ese estudio en la gestión?
—No. Gran parte, no. Me tocó la transición. Entré a la función pública y no tenía oficina, durante un tiempo atendí en Santa Fe en un despacho que me dieron al lado de Hermes y ahí tuve que construir todo, me pasé un año estableciendo vínculos y nuevos modelos. Reunía a los jefes policiales para hablar cara a cara, iba a las regionales y hacía reuniones puntuales. Encontré una policía muy precaria. Con poca estructura y expedientes por reclamos y deudas pendientes, estuvimos dos años resolviendo esas cuestiones. No critico a la gestión anterior, también pasó en los gobiernos nuestros. Creo en una política de Estado donde haya ejes comunes que continúan a través de los distintos gobiernos, a largo plazo. No entiendo cuando se habla con ligereza de cambiar a la policía, como si fuera posible hacerlo de un año para el otro. [Se necesitarían] no menos de quince años de política intensa en la provincia, es decir cuatro gobiernos donde se mantuvieran los planes de educación, los presupuestos, las políticas de bienestar social para los integrantes de la institución. Tenemos que estar de acuerdo. Particularmente me costó organizar el modelo, pero al segundo año armé la Secretaría de Control Policial, una fuerza civil para controlar a la policía. Ahora, no tenía recursos. Éramos veintidós funcionarios políticos para toda la provincia.
—Con respecto a la continuidad, su reemplazo por Álvaro Gaviola significó un cambio de orientación en la política de seguridad de Binner. ¿Lo vio como una crítica a su gestión?
—Fue una decisión coyuntural e implicó un cambio de filosofía, que yo no compartía. En ese momento el secretario de Seguridad que se fue conmigo [Carlos Iparraguirre] iba a ser reemplazado por un policía.
—El candidato era José Luis Giacometti. Finalmente asumió Horacio Ghirardi.
—Sí. No tengo reparos en lo personal con Giacometti, esto es institucional. La persona puede ser excepcional, hablo de un tema ideológico: la conducción de la seguridad tiene que ser política, con planes políticos, y la policía es una herramienta más. El gobernador y su ministro marcan la política de seguridad. ¿Por qué no formamos cuadros en política criminal? No entiendo, tienen miedo. Es una política pública. Como ministro tenés que darle el lineamiento general a la policía para actuar. Bajar un modelo de policía y ver qué formación le das.
—¿Por qué no se logró la conducción política de la policía?
—Por la discontinuidad, y a veces por la diferenciación de conceptos. Lo que digo puede parecer idílico, pero díganme primero que los resultados de la conducción policial de la seguridad son buenos, o cuáles serían las bondades de la mano dura. La policía no va a resolver el tema de la seguridad por sí misma. Pero no lo entendemos, y seguimos pidiendo más policía.
“No entiendo cuando se habla con ligereza de cambiar a la policía, como si fuera posible hacerlo de un año para el otro”. Se necesitarían “no menos de quince años de política intensa, cuatro gobiernos donde se mantuvieran los planes”
—Conoce el tema carcelario de cerca. ¿Cómo se planteó en la gestión?
—Traje el Servicio Penitenciario a la órbita de Seguridad. En ese momento era importante apoyar una política penitenciaria, sacamos allí un protocolo de trabajo sobre reglamentación de la ley de ejecución penal y buscamos la erradicación del preso sin condena, era una de las metas. Sigo creyendo que hay que hacer en positivo, aunque parezca Heidi. Insisto, la mano dura y el hacinamiento en las cárceles dan malos resultados, porque la reincidencia en el delito es cada vez más alta. Dejame que como Estado intente mejorar la vida intramuros desde algún marco de posibilidad de organización, seriamente. Cuando hablamos de política criminal no podemos ser un Torquemada en la policía y en la Justicia y un Santo Tomás en la cárcel. La política criminal tiene que ser coherente en la policía y en la cárcel que queremos.
—La autonomía en el manejo también se planteaba en el Servicio Penitenciario, supongo.
—Sí. Y había otros problemas internos. El Servicio Penitenciario es un mundo olvidado, muchas quejas laborales tienen razón, con poca mirada de trabajo, como la propia policía. No podemos ser terminantes en términos de blanco o negro, uno habla de generalidades. Hay policías a los que es mejor no verlos y otros que hacen un esfuerzo enorme, que acumulan horas de trabajo y hacen lo que pueden sin que el Estado los apoye. Con la cárcel pasa lo mismo. Yo quiero policías y guardiacárceles de Rosario, que conozcan la ciudad y puedan descansar con su familia, pero si vas a la terminal vas a ver a los colectivos que los llevan y los traen desde el norte de la provincia.
—¿Por qué no quiere volver a la función pública?
—Estuve muy bien con Binner, a quien considero un patriota, porque lo vi desde adentro, en su casa, fueron dos años intensos. Era un estadista que estaba pensando en el futuro. Un político honesto. Habrá críticas que hacerle, pero otras. Fui a trabajar cansado de dar clases y de hablar al cuete en cursos y maestrías, diciendo lo que había que hacer. Había que salir a la calle. Me costó la salud y muchas cosas. Después [en 2012] acepté dar clases a la policía, querían alguien representativo, y ayudé a armar el Organismo de Investigaciones. Trabajamos con Alberto Binder para armar la Policía de Investigaciones. Pero necesitamos políticas activas, de mucha gente. Y ahora es muy difícil. Chocás con muchas cosas. La llamada grieta hizo que de un lado y de otro nos veamos como enemigos y no como adversarios. Entonces no te ponés a pensar en el resultado y en la gente. No podés generalizar conceptualmente la cosa. Estar ahí adentro es difícil. Comés sapos todos los santos días. Todos, de lunes a lunes. Necesitás un poquito de dulce para que eso tenga gusto. Y tenés que saberlo. Ahí está el arte de tu política, saber cómo manejarte para lograr resultado. Y no esto [hace el gesto de recibir un golpe en la cara]. Cómo lograr resultados en un lugar donde te van a putear todos. Me habían operado de la hernia e intentaron hacerme una puerteada en mi casa. Eran personas quejosas de la inseguridad, fomentados por vecinalistas que al final no se presentaron. Tuve que sacar a mis hijos, que eran chicos, y mandarlos a otro lugar. Había movimientos políticos atrás para socavar la gestión. Me hice famoso obligadamente porque había una política de comunicación de parte de Hermes. Teníamos que atender al periodismo y dar la cara, siempre. Luis Novaresio me daba todas las mañanas, sin falta [cambia la voz]: “Le vamos a preguntar al ministro por qué tardan tanto los uniformes para la policía”. Me agarraban en la ruta, en cualquier parte, tenía que atender al periodismo. En mi gestión hubo además varios policías muertos. No la pasé bien, fueron momentos tensos, difíciles.
“Fui a trabajar cansado de dar clases y de hablar al cuete en cursos y maestrías, diciendo lo que había que hacer. Había que salir a la calle. Me costó la salud y muchas cosas”
—¿Cómo era la relación con el jefe de policía de Rosario?
—Lo tuve a Daniel Toledo. Estaba en el norte de la provincia cuando lo convoqué y pasó a jefe de la provincia cuando llegó Gaviola. Cuando asumí le dije al jefe de policía de la provincia y a los de las regionales que no iba a pedir autorización para hablar con uno o con otro. Porque la práctica era que para llamar al jefe de Rosario había que llamar al jefe de la provincia, y el jefe de la provincia se comunicaba con el de Rosario… Por eso digo que tenemos que ponernos de acuerdo, los cambios van a llevar años hasta tener una policía diferente. El viejo servidor público, sí, pero que a su vez está entrenado para algo importante que puede ser la violencia estatal. No necesitamos a los muchachos de las TOE en cualquier lugar. Tuve muy poco presupuesto, no podía pensar en inversiones. Tampoco teníamos estructura. Iba creciendo, hacíamos ensayos. Uno se cuidaba y muchas cosas no salían del todo bien.
—¿Con Hugo Tognoli tuvo contacto?
—Él estuvo en Drogas un tiempo, en esa época.
—La causa donde fue involucrado Tognoli por protección al narcotráfico comenzó con hechos denunciados en 2009 en la Justicia Federal. ¿Estaban al tanto?
—No. Tuvo problemas con una mujer de Santa Fe [Norma Castaño, de la ONG Madres solidarias], esa fue la principal. Fue director de Drogas en el tiempo en que estuve yo, venía de Judiciales. La mujer estaba muy enfrentada con él, venía de lío personal. Tuve informes del secretario de Seguridad, que la recibía.
—Al principio mencionó su participación en la reforma del sistema penal en la provincia. ¿Cómo la evalúa?
—La veo incompleta, con algunos desvíos. No la veo consolidada. Pero la critico desde la defensa. No solo la estudio sino que la trabajo. Puedo hablar desde la experiencia de mis casos y desde la Facultad, la miro permanentemente porque uno luchó mucho para este cambio y falta un marco de coordinación y recursos. A veces queremos hacer grandes reformas y estamos atando las cosas con alambre. El tema de la autonomía policial es más vasto que el de la investigación. No me termina de convencer hoy, todavía hay mucho manejo policial en la investigación. Quizá porque hay fiscales jóvenes. Hay que mejorar el sistema. El autocontrol, el automanejo policial, es un problema grave y requiere una política duradera para cortarlo. Sain peleó contra ese problema, pero es algo que depende del político.
—¿Qué le pareció la gestión de Sain en el Ministerio de Seguridad?
—Fue muy confusa. Marcelo es uno de los tipos más preparados de la Argentina para trabajar en política criminal pero cayó en el fango político partidario y su gestión se desdibujó. Es muy capaz, lo respeto muchísimo, pero se metió en un terreno que le impidió hacer cosas: los proyectos de ley que envió a la Legislatura son importantes y merecen ser analizados. Son proyectos a futuro, son un recambio. El tema es que vivimos el mientras tanto. Es una lástima que el capital técnico de Sain se haya desperdiciado por la política; si algo le tengo que decir es que bajó donde no tenía que bajar. Es un tipo al que nunca hubieran podido correr con discusiones sobre política criminal. El barro de la política obstaculiza, jode donde no debería joder. Si después aparecen improvisados, y es parte de lo que ha pasado, los consejos son de abajo: entonces escuchás al jefe policial, que de buena o mala fe, ambas son posibles, da su opinión. Un político al que se le piden soluciones y planes tiene que disponer de tiempo. Mañana, y la semana que viene, y la otra va a haber tiros. Con tiempo se puede cambiar. Pero no se pueden pedir resultados en una semana. Nadie va a cambiar nada en lo inmediato. No nos podemos engañar.
“Es una lástima que el capital técnico de Sain se haya desperdiciado por la política; si algo le tengo que decir es que bajó donde no tenía que bajar (…) El barro de la política obstaculiza, jode donde no debería joder.
—¿Cómo se construye consenso para que esas ideas sean socialmente aceptadas en medio del descalabro actual?
—Nos tenemos que juntar desde la política, armar una mesa de consenso, convocarlos a ustedes, los periodistas, que son los divulgadores y nos tienen que interrogar. Ser sinceros y creíbles, por supuesto. No se soluciona con poner más patrulleros. En Brasil, cuando entraron en las favelas, empezaron por poner dispensarios y escuelas. El plan Abre es una muy buena idea de seguridad. Hay que pensar en qué inclusión se puede dar. Si me ocupo hoy de los menores dentro de cinco años tengo menos mayores en el delito. Los mayores que están, están, pero tiene que haber un corte, dejar de fabricar inseguridad para el futuro. El sistema penal es lo último. Y estamos rebotando con la misma receta, no vamos al fondo. Necesitamos tiempo y un plan que perdure, pensar en una política pública de Estado. Pero si voy a habilitar salidas transitorias de presos y me empiezan a criticar, a decir que cualquiera sale de la cárcel…
—Algo de eso pasó en su gestión.
—¡Uf! Recibía piñas de todos de lados. Yo sabía que todos los días me comía un sapo y ligaba una piña. ¡Todos! Así me quedó la salud. Salía de inaugurar algo importante y recibía un llamado por un homicidio jodido. Nunca pude disfrutar una buena noticia en el Ministerio. En Coronda inauguramos un pabellón universitario, hicimos contactos para que los presos pudieran seguir una carrera. Volvíamos en la ruta y me informaron de no sé qué problema grave en la cárcel. Ya estaba, ya se había perdido lo anterior. También estábamos muy precarios. Se empezó a cambiar el modelo y después se retrocedió. Empezamos a dar los pasos en esa dirección y no pudimos avanzar.
—¿Por qué se dio el giro con su reemplazo en Seguridad? ¿Había temor a la policía, a los reclamos inmediatos de la opinión pública?
—Hubo un montón de causas. Si le temés a la policía y a la opinión pública, sonaste. Te acomodás a la fase: “Falta un destacamento, no hay presencia policial”. Ponés un patrullero y hacés un acto. ¿Cuál es el plan? Si te acomodás a lo que te piden en el momento, te llevan puesto.