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Sociedad

La cartonera rosarina que fue invitada al Vaticano por el Papa Francisco: “Se fue un estandarte de nosotros”

“Disculpá, estaba hablando con la CNN”. Mónica Crespo suena cansada. Como si ya no alcanzaran los vasos de agua fresca para descansar del ejercicio de hablar todo el día de lo mismo. Pero lo hace. Vuelve a atender a cualquiera que haya conseguido su teléfono y repite, escarbando en su memoria y sentires, todo lo que puede decir del Papa Francisco. 

La mujer está por cumplir 66 años y vive en el barrio Empalme Graneros. Es una referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos de Rosario (MTE). Una mujer pobre que se subió a los carros a revolver la basura en los 2000 para que sus hijos tengan algo para comer, que aprendió a juntar cartones para sacar unos pesos y que después se organizó con sus compañeros para dignificar el trabajo. Y que fue invitada al Vaticano, le pudo besar las manos al Papa argentino y sentirse como en casa en un lugar que por años había sentido que ya no le pertenecía más: la Iglesia. 

Este lunes, Mónica habló por teléfono con el mundo. Los medios no se conformaron con especialistas en geopolítica o teólogos. O mejor dicho: no les alcanzó. El perfil post mortem que se trazó del Papa quedó en manos de quienes caminaron al lado suyo. En medio del ruido mediático global, la memoria viva de los movimientos sociales encontró su lugar. La despedida no fue exclusiva de Roma ni del Vaticano: se escribió también desde barrios como Empalme Graneros, en las voces de mujeres como Mónica Crespo.

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Mónica Crespo se levanta todos los días a las 6. Pone la pava para el mate y desde ahí se asoma al galpón que está adelante de su casa: un espacio que hace de merendero y comedor, también de sede de la Cooperativa Cartoneros Unidos. No pasa mucho tiempo para que sus compañeras abran las puertas y pongan en marcha el día: preparar un plato de comida, una taza de leche, escuchar e intentar resolver los problemas en el barrio, que son cada vez más. 

Este lunes, Mónica se levantó, puso la pava, y al rato le llegó por WhatsApp la noticia: el Papa Francisco había muerto. El desasosiego se estaba sintiendo en el mundo. En ella fue un nudo en la garganta. Sólo repite una idea: “Mal, mal, muy mal. Me puse mal”. A lo mejor, en ese preciso instante, se acordó del día que le agarró las manos al Papa y las sintió suaves, y que se le acercó, cerca, muy cerca, y le pudo pedir que rece por sus hijos y por un poco más de amor en los corazones de los seres humanos. 

La primera vez que Mónica estuvo cerca de quien fuera Jorge Bergoglio fue en 2015, en Bolivia. Fue durante el segundo Encuentro Mundial de Movimientos Populares, un espacio construido por diversos movimientos populares en torno a la invitación de Francisco a que los pobres y los pueblos organizados no se resignen y sean protagonistas del proceso de cambio. El Papa participó activamente de cada uno de los cuatros Encuentros que se hicieron entre 2014 y 2021. 

En ese Encuentro, Mónica compartió con el líder mundial la apertura de la mesa “Tierra, Techo y Trabajo”, una consigna, conocida como las tres T, que Francisco llevó al mundo en forma de programa político y espiritual. Para Francisco, si una persona no tiene tierra (para vivir y cultivar), un techo (para habitar) y trabajo (para sostenerse con dignidad), está excluida del pacto social. Y eso, en sus palabras, es una forma de descarte, una “globalización de la indiferencia” que él denunció con fuerza.

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En 2016, Mónica viajó a Italia. Apenas puso un pie en el Vaticano pensó en su papá. “Si te perdés, preguntando se llega a Roma”, solía decirle. Ella miró el cielo y le habló: “Mirá dónde está tu hija”. De ese viaje recuerda sentirse como en casa. Mónica dice que siempre fue creyente, pero que antes de que Bergoglio sea Papa ella estaba alejada y enojada, sobre todo con la Iglesia. Sentía que no la representaban. Francisco cambió todo. En la Santa Sede se sintió como en su casa. “Él hizo eso: él compartió todo lo que tienen ahí con el pueblo”, reflexiona. Un día después de su muerte, Mónica cree que todavía podrá seguir creyendo. 

No fue la primera vez que un cartonero pisaba la Santa Sede. El 13 de marzo de 2013, día de asunción del Papa Francisco, Sergio Sánchez fue invitado al acto. El hombre de Villa Fiorito, parte del Movimiento de Trabajadores Excluidos, se sentó como un par al lado del Sumo Pontífice, frente a los líderes de todo el mundo. Tenía puesta su ropa de trabajo y el contraste era evidente. Su presencia fue uno de los primeros gestos de Francisco que causó conmoción. 

Durante su apostolado, el Papa estuvo mano a mano con los trabajadores de la economía popular. Ponderó su labor llamándolos artesanos de la vida, “porque inventaron su propio trabajo”. Mónica Crespo dice que esa definición es lo que lo hace “un ser especial”. Ella se subió al carro en 2001. Había sido empleada de comercio pero la crisis le pasó por encima. “Cuando nos quedamos sin trabajo teníamos que seguir llevando la comida a la mesa, así que tuvimos que crear nuestro trabajo”. Supo que lo que hizo era digno antes de que el Papa lo defina. Pero aún así, las palabras de Francisco fueron un antes y un después. “Ahora la Iglesia en Rosario nos acompaña, nos reconoce y abraza”. 

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El domingo de Pascuas Mónica se sintió feliz. Lo vio a Francisco sin el tubo para respirar y fue como un alivio después de la angustia por su salud. Ella rezaba por su vida. Ahora, lo que siente es tristeza. Está atravesando un duelo. “Los que venimos peleándola tanto tiempo sentimos que se nos fue un estandarte de nosotros. Porque queda un legado, pero hay que ver quién nos sigue. Eso es lo que nos tiene mal, ¿viste?” 

Por el galpón de la Cooperativa Cartoneros Unidos pasan cientos de familias buscando una ración de almuerzo y merienda. Muchos miembros de la Cooperativa siguen reciclando, muchos otros están buscando la changa en todos lados: como jardineros, albañiles, vendedores ambulantes; vendiendo tortas o pastelitos por día, cuidando niños y enfermos, arreglando ropa. “Por eso siempre decimos, somos de la economía popular, somos artesanos de la vida. Y eso el Papa lo sabía, por eso nos daba siempre un abrazo fraterno”. 

Mónica le habla al mundo del Papa. Lo cuenta, describe, recuerda, lo mantiene vivo con su relato. Dice que a todos les dice más o menos lo mismo: que el Papa Francisco transmitía paz y respeto. Pero no cualquier sensación de paz y respeto. “Él nos escuchaba de verdad. Vos te das cuenta cuando alguien no presta atención. Él lo hacía. Nos escuchaba. 

Por eso siempre digo, el Papa no era argentino, no era de los recicladores, ni de los cartoneros. Era del mundo”. 


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