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Fotografía: Cecilia Córdoba

Cultura

La música y la vida: con más de 90 años a toda orquesta

Es abril. El público escucha atento, la noche de jazz lo cautiva, Helio Gallo dirige su septeto, explica cada tema antes de sentarse al piano y presenta con ingenio a sus jóvenes músicos. Dos semanas después, en la cuadra de Dorrego al 2000, las castañuelas de una feria sevillana desbordan el patio colmado de colores, el maestro Osiris Quirós dirige a las intérpretes de trajes típicos y flores rojas en el pelo. En el atardecer del 12 de mayo, Rodolfo “Cholo” Montironi y su Trío colman de público y aplausos el imponente ámbito del Espacio Cultural Universitario (ECU). Tres maestros que tienen 91, 96 y 92 años, respectivamente, y una agenda activa con la que encienden los corazones y el asombro.


Helio Gallo (Fotografía: Cecilia Córdoba).

La vida


“Las castañuelas que uso son de ébano, y traídas de España, la famosa madera negra con la que se hacían los pianos”, dice Osiris, que en enero, asistió a la presentación de película Pa´atrás, ni pa´tomar impulso, una película de Lupe Pérez García en la cual participó. En su casa Helio cierra la entrevista interpretando “Sólo Amigos”, en el cuarto piano desde que su papá le compró el primero a los once años. Dos años menos tenía Cholo cuando debutó con el bandoneón que le habían comprado; hoy toca en un Alfredo Arnold, una artesanía alemana de 1904, cuando aún los instrumentos no se hacían en serie.

La música y ellos se encontraron muy temprano. Para que Cholo pudiera tocar a los 13 años en el cabaret Paradise, de Mitre al 600, un juez firmaba su Libreta de Trabajo de Menores; con cuatro años menos y justo el día de su cumpleaños había interpretado “Amurado” de Pedro Maffia en radio LT3. La familia Quirós no se perdía la presentación de las óperas en el desaparecido teatro Colón de Rosario, en Corrientes y Urquiza, y llevaban a sus niños, modositos, por eso entraban. Pero una noche la música de una escena de “La Sonámbula”, de Vincenzo Bellini, subyugó de tal modo al pequeño Osiris que se paró y aplaudió interrumpiendo el silencio de la sala; terminó afuera con su madre, pero de esa música no se olvidó jamás; tenía cinco años.

“La música nació conmigo, un ámbito familiar donde todos los Gallo, que eran chacareros, de los primeros inmigrantes llegados en 1886, aprendían música”, relata Helio en su casa de zona sur. Su papá, que ejecutaba varios instrumentos y que tenía un oído privilegiado, le regaló una batería de juguete con la que el pequeño fungía acompañarlo en los temas populares de los años treinta, del siglo pasado. A los siete años los Reyes le trajeron un acordeón verdulera y a los once, lloró cuando lo enviaron a estudiar piano. Él quería seguir jugando con la pelota de trapo en el empedrado. A los 17, era profesor de piano, teoría y solfeo y alumno del Politécnico, que demandaba muchas horas de estudio, por eso tocaba por las noches después de la cena familiar, “ya llevaba un piano adentro de la cabeza y en el corazón”.

Osiris creció escuchando música clásica, la que hoy disfruta en el cálido living donde los cuadros y retratos reconstruyen su vida, que engarzó sensibilidad y arte, a través de viajes y crecimiento espiritual. “Aunque éramos humildes de situación económica, mis padres buscaban en el diario la mejor película y lo mejor en el teatro Colón, ahí estábamos en primera fila, ópera, zarzuela, baile clásico, vi ballets rusos, a los Niños Cantores de Viena, tuve la oportunidad de escuchar a Beniamino Gigli interpretar “Una furtiva lágrima”, a Tito Schipa, entre tantos grandes intérpretes. En mi casa siempre estaba Radio Nacional encendida”, relata. 

En casa de Cholo tampoco se apagaba la radio. “En los años 1940 toda la música que pasaban era tango, de muy pequeño iba a mirar cómo un vecino enseñaba bandoneón, al poco tiempo fui su alumno”, cuenta el artista de fama internacional, en su “casa de siempre”, en Granadero Baigorria. “A los 11 años, actué con orquesta en el Club Echesortu y no paré más” dice, e ilustra esa trayectoria con un dato: 65 viajes sólo a Europa, sin contar otros destinos como Japón.

“Nunca dejé de tocar, cuando volví del servicio militar entré en la orquesta de jazz espectáculo Los Panameños, una de las de mayor convocatoria de aquel momento. En los años 1950 tocaba en vivo en las radios rosarinas, antes y después de las radionovelas y ganaba más que mi papá que era ebanista”, relata Helio. Y dice que por eso hoy felicita a los jóvenes músicos que lo acompañan: “algunos pueden ser mis nietos, por el empeño que ponen y lo poco que les retribuye la música”.

“A los nueve años mi padre me llevó de la mano a estudiar guitarra, con el profesor español Máximo Argüelles, yo iba forzado porque quería estudiar piano”, explica Osiris, que no olvida aquel elenco de teatro infantil, donde hoy está el Automóvil Club, donde tocó por primera vez en público y como solista a los 12 años. Después llegó el paréntesis laboral, con muchos oficios, hasta que a los 18, mientras levantaba con sus propias manos la casa de su madre, lugar donde él vive desde entonces, retomó la guitarra con la que llegó a ser concertista. 

“Llegamos a realizar 160 presentaciones en vivo, tocar en una formación musical era un trabajo”, dice Helio sobre los años de su juventud. Cuando llegó el trabajo como ingeniero electricista, después de recibirse, mudaba piano y combinado para pasar discos a los distintos destinos laborales, incluso en tren. Después llegó la docencia en la Universidad Nacional de Rosario y en 1983, un odontólogo amigo lo convocó al Hot Club Jazz, un género que lo cautivaba desde siempre. Desde ese momento tuvo y participó de distintas formaciones musicales, hasta dúos.

Según Cholo, cuando en el año 1943, con 13 años, entraba por la puerta de atrás al Paradise, Rosario tenía una gran vida nocturna. “En aquel momento, había dinero, la gente trabajaba, había muchas confiterías”. Coincide con Helio en la descripción de la programación de las radios rosarinas, donde hacían cuatro salidas, con foxtrot, pasodoble, ranchera, vals y tango. Había trabajo para todos los músicos, en bailes, confiterías y una especie de continuados que por ejemplo había en El Cairo, con orquestas en vivo, sin interrupción. Los años 1960 lo encontraron tocando en Caño 14, Buenos Aires, y compartiendo escenario con “los más grandes”. A partir de 1978, vivió cinco años en Madrid y doce en París, donde fue director artístico del café concert Buenos Aires y jugaba al truco con Julio Cortázar. “También me salió un trabajo en Inglaterra y grabé “Yesterday” con la Royal Filarmónica de Londres”, relata como al pasar.

“Entre 1961 y 1965 di clases de danzas y de guitarra en Paso de los Libres donde también conocí la masonería, fue una época de recitales como concertista en distintas ciudades, después viajé a Brasil, conocí a Elis Regina y Roberto Carlos, entre otros y participé en muchos shows de televisión de audiencia masiva”, evoca Osiris. En 1971 viajó a California, último destino antes de regresar al país. 

Hasta los 92 años, y durante doce, Osiris dirigió el coro de castañuelas Alma de Madrid, de 60 personas, en el Club Español. El garbo del flamenco lo había atrapado en su juventud, cuando integró un grupo rosarino de zarzuelas, “había castañuelas y coreografía, me fui integrando y allí comencé con ese instrumento de percusión, con el que no sólo se puede tocar música española, también partes sinfónica, he tocado La Cumparsita con castañuelas”, explica y dice que le gusta “a contratiempo, dejar pasar un compás y tomar el otro, sin perder los tiempos y sin interferir en los toques de los demás”.


Osiris Quirós (Fotografías: Cecilia Córdoba).

La música


Las agendas de los tres ha sido intensa en las últimas semanas, además de la feria sevillana, Osiris, que da clases de castañuelas en su casa, fue a dar un recital al geriátrico para “alegrar el espíritu de quienes están allí”. Helio recibió la admiración del público en el Festival de Jazz, el 19 de mayo dio un show en la Biblioteca Argentina y el 6 de junio se presentó con su septeto en la sede central del Jockey Club. Además del ECU, Cholo actuó en Cañada de Gómez y en el teatro La Comedia, y en estos días está grabando un disco de tango de vanguardia con mucho de Astor Piazzolla, su ídolo indiscutido, a quien considera de los músicos más importantes del siglo XX dentro de la música popular.

“Cuando ejecuto no soy yo. No puedo decir más que eso, es algo que nunca me expresé de la misma manera y eso es lo que llamaba la atención en todas partes, cuando ejecutaba como solista, no sonaban igual las partituras, con las castañuelas me pasa lo mismo, es ponerme las castañuelas y algo fluye, soy un vehículo de la naturaleza, de Dios, del universo y me considero muy feliz y lo guardo muy dentro mío por eso no me gusta conversar mucho al respecto”, explica Osiris, mientras suena un exquisito solo que interpretó en guitarra.

“Cuando hago una orquestación, primero estudio la letra a fondo y después escribo, para poder transmitir la emoción que hay allí; después cuando toco, el mundo desaparece, la música es lo más perfecto después de la naturaleza que creó Dios, no sólo tango, también toqué música clásica y en la Catedral de Rosario grabé el Ave María”, afirma Montironi.

“La música es como mi vida, es una forma de vivir, me mantiene activo, tengo un alto nivel de exigencia, y eso también ayuda a seguir activo. La música me sigue ayudando, el momento que tengo libre me siento al piano y se transforma el mundo”, dice Helio justamente frente al teclado, mientras repasa sus ídolos, comenzando por Bill Evans a quien tuvo la suerte de ver en vivo

Tres maestros, tres pasiones, que engarzaron la música y la vida, que sueñan y proyectan con piano, bandoneón y castañuelas, tres formas de hacer volar el espíritu por los cielos mayores del arte. 



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