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Política

Milei consolida un bloque legislativo ampliado, la calle se pone violenta y el peronismo K huele otra oportunidad

El nuevo triunfo legislativo, defensivo, del gobierno nacional, aporta cada día más leña al fuego: el clima político se desliza hacia la radicalización y la novedad es que todo nace desde la cúpula del poder. La presunta debilidad parlamentaria del oficialismo no se verificó en el primer semestre del año, y tampoco se concreta en el segundo; a fuerza de Decretos de Necesidad y Urgencia y de vetos presidenciales a las leyes que elabora la oposición ampliada, Javier Milei atropella el orden cultural y económico, demuele todas las tradiciones y, por ahora, no emerge una fuerza opositora que pueda ponerle freno.

Cuando necesitó una mayoría parlamentaria para introducir una mega reforma política y económica, como la ley Bases, lo consiguió; y cuando necesitó una minoría intensa de un tercio en alguna de las cámaras para defender los impopulares vetos de la Casa Rosada, tanto con la reforma de la fórmula previsional como con la ampliación del presupuesto para las universidades públicas, también lo consiguió.

Todo el sistema político, en distintas proporciones, se desgrana, y lo dominante, por ahora, proviene de la nueva fusión de metales duros de la derecha libertaria y de la cúpula millonaria del uno por ciento mundial, cocinada en un horno de altas temperaturas: La Libertad Avanza, el PRO, sectores de la UCR, diputados y senadores que responden a ciertos gobernadores, e incluso, un puñado de experonistas, también ingresan sin dudarlo a la hoguera que reformatea las tradiciones partidarias. La ciencia política habla de transfuguismo político, sin embargo ese tercio de legisladores naciones ya han dejado de ser una alianza circunstancial para convertirse en una marca de época, en un nuevo metal incandescente cuyas moléculas originarias se han transformado para convertirse en un material duro, y por ahora, en muchos casos, indoblegable: bajo el liderazgo de Milei.

Bajo el dogma del déficit cero, tantas veces esgrimido e implementado y otras tantas fracasado en la historia política moderna, por caso decenas de diputados nacionales formados y proyectados profesionalmente en el sistema universitario público, gratuito y de excelencia de la Argentina, no dudaron en votar a favor de un veto presidencial que busca vaciar el sistema educativo superior. ¿Y el costo político?, ¿y los compromisos pre electorales?, ¿por qué, por ejemplo, la diputada santafesina Germana María Figueroa Casas (PRO), docente en la UNR, votó contra los elementales intereses de la institución que la acompañó por décadas en su desarrollo personal e intelectual?

Otro tanto para el diputado Alejandro Finocchiaro (PRO), formado en este caso en la UBA, exministro de Educación de la Nación, exdirector general de Cultura de la provincia de Buenos Aires, entre otros cargos, que argumentó su apoyo al veto presidencial contra el financiamiento universitario “porque se trata de una disputa política contra el kirchnerismo, acá estamos votando para darle una señal a las calificadoras de riesgo internacionales, a los inversores”. Es el mismo Finocchiaro que tiempo atrás le pedía a Alberto Fernández que aumentara el presupuesto educativo.


Crispación en las calles


El sistema educativo superior público de la Argentina tiene cerca de dos millones de alumnos, decenas de miles de docentes y no docentes. Los jubilados, también cercenados por un veto presidencial, y con el apoyo de la misma nueva fusión política, son unos seis millones de argentinos.

Todos caminan por las calles del país, igual que los legisladores nacionales. Con las escatológicas diatribas que emanan desde el propio presidente como de la trama de redes libertarias, el incremento de los episodios de violencia política callejera será un hecho. La calle empieza, de a poco, a jugar un juego peligroso para todos, y la democracia está en riesgo. Como dijo el diputado Miguel Pichetto en la última sesión del miércoles 9: “¿A dónde van?, ¿cuál es el plan, una empresa de demoliciones de los instrumentos del Estado que han mantenido un cierto grado de prosperidad de la Argentina?”.

Mientras tanto, y como efecto paradojal, ante el estrépito por la caída de la actividad económica, de los ingresos populares, de los puestos de empleo y el encarecimiento de la vida cotidiana de las enormes mayorías –ya ni siquiera morigerada por un leve descenso de la inflación ni por el dólar planchado–, la aplanadora liberal oligárquica está reviviendo a una lideresa nacional, que se activó y sigue vigente: Cristina Fernández de Kirchner.

La ex presidenta, aunque ya sin contar con la confianza y el apoyo de todo el kirchnerismo, y con adversarios internos explícitos como el gobernador de La Rioja Ricardo Quintela, sorprendió con una jugada impensada: va por la presidencia del PJ, que se dirimirá en noviembre. La presidencia del mayor partido político de la Argentina es nada y es mucho, según cómo se calibre.

Antes de noviembre, el próximo 17 de octubre, empezarán a dirimirse los posicionamientos, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, el centro de gravedad del PJ. ¿Cristina se pondrá por encima de la disputa Máximo Kirchner–Axel Kicillof, y tejerá un acuerdo con el gobernador de Buenos Aires? Todo ese espacio peronista kirchnerista, no el llamado peronismo “racional”, ni moderado o “de centro”, empieza a olfatear una oportunidad ante la declinación de popularidad de Milei.

El tiempo político de consagración de una derecha implacable, en cabeza del presidente Milei, empieza a coincidir con otra novedad, en sentido contrario; el peronismo habitado por años, incluso durante la larga década kirchnerista, por un arco ideológico variopinto, ahora es empujado a definirse, si pretende perdurar.

Todo llega. A 20 años de la emergencia de los Kirchner en el poder, los interminables debates y recelos acerca de si el kirchnerismo era o no sinónimo de peronismo, llegan a su fin: kirchnerismo es el peronismo del siglo XXI, y allí están Cristina, Kicillof, Quintela, Jorge Capitanich, José Mayans, Gildo Infrán, y siguen los nombres de otros dirigentes.

Fuera de esa concepción hay sólo restos y fragmentos que orbitan el poder económico concentrado; ahora Milei, antes Mauricio Macri, y en su medida, Alberto Fernández, pedido en su momento por gobernadores y avalado por Cristina. La expresidenta, autocrítica, renovada, aunque sin disolver recelos de muchos por su metodología de conducción y sus errores políticos, juega muy fuerte confrontando con el presidente, va por el PJ y sentencia a los que se dicen peronistas pero votan con Milei (hubo cinco diputados de origen peronista, aunque uno sólo miembro actual del bloque de UxP, que ayudaron a consolidar los vetos presidenciales).

La polarización extrema sostiene por ahora a Milei, pero a la vez purifica al peronismo y termina de kirchnerizar el universo nacional popular que está en el centro de gravedad y del otro lado del Río Bravo. El tiempo y la deriva del plan económico actual terminarán dirimiendo de qué lado quedarán las preferencias mayoritarias. El 1º de septiembre de 2022 un milagro hizo que, por dos veces, las balas que gatilló Sabag Montiel no salieran de su arma homicida. Cristina siguió viva.

Hoy, Milei arrasa con los restos del pejotismo “moderado” y le deja a Cristina, Kicillof y Quintela, entre otros, el campo abierto para consolidar una victoria cultural histórica: el peronismo del siglo XXI, sin el kirchnerismo, es apenas una burocracia dispersa y sin respuestas políticas para casi nadie.


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