La politóloga rosarina Rocío Novello asegura que la capacidad que exponga el gobierno de Alberto Fernández para leer con certeza “qué es lo que está pasando” pondrá en juego “algo más que las elecciones” de noviembre próximo. “Se dice falta guita en los bolsillos… Sí, nadie lo puede negar —resalta—, pero también falta entender que la precariedad de la vida de las grandes mayorías empeora”. En este sentido, argumenta que “incentivar el consumo puede servir como escape rápido, pero no permite construir una mirada a largo plazo, un proyecto de vida”.
Para esta joven politóloga de 35 años, licenciada en Relaciones Internacionales por la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Rosario, la actual crisis mundial es un buen momento “para repensarlo todo” y se pregunta: “Si no, ¿cuándo lo es? O, mejor dicho: ¿es posible sostener un proyecto político de mayorías sin repensarlo todo?”
Rocío Novello distribuye su tiempo de trabajo e investigación en ámbitos de educación y gestión pública, forma parte del Centro de Investigación Política y Economía Internacional, y sus opiniones pueden escucharse frecuentemente en el programa Diálogo Directo, en la FM 107.5.
En este diálogo con Suma Política enumera preguntas capitales que debe recuperar la política, destaca que la gran deuda de la democracia argentina es “restituir al pueblo su capacidad de preguntarse por otras formas de vida”, repasa la realidad sudamericana y, además, hace suya una reflexión de Álvaro García Linera, ex vicepresidente de Bolivia: La política es una lucha por el monopolio del horizonte predictivo de la sociedad.
—¿Imaginás posible un acuerdo político de carácter estratégico después de las elecciones de noviembre, cualquiera sea su resultado?
—Para el peronismo, o el Frente de Todos, esa posibilidad existe. Manifestaron de forma reiterada su intención por alcanzarla. Cuando hablan de un nuevo contrato social están diciendo que es necesario sentarse con los actores más racionales de la oposición. Entienden que dentro de su modelo de país —algo así como un capitalismo con la gente adentro— es posible sentarse y acordar con los sectores de la burguesía industrial nacional, el agronegocio, con los trabajadores, al menos los formales… Ahora bien, ¿qué pasa si miramos a la oposición?: esa posibilidad no existe. Si bien los intereses de la oposición no son homogéneos, se ven presiones crecientes hacia aquellos que se muestren más proclives a entablar algún nivel de diálogo y eso reduce las posibilidades. Esto se relaciona no sólo con un histórico antiperonismo, sino con que la derecha como proyecto político no tiene la voluntad de incorporar los intereses y necesidades de las clases populares. Podríamos decir que buscan imponer un modelo de capitalismo sin gente. Lo que, a su vez, supone un límite claro como oferta política dentro de las reglas de juego democráticas.
—Esta imposibilidad supone una fragilidad de algunas democracias sudamericanas, pienso en Brasil, en Bolivia… Quien gobierna está destinado a hacerlo en soledad, con oposiciones que, lejos de acompañar, parecen prestas a desestabilizar, ¿ves en eso una cuestión cultural? ¿es sólo un rasgo de época?
—A fines del año pasado, Álvaro García Linera, ex vicepresidente de Bolivia, dio una entrevista a la revista Crisis muy interesante para pensar este momento. Comparto dos ideas de esa entrevista que pueden ayudarnos a pensar esto. En primer lugar, Linera dice: la política es una lucha por el monopolio del horizonte predictivo de la sociedad. Es una lucha por el cómo las personas prevén su futuro más cercano. Las fuerzas conservadoras o de derecha, ya sea en Bolivia, Brasil o Argentina, no dan muestras de tener esa capacidad de definir un horizonte predictivo para la sociedad, en tanto no tienen un proyecto de país que incluya a las mayorías. Pueden alentar el odio, el racismo, el punitivismo como intento de atraer votos e incluso ganar elecciones, pero eso no es un proyecto sostenible en el tiempo. Y esto nos lleva al segundo aporte de Linera: estamos viviendo un tiempo ambivalente…. No vayas a buscar normalidad, no va a haber.

—¿A qué normalidad estaría refiriendo?
—Frente a la crisis económica y social que estamos viviendo, pretender volver a un estado de prepandemia, a una normalidad que ya no existe, sería un error. La irrupción de la pandemia no sólo agudizó las desigualdades preexistentes, sino que expuso, tal vez como nunca antes, la constante precarización de la vida a la que se ven sometidas millones y millones de personas, un proceso característico de este tiempo histórico del capitalismo financiarizado. Ante esta realidad social explotada, ¿qué proyectos de vida proponen las fuerzas progresistas, democráticas, para que algo cambie a su favor? ¿cómo se construyen horizontes predictivos que no sostengan esa precariedad? Sin dudas, la fortaleza o debilidad de los sistemas democráticos de nuestra región se definen en gran medida por cómo atraviesen esta tensión.
—¿Y cuánto de influencia tiene, para vos, un proceso político en un país de Sudamérica respecto de otros en países vecinos?
—A nivel regional, incluso antes de la pandemia, ya podíamos ver una realidad compleja e inestable. Hablar de un giro a la derecha a partir de 2015 o de nueva ola progresista en base a resultados electorales después de 2019, ya sea en Argentina, Bolivia o Perú, o por los avances en el debate constituyente en Chile o por las manifestaciones en Colombia resulta, de mínima, apresurado. A nivel regional estamos en un momento de múltiples disputas, pero sin puntos de referencia claros y con espacios de concertación o integración debilitados. A las crisis domésticas que supuso la emergencia sanitaria en cada país, se le suman disputas de poder abiertas en la mayoría de ellos, con especificidades nacionales…
—El contexto mundial tampoco ayuda a la región…
—La región más desigual del mundo enfrenta, además, los coletazos de una disputa a nivel global entre grandes poderes que podríamos resumir en dos polos estatales: Estados Unidos y China. La resonancia entre procesos políticos de actores vecinos es innegable, pero ¿existe algún margen para pensar en la construcción de un rumbo común? Sin esa instancia, la posibilidad de contribuir a la autonomía regional se reduce notablemente y nos expone a mayor vulnerabilidad.
—¿Cuáles son, a tu criterio, las deudas centrales de la democracia argentina, después de casi cuarenta años?
—Creo que una de las mayores deudas es restituir al pueblo su capacidad de preguntarse por otras formas de vida. La última dictadura vino a imponer a través del terrorismo de Estado una única lógica: la del individuo solo ante el mercado. Y si bien en estos últimos cuarenta años emergieron múltiples y diversas formas de resistencia y de lucha desde los movimientos sociales, aún queda mucho por hacer…
—¿Por ejemplo?
—Poder avanzar en los juicios a responsables empresariales de la dictadura podría habilitarnos a cuestionar y desandar las complicidades y el terror que dieron sustento al modelo económico imperante. Un modelo que se ocupó de reducir el valor real del salario, que buscó la erradicación total de las villas y asentamientos precarios, quebrando con las políticas de planes de vivienda planificadas a favor de la especulación inmobiliaria, que cerró más de quince mil fábricas, que redujo en un 15 por ciento el Producto Bruto Interno y que elevó la deuda externa notoriamente… Una de las causas más emblemáticas es la que investiga la represión del Villazo (N de la R: en 1975 en Villa Constitución): la responsabilidad de los directivos de Acindar. Recordemos que quien fuera presidente del directorio de esa empresa, Martínez de Hoz, fue después ministro de Economía de la dictadura, prueba más que elocuente.
“…una de las mayores deudas es restituir al pueblo su capacidad de preguntarse por otras formas de vida. La última dictadura vino a imponer una única lógica: la del individuo solo ante el mercado (…) queda mucho por hacer”
—Todas las fuerzas democráticas argentinas legalmente constituidas participan del juego democrático, pero ¿te parece que hay un consenso sobre qué tipo de democracia quieren?
—Que haya fuerzas políticas que acepten las reglas electorales para acceder al Estado no quiere decir que sean fuerzas democráticas, es decir: fuerzas que expresen y construyan proyectos que apunten a la ampliación de derechos para las mayorías. Y esta opción, sin dudas, está vinculada con el modelo de desarrollo que se busca implementar y con un tipo de inserción internacional.

—¿Te sorprendió el resultado de las Paso?
—Si repasamos rápidamente los últimos resultados electorales a nivel internacional, vemos que en su gran mayoría los oficialismos recibieron cimbronazos en las urnas. La gestión de la pandemia no fue fácil para ningún gobierno. En este sentido, no debería sorprendernos que Argentina continúe con esta tendencia. Ahora bien, si miramos de cerca la situación nacional, hay algunos elementos que sí llaman la atención. Uno de ellos fue la sorpresa que expresó el propio gobierno ante los resultados. A pesar de ser una elección primaria de medio término, el haber perdido los votos que permitieron ganarle a Macri en 2019 pareció vislumbrar el peor de los temores: no hay 2023. Apresurados o no, la reacción inicial y la posterior semanita de reajustes internos habla, al menos, de un cierto desconcierto del Ejecutivo nacional. Frente a un nivel de pobreza que supera el 40 por ciento y la angustia e incertidumbre que nos deja la pandemia, me pregunto: ¿qué lectura hizo el gobierno de la realidad social?
“Frente a un nivel de pobreza que supera el 40 por ciento y la angustia e incertidumbre que nos deja la pandemia, me pregunto: ¿qué lectura hizo el gobierno de la realidad social?”
—¿Y qué lectura te parece que hace el gobierno? ¿cómo ves el proceso electoral de cara a noviembre?
—En la capacidad que despliegue el gobierno para leer qué es lo que está pasando se juega algo más que las elecciones de noviembre. Se dice: falta guita en los bolsillos… Sí, nadie lo puede negar, pero también falta entender que la precariedad de la vida de las grandes mayorías empeora. Incentivar el consumo puede servir como escape rápido, pero no permite construir una mirada a largo plazo, un proyecto de vida. Si una crisis mundial no es buen momento para repensar todo, ¿cuándo lo es? O, mejor dicho: ¿es posible sostener un proyecto político de mayorías sin repensarlo todo? Sabemos, como dijo Linera, que normalidad no va a haber. Esto no quiere decir que ignoremos que cualquier discusión que se abra a futuro va a estar marcada por la exigencia de ajustarse a las condiciones macroeconómicas que impone la restricción externa y por la necesidad de que el Estado esté donde más se lo necesita.
—Hablás de una crisis mundial como buen momento para repensarlo todo, ¿qué?
—Es en ese delicado equilibrio, que aún no sabemos si existe, que tenemos la posibilidad de hacernos grandes preguntas que mejoren las condiciones de vida de las mayorías: ¿Qué proyectos hay para repensar la educación en pleno siglo XXI? ¿Cómo aceleramos la urbanización de los barrios populares para que nadie se quede sin acceso al agua potable o a Internet? ¿Qué formas de transición a una economía ambiental nos damos? ¿Es posible generar trabajo para todos los sectores sociales o es necesario crear una renta básica universal? ¿Cómo construimos ciudades libres de violencia narco? ¿Cómo podemos reconocer las tareas de cuidado y comunitarias que le pusieron el cuerpo a la pandemia? Si la política no habla de esto, ¿de qué habla? o ¿a quién le habla?

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Músico, periodista y gestor cultural. Licenciado en Comunicación Social por la UNR. Fue editor de las revistas de periodismo cultural Lucera y Vasto Mundo.
