Con una inflación para abril del 4,1 por ciento, el “enigma de los precios” podría ser el título de un thriller. El paraíso perdido de los alimentos baratos. Y si se consideran los efectos que tienen sobre el poder adquisitivo, con salarios reales que acumulan una caída de más de 20 puntos en tres años, la historia es de suspenso.
El lunes por la noche, el gobierno nacional anunció sorpresivamente el cierre de exportaciones de carne por 30 días. La Mesa de Enlace, que agrupa a las cuatro entidades agropecuarias tradicionales, se reagrupó y ejerció su oposición inercial al kirchnerismo. En solo unas horas, se habló de paro y se pidió una audiencia con el presidente. Pero la decisión se dirige, más bien, a los frigoríficos, que son los que exportan y abastecen el mercado interno.
El 2021 del gobierno tiene tres columnas: la vacunación-contagios, el control de la inflación y la unidad del Frente de Todos. Los niveles de pobreza y el débil ritmo de la producción, instalan una precariedad creciente. Durante abril la disciplina fiscal llevó el resultado primario a un nivel inferior un 40 por ciento real respecto al mismo mes del 2019. Y la buena recepción de la gira europea en los bonos y acciones, se interrumpió con un nuevo frente interno.
Lo central de la medida está dado por la limitación temporal, una demostración a fin de negociar con los actores como se hizo en diciembre con el maíz y se levantó a los 10 días. En su rechazo al cierre a través de Twitter, el gobernador Omar Perotti destacó que la solución es aumentar la producción y que se puede abastecer el mercado interno y mantener la exportación. Siguiendo el trazo que el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, publicó con los 10 puntos resultantes del Consejo Económico Social, el gobernador destacó el problema de oferta. Santa Fe es la primera provincia en la materia, con 30 frigoríficos y 10 plantas exportadoras.
Con un clima social irritable, una economía sin repunte, una campaña electoral en marcha y envuelto en el colapso sanitario, Perotti ensayó un intento de peronismo agrofriendly compartido con el gobernador cordobés, Juan Schiaretti, mientras el gobierno nacional ejerce presión para aumentar el cupo del mercado interno. Pero el problema político le estalla en la producción. Es un deslinde entre propósitos declarados e instrumentos utilizados.

Dólares y bifes
El país tiene el mismo stock ganadero de hace 30 años, con 40 por ciento más de población y el doble de pobres. En un año, la carne aumentó más del 65 por ciento. Ese es el marco en el que se filma la película, que no es cine nacional: la inflación en Estados Unidos y su traducción en aumento de activos y materias primas, junto con el repunte chino, elevaron las cotizaciones a nivel internacional. En la carne argentina golpea a través del maíz, de los insumos dolarizados y de la brecha. La crisis de la globalización, acá nomás.
El país tiene el mismo stock ganadero de hace 30 años, con 40 por ciento más de población y el doble de pobres. En un año, la carne aumentó más del 65 por ciento. Ese es el marco en el que se filma la película…
Es un contexto con similitudes a la crisis del 2008, aunque con otro escenario político. La oposición hace pie en el 40 por ciento de octubre del 2019, que tiene al núcleo de la dirigencia agraria como eje vertical. Por ese agujero se cuela la dimensión desconocida que, entre el productor y el consumidor, agiganta un monstruo indomable para la política argentina.
Durante la anterior aplicación del cierre exportador, entre principios de 2006 y diciembre de 2011, la carne subió cerca del 300 por ciento, por encima de la inflación del período. La producción ganadera descendió un 18 por ciento y se cerraron más de 100 frigoríficos, como el de Venado Tuerto. En ese período se perdieron más de 11 millones de cabezas de ganado (reducción de stock) y una importante cantidad de productores debieron vender sus vacas (concentración). Sin embargo, no se logró controlar los precios y el consumo por habitante cayó un 30 por ciento entre 2009 y 2021, un mínimo histórico solo compensado con el crecimiento del pollo y el cerdo.
El ministro de Agricultura Luis Basterra observa otra vez cómo el conflicto surge de la Casa Rosada con una interpretación: la política del sector se construye negociando con las industrias y confrontando con la producción. Para luchar contra la “reprimarización” y haciendo equilibrio entre la consolidación fiscal para mostrar al mundo y las necesidades crecientes de una población en emergencia, el gobierno estrechó su vínculo con el Consejo Agroindustrial Argentino, conducido por la industria aceitera-exportadora, la que ingresa los dólares. La modalidad se repite con los frigoríficos.
En cuanto a complejidades técnicas, el ideario de la gran fábrica como sinónimo de valor agregado frente a la rusticidad de la producción primaria, perdió vigencia.
La lectura política se induce más por términos macroeconómicos que estrictamente productivos. El aporte de las exportaciones agropecuarias a los objetivos macro que buscan estabilidad es de 40 mil millones de dólares. En el caso del sector cárnico, sumó unos 3 mil millones de dólares. Son esos los actores que cuentan con estrategias financieras para fugar los dólares de las ventas.

La máquina de hacer terneros
Es muy difícil para un productor que alquila sostener las vacas en el campo frente al aumento de los alquileres en soja (que es la moneda fuerte del sector, como vimos acá). Con incertidumbre comercial, bajos nacimientos y alta mortandad, la ganadería deja de ser negocio. Es ahí cuando se inician los esquemas de monocultivo y solo quedan los grandes criadores. Un modelo para abastecer al mundo con un consumo interno desplomado por salarios que apenas alcanzan para sobrevivir.
Un animal no se almacena. Hay un ciclo biológico que, además de ser largo, riesgoso y caro, no se puede alterar. Por lo tanto, no hay demasiado margen de especulación. La brecha cambiaria genera un mercado informal que impide cerrar cualquier cálculo económico. El sector de la carne tiene una altísima incidencia de la economía en negro, un aspecto fundamental para condicionar la oferta y la demanda.
Además, la bajísima tasa de destete, que está en el 60 por ciento, señala una alta ineficiencia en el sector. Es un indicador del estado de la producción. Si la máquina es la vaca, los terneros son el producto. A menor destete, menor producción. La liquidación de vientres equivale a vender las máquinas. Para abastecer el mercado interno y poder exportar, harían falta unos 2 millones de terneros más.
El enojo de los productores se relaciona con que son ellos quienes asumen los riesgos del clima, tienen el animal durante un tiempo prolongado, mantienen la infraestructura e invierten en servicios y personal. Pero su participación en el precio final no está por encima del 25 por ciento. El frigorífico tarda un día en faenarlo y el carnicero otro día en vender. La diferencia de márgenes entre un establecimiento de cría y un matarife, puede superar el 300 por ciento.
Las industrias, al ser grupos empresariales dependientes de la exportación y estar altamente expuestos financieramente, recuperan márgenes con aumentos internos. Tienen un poder de fuego que nutre en los hechos los volúmenes que se comercializan en negro y que repercuten en los precios que paga el consumidor. Según el Índice de Precios en Origen y Destino de la Federación Argentina de Empresas Medianas (CAME), en abril, entre 24 tipos de alimentos agrícolas, el precio promedio para los consumidores fue 4,67 veces el precio que recibe la producción.
El enojo de los productores se relaciona con que son ellos quienes asumen los riesgos pero su participación en el precio final no está por encima del 25 por ciento.
Los principales frigoríficos exportadores con los que dialogó el presidente tienen estructuras integradas a lo largo de toda la cadena, lo que achica sus costos y, a su vez, le brinda capacidad para condicionar al resto de los actores. La carne que se exporta a Europa, Japón o Estados Unidos, no es la misma que se consume acá. Los chinos se llevan carne para hervir, pero a medida que cambian sus hábitos de consumo, comienzan a competir con el mercado argentino. Las herramientas deberían dirigirse a administrar esos mercados que no son incompatibles. Mirando los precios, se puede terminar favoreciendo un proceso de concentración y simplificación productiva que deje a la gente sin churrasco y a la Argentina sin dólares.

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Autor
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Hace periodismo desde los 16 años. Fue redactor del periódico agrario SURsuelo y trabajó en diversos medios regionales y nacionales. En Instagram: @lpaulinovich.
