Entre enormes telones, la sala teatral del Galpón 15 alberga a unas doscientas personas sentadas que esperan el comienzo de la función mirando hacia el escenario sobre el que sólo hay, delimitadas por una luz circular de tres metros de diámetro, una mesa y dos sillas, ante las cuales, en el piso, hay dos montoncitos de ropa.
(Estamos en Rosario, al sur de la provincia de Santa Fe, Argentina, bien a la vera del Paraná, en la noche de cierre de la primera edición de Tercerescena. Festival de Teatrocirco Tercermundista, que había comenzado el jueves 1° de setiembre con un concierto de Una Cimarrona, casi en el mismo momento en que Fernando André Sabag Montiel gatillaba una pistola Bersa apuntada a la cabeza de CFK)
Entonces salen a escena dos actores, uno petisito y morocho y el otro alto y rubión, descalzos, vestidos con calzoncillos y musculosas blancas (denotando varios días de uso), caminando en cámara lenta, en dirección al frente del proscenio, donde se detienen ante los sendos montículos de ropa (sucia y arrugada) que yacen sobre el piso. Se quedan quietos, mirando al vacío de la cuarta pared sin exhibir actitud alguna, durante largos segundos, y con parsimonia, pero ya no en cámara lenta, comienzan a vestirse: el actor rubión (Eleazar Fanjul) terminará convertido, luego de calzarse camisa de hilo blanca, pollera, delantal, pantuflas y peluca, en una hilarante señora de mediana edad y mirada extraviada; y el otro, el petisito morocho (Claudio Inferno), en un señor de gesto adusto con el pelo engominado vistiendo una ridícula (por lo marcial) chaqueta de grandes solapas, abierta, y viejas zapatillas sin cordones.
Son Los Santos (así se llama el grupo, y también la obra), y el nombre podría sonar a apellido familiar si no fuera porque durante el transcurso de los 65 minutos (aproximadamente) que dura la pieza el espectador percibe, intuye, que esos personajes tan identificables, ese matrimonio tan paradigmático, participan de la santidad de los seres desgraciados, aquellos que exponen con inocente impudicia el patetismo de la subsistencia tras el fracaso de los sueños y el abandono de los ideales.
Pero llamemos señora Santos al personaje femenino y señor Santos al masculino, y veamos cómo los dos comediantes desarrollan su teatrocirco minimal y antropológico con una precisión que delata obsesivos ensayos y asiduas correcciones evolutivas desde la génesis de la obra, hace 12 años, en Cataluña, España, donde residían, emigrados, los dos artistas rosarinos.
La señora y el señor Santos son alcohólicos, tienen una relación pasional en la que prevalece el amor, y se comunican sin palabras. Ni una. Y lo que pasa entre ellos, lo que comparten con el público, son rutinas y habilidades adquiridas durante años de encierro en casa ante la mesa y botellas de bebidas alcohólicas, uno frente a otro sin nada que decirse pero compitiendo en una extraña y contradictoriamente tierna búsqueda de afecto.
“Fue fundamental la mirada externa que aportó el director danés Karl Stets, quien los ayudó en el trabajo de las sutilezas, en esos pasajes que había que cuidar entre las piruetas y las escenas más naturalistas”, dice el diario Río Negro en su edición del 26 de agosto pasado, en una nota titulada Teatro: «Los santos», el circo en una mesa, en la que Claudio Inferno dice: “Con Eleazar nos propusimos crear un mundo diferente a partir de aunar las herramientas que traíamos del circo, sus técnicas. El objetivo fue siempre el mismo: viajar hacia un lugar distinto, que no es ni más ni menos lo que propone el teatro como género. Una vez que sumamos esto para su construcción, le aportamos a la escena los elementos que conceptualmente responden al minimalismo. Fueron esas cuestiones mínimas las que nos permitieron crear un espacio para imaginar y donde el público pudiera completar la obra. Tal es así que es muy raro que todos vivan y sientan un mismo espectáculo”.
(La puesta en escena que nos tocó ver en el Galpón 15 fue tan atrapante que unos ocho o nueve niños de entre cinco y diez años que estaban en la primera fila no se movieron de sus asientos, absortos en lo que sucedía en el círculo de luz, al igual que la totalidad de los espectadores, hasta el final de la obra, que fue coronada con fuertes y sostenidos aplausos, tras los cuales los actores agradecieron a las organizadoras de Terceraescena, Irupé Vitali, Malén Meazza, Julia Lamas y Anabel González, y las invitaron a subir al tablado. Hubo más aplausos y más palabras, se recordó que Los Santos venía de ganar la 36a. Fiesta Provincial de Teatro en Neuquén, celebrada en Zapala en abril, y se agradeció por su apoyo a Cultura de la provincia de Santa Fe y a la Municipalidad de Rosario. Pero esto último no lo presenciaron los niños de la primera fila, que luego de aplaudir salieron eyectados a corretear y gritar por el lugar, como hacemos los niños cuando somos niños)
Y en la misma nota del diario Río Negro agrega Claudio Inferno: “Trabajamos mucho la idea del encierro a partir de la compañía de alguien. Son dos personas que repiten sus costumbres como si fuesen coreografías de una vida compartida, volviéndolas casi un ritual. Son fetichismos, sublimaciones que responden a su forma de ser y a la convivencia. Hay un contenido tácito, será por eso que cada vez que la hacemos es una lectura diferente por parte de los espectadores. Pero somos permeables a lo que nos dicen porque nos nutrimos de esas devoluciones. Es atemporal, amén de su calendario. La obra está viva porque sigue creciendo con nosotros”.
La representación que sentimos y vivimos ese domingo en el Galpón 15 tuvo un efecto transformador, superó las expectativas unificando la expectación, y la lectura de lo que se dijo por medio de acciones mudas, con ausencia total de palabras, fue diferente en su deferencia, que se repetiría en cada una de las puestas en escena de Los Santos. Esto lo deben saber Claudio y Eleazar, a quienes se los ve disfrutar de sus elaborados pasamanos de vasos y botellas, de las proezas acrobáticas del señor Santos, de la estrepitosa comicidad de la señora Santos, de los impresionantes diálogos de miradas y pequeños gestos, de la interacción con la música en breves y precisos segmentos de gran significación. De la magia teatral ancestral que convocan.
Para Antonio Gramsci (escribió 183 críticas teatrales y cientos de páginas sobre teatro en los Cuadernos de la cárcel) el teatro debía tener una intencionalidad política en su praxis contrahegemónica, para lo cual era importante tener en cuenta la reacción del público y hacerlo partícipe de la construcción de una nueva, y renovable (con vida propia), cultura revolucionaria. Porque estaba seguro de que en el futuro los ideales revolucionarios prevalecerían sobre el conservadurismo derechoso.
Por suerte en Rosario, en el Galpón 15, algunos vimos refulgir parte (apenas un momento escénico) de ese futuro, que se asomó silbando bajito a la vera del Paraná con la humildad de los grandes artistas que nunca se la creen y siempre suman al otro, invitándolo amablemente a participar de la fiesta milenaria del circo.
También con humildad, levantando el guante que nos arroja a la cara (a todos) esta realidad global de grieta ideológica y enfrentamientos ciegos y sordos que confunden opresores y oprimidos, las cuatro organizadoras del encuentro (Vitali, Meazza, Lamas y González), formando un sólido grupo al que dieron en llamar Tercermundo Producciones, armaron una programación que incluyó, aparte de Los Santos, otras tres obras teatrales (La fragilidad de la memoria, de Tallarín con Banana; Ruth y la araña, de Binomio Fantástico; y Los tesoros inexplicables. El estante de los muertos, de Proyecto Errante), dos talleres (uno sobre “cuerpo, voz y percusión corporal”, y el otro sobre “acrobacia en cuadro aéreo”), dos conversatorios en EMAU, la Escuela Municipal de Artes Urbanas (estuvieron allí Salvador Trapani, Elena Guillén, Liana Barrale y Paola Lalia), y cuatro recitales (de la citada Una Cimarrona más Ioio y les amigues del flow, Claudio Inferno Live Set, y la banda Biyo).
Además, en su debut el festival debió enfrentar una dura prueba a consecuencia de lo ocurrido en la Capital Federal (el intento de magnicidio), con un abrupto feriado y la locura mediática que se desató y tapó por un par de días la difusión de cualquier otro evento, de la índole que fuera.
Por suerte la gente de Tercerescena siguió atendiendo su incipiente cultivo, sembrando una experiencia que retoma postulados de una agrupación, el Cirkito (Julia Lamas y Claudio Inferno fueron parte de él), que a fines de los 90 marcó una senda superadora de viejos conceptos escénicos (aquellos atados a rígidos mandatos de escuelas y maestros) nutriéndose de tradiciones circenses, musicales y teatrales que privilegian la experimentación, el disfrute y el humor.
Ficha técnica:
Los Santos
Autores e intérpretes: Claudio Inferno y Eleazar Fanjul.
Técnico: León Tendler e Irupé Vitali .
Producción: Malén Meazza.
Dirección: Karl Stets.