En una aceleración llena de vértigo y que mete miedo, Javier Milei va demoliendo día tras día distintos fundamentos de la República. En el asado celebratorio en la Quinta de Olivos a partir del éxito parlamentario con el veto a la fórmula jubilatoria, Milei continuó ingresando a una dimensión desconocida de la política: se trató de una votación que salió 153 a 87 en contra del gobierno y que no aplicaba ninguna celebración. Todo indica, por las reacciones de la sociedad, por varias encuestas que así lo reflejan, que el festejo suma problemas en el vínculo con los espacios de la oposición dialoguista e hizo estallar a la UCR.
El empate técnico con que se mantuvo el gobierno durante más de un semestre, con la mitad de la población aprobando la gestión (o dándole tiempo para que lleguen las buenas noticias) y la otra mitad crítica, de manera más leve o directamente radical, se ha roto. Después del veto para los jubilados, del bloqueo parlamentario del contra veto, y de un nuevo golpe violento con las tarifas del transporte público en el AMBA, la aprobación presidencial habría caído por debajo del 45 por ciento, y el resto es todo rechazo.
La ruptura con una expectativa positiva con el gobierno, que por ahora alcanza a un 20 por ciento de quienes efectivamente colocaron la boleta de Milei en el balotaje, es la foto de la semana, y la primera que muestra esos niveles desde su asunción. Hasta acá, la agenda anti Estado, anti piquete, anti planes sociales, a favor del ajuste económico hasta que duela, al cabo, anti tradición peronista–kirchnerista, se sostuvo al menos en la mitad de la población, aunque con un ingrediente decisivo: las buenas noticias deberían llegar.
La inflación bajó bastante y bajará más, el orden (represivo) liberó la circulación por las calles, pero esos presuntos logros ya son parte de una realidad que no se acompaña de ningún otro que facilite la vida cotidiana de millones. El acto del domingo pasado por la noche en Diputados, con el presidente dando un discurso por cadena nacional, en ocasión de presentar el proyecto de ley del Presupuesto 2025, como el asado de Olivos de este último martes, fueron puestas en escena fallidas para las mayorías. Todas las mediciones de repercusiones mediáticas hablan de un nuevo momento para Milei, con el rechazo creciendo.
Sin embargo, Milei y su partido LLA, aun en declive, asoman hoy como el probable ganador de la gran “interna” de la derecha que se jugará en 2025. De ahí la crisis sin fin de los bloques aliados, que si se van de la alianza mueren por tibieza, y si se cruzan de vereda ideológica, los espera un jugador de siempre, el peronismo. A Milei lo mantiene esa expectativa: por ahora, del otro lado del espectro ideológico, nadie tiene argumentos ni votos para superar a los referentes del peronismo kirchnerista, que en su momento más crítico sigue siendo la principal fuerza de oposición política y parlamentaria.
El programa político y económico de Milei podría incluso mantener el apoyo financiero internacional, y sobrevivir un determinado tiempo, pero se hunde inexorablemente en la relación con la base de la pirámide, y con los gobernadores, incluso entre los que han venido apoyando hasta con fervor el ajuste de las cuentas públicas.
La única cifra que el presidente mencionó el domingo por la noche en el Congreso fue “60 mil millones de dólares” que las provincias deberían ajustar (sobre el ajuste ya realizado). Con el correr de los días, los 60 mil se achicaron a 20 mil. Maximiliano Pullaro, gobernador de Santa Fe, fue uno de los que salió a refutarlo. No hay país posible con la administración nacional abandonando a las provincias.
Mientras ya se discute el Presupuesto en el Congreso, y Luis Caputo confirmó que no concurrirá, al menos para los primeros encuentros de la comisión, se espera el nuevo veto, esta vez al aumento del presupuesto universitario (que es ley, votado por ambas cámaras). Y la oposición se prepara para intentar otro “contra veto”. ¿Es sostenible esta dinámica política? ¿Cuánto tiempo?
La debilidad de la protesta callejera hasta ahora, continúa siendo uno de los callejones libres para el avance de la política económica de ajuste del gobierno de signo liberal oligárquico. El gobierno sueña con el quiebre definitivo de la protesta, una cultura política nacional. No es el primero que lo intenta, también podría ocurrir que, más temprano o más tarde, se quiebre el gobierno, y la cultura de la protesta continúe. El tiempo dirá.