En la invernal mañana, Fisgón (alias Claudio Spiga) despeja un poco los pastos para seguir andando por el Costero y esa acción le devuelve imágenes de otra caminata suya, en junio de 2020. Aquella mañana de tiempo atrás, que ahora le proyecta su memoria, Fisgón también anda por el Costero, un camino de tierra húmeda y arena, entre juncos y pastizales, que dibuja parte del contorno de la Laguna de Gómez, en el partido bonaerense de Junín, quince kilómetros al oeste de la ciudad. Fisgón lleva aquella mañana, como ahora, una máquina fotográfica; colgada de su cuello, ésta luce en su pecho como una insignia y él la percibe como su tercer ojo, o acaso el primero, aquel con el que comenzó hace un tiempo a enfocar un paisaje que al cabo no fue otro que el de su propio interior. Fisgón anda esa mañana más solo que siempre; es tiempo de miedo (Covid 19) y en el invierno de 2020 el Costero y la laguna toda son una desolación que expone imágenes de un tiempo perdido, naturalmente bello, con huellas de un apocalipsis idiota: modernas embarcaciones abandonadas en la playa que da al club náutico, ningún bote aguas adentro, ningún murmullo humano agitando el aire. Fisgón aspira el aroma de los eucaliptus que aromatizan esos campos y viene a su mente Domingo Faustino, el gran patrocinador de estos árboles en Argentina. Tal vez él mismo, Sarmiento, se dice Fisgón, haya tenido que ver con la abundante plantación de eucaliptus en los llanos aledaños a la laguna. Sarmiento visitó Junín hacia 1884 y, afín como era al desarrollo de parques y más aún, a cargarlos con su ilusión de diversidad y progreso, recorrió las tres lagunas de la zona: la de Gómez, El Carpincho y la Mar Chiquita. Esta última —que en principio se llamó Mar Sarmiento en su homenaje— llamó su atención y el prócer sugirió que fuese también un balneario público, iniciativa que más tarde no prosperó allí, pero sí en la contigua Laguna de Gómez. La Mar Chiquita, la de Gómez y El Carpincho están unidas por el río Salado. La cota más elevada es la de la Mar Chiquita, que por esa razón desagua a través del Salado en la de Gómez y ésta, a su vez, hace lo propio en El Carpincho. Fisgón medita estos asuntos de las tres lagunas unidas por el Salado mientras anda por ese gran humedal; está lejos de los terrores que asuelan la ciudad por la pandemia y, de vez en cuando, se detiene y fotografía a sus amigos: nutrias, gatos monteses, eucaliptus, juncos, pájaros. El paisaje del Costero le devuelve esa mañana de 2020 una sensación vital íntima. Parece un sobreviviente.



La cuenca de este río Salado —también llamado Quinto Salado del Sur— se derrama sobre el sector septentrional de la provincia de Buenos Aires; ocupa además una pequeña porción del sur santafesino y apenas roza territorio cordobés. Desemboca finalmente en la Bahía de Samborombón, tras recorrer unos 659 kilómetros desde su nacimiento, en el sudeste de Córdoba, a no más de 75 metros sobre el nivel del mar. Es un río que nunca sabe de alturas, la planicie es su cuna y camino, y en su camino inunda hondonadas que transforma en lagunas, como la Mar Chiquita, la de Gómez y El Carpincho. La planicie que recorre el Salado se inclina leve, imperceptiblemente, hacia el Este y en los buenos tiempos esos llanos reciben lluvias anuales de entre 700 y 1.000 milímetros; llueve durante todo el año, pero más en otoño y en primavera. Los suelos son pardos, ricos en nutrientes, con pastizales medios y altos. Esto recuerda a Fisgón momentos de buena literatura: se le aparecen Mansilla, en Una Excursión a los Indios Ranqueles, y también Saer, en una de sus novelas; ambos escritores narran sobre dos hombres que cabalgan en la llanura pampeana a poca distancia uno del otro, en paralelo, pero sólo se escuchan, no se ven; los altos pastizales les impiden la visión.
Quizá el libro histórico más afectuoso sobre esos suelos olvidados de las cuencas lacustres del partido de Junín lo haya escrito, con tanto amor como abnegación, el profesor Mario Ricardo Bianco. El río Quinto Salado del Sur (Aportes para su mejor conocimiento) se llama ese volumen, ya inexistente en cualquier librería juninense, que ahora sólo circula gracias a la técnica del fotocopiado. Bianco arriesga que las lagunas de Gómez, Mar Chiquita y El Carpincho formaron parte, antiguamente, de un inmenso estero (que aun incluía espejos lagunares del sudoeste santafesino). La más grande de las tres es la Mar Chiquita, cuenta Bianco, con una superficie de 4.552 hectáreas. Le sigue la de Gómez, con 2.528 hectáreas, aunque cuando se registraron crecientes llegó a ocupar el doble. El Carpincho es la menor de la tríada, inunda poco menos que 350 hectáreas. Bianco comenta que las tres se alimentan, además de lluvias y aportes del Salado, de afluentes subterráneos. El fondo firme de estas lagunas lo forman areniscas y toscas compactas, permeables, con compuestos salinos. Cenagales con sedimentos y vegetación acuática son sus orillas; sus aguas son atermales, sódicas, alcalinas, explica el profesor Bianco.

Fisgón (Junín, 1963) desde hace diez años construye en la laguna de Gómez un registro intuitivo —apuntes, cuentos que se emiten por radio y fotos de flora y fauna— que narra una historia. Comprometido con la preservación y desarrollo de su entorno, su trabajo desborda la fugaz apreciación estética de las imágenes que captura para ser una herramienta de conocimiento y un puente hacia una convivencia decididamente más bella y sustentable del hombre en estos ecosistemas. El trabajo de Fisgón fue iluminado hace poco, cuando Canal Encuentro emitió un documental sobre su vida en la laguna, en el marco del ciclo Pobladores (se puede ver aquí). Allí él contó algo de su quehacer. Fisgón ejerció el periodismo en Rosario, en diarios y revistas, y en la segunda mitad de su vida fue seducido por la fotografía. Regresó a vivir en Junín después de cumplir cuarenta años y entonces tres o cuatro días a la semana, en bicicleta, cubría los quince kilómetros hasta la laguna; llevaba una hamaca paraguaya, la montaba entre dos árboles de algún monte, leía, fumaba, tomaba mates. Observaba. En esas siestas sin tiempo fundó su sueño de vivir algún día en la laguna. En enero de 2014, como regalo de su aniversario 50, lo concretó.
Fisgón habla ahora de ese reencuentro: “Empecé a reencontrarme con la laguna, a vivirla ya no como cuando éramos niños e íbamos sólo para un asado o para el Día de la Primavera… Veía pasar decenas de especies de pájaros o animales delante de mí y conocía sólo tres o cuatro; me dije: tengo que conocer a mis vecinos. Un año después de haberme mudado compré una cámara fotográfica pensando que en unos meses iba registrar cincuenta especies más o menos y listo. Pasaron diez años, llevo registradas 197 y siempre aparecen más…”. Se entusiasma hablando de aves que en su vuelo migrante tienen a la laguna en su ruta y de cómo también, después, lo atrajo el registro de lo que él llama animales de piso: carpinchos, hurones, zorros, gatos, liebres, comadrejas, cuises, nutrias: “Todo me puso en uno de los estados más lindos, el del aprendizaje; no te alcanza la vida para aprender sobre la flora y la fauna con la que convivís”.



Exploró páginas de fotografías de aves de Argentina, entabló relaciones con guardaparques y compró algún que otro fascículo. Accedió a un conocimiento que no está en los libros, dice él, del cual, concluye, a lo sumo hay alguna guía. Expuso ese material en muestras fotográficas en la Sociedad de Fomento de la Laguna y en notas en el periódico de la Universidad del Noroeste Bonaerense (UNNOBA). Quizá lo más notable sea su trabajo en escuelas de la zona: niños de quinto grado de la Primaria N°1 se animaron a construir un abecedario completo con letras iniciales de animales no tan lejanos para ellos (ya no león para la ele o jirafa para la jota), sino de caranchos, chajás, hurones, zorros y pumas; los de primero y segundo grado de la Primaria N°2 pintaron un mural con animales de la laguna; los de la Primaria N°26, donde se asienta una comunidad de pueblos originarios y de huerteros bolivianos, utilizaron la cámara de Fisgón para captar el entorno y montaron una muestra; los del Jardín Público N°901 salen con él al Parque Borchex —un inmenso bosque por donde cruza el Salado en su viaje entre la Laguna de Gómez y El Carpincho— para un avistaje de teros y biguás. Y hace poco Fisgón comparte un taller para chicas y chicos que están fuera del circuito educativo por distintos motivos (autismo, síndrome de Asperger, sordera) que contempla paseo y avistaje de aves. A ello se suman decenas de cuentos que, bajo el título Relatos del chamán lagunero, emite la radio de la UNNOBA; muchos de éstos se encuentran en Spotify, como “Eucalipto”, “Halcón”, “Éxodo”, “Hurón”, “Pulpería” o “Aguará Guazú”. Y ahora acaba de publicarse Canción de los nidos. Haikus y fotos para las aves del humedal (Serial Editorial, 2023), un libro con fotografías suyas y poemas de Juampi Caiazza.
Se entristece Fisgón al hablar de la seca reciente, pero lo gana la esperanza y dice que la laguna y el humedal se recuperarán, ahora que la oscilación El Niño promete lluvias en 2023 y 2024: “Viví la inundación en 2017 cuando la creciente fue grande, había un terraplén frente a mi casa para frenar el agua y los asistentes sociales querían evacuarme; pero no pasa nada con eso: ¡hay agua y cuando hay agua, hay vida, hay millones de animales! La seca en cambio es espantosa, se muere todo”. Su esperanza descansa en algunos asuntos que percibe por estos días: los flamencos han regresado de a muchos y también ya hay una colonia de carpinchos que, a su vez, atraen al puma, su predador natural. Eso es una noticia hermosa porque el puma es un gran controlador del ecosistema, apunta Fisgón.
A través del enmarañado monte que se funde después en la laguna, Fisgón sigue abriéndose camino ahora, en la mañana de 2023, mientras habla de Gómez, aquel desconocido que dio nombre al lugar. Santos Gómez fue un baqueano (o un hacendado, nadie sabe decir bien qué es lo que fue) que hacia mediados del siglo XIX trasladaba ganado por la inmensa pampa; la laguna era su parador obligado. Gómez rancheaba allí, la laguna y el monte le daban, a su gente y a su ganado, agua, alimentos y cobijo. Fisgón deja ahora a Gómez de lado y, cuando enfila hacia el Costero lo asalta, sin más, aquel recuerdo de sus días en la laguna cuando la pandemia del Covid 19. “Entonces salía en el bote y remaba hasta La Redonda, cerca de Baigorrita, y volvía. En esos días terribles para tanta gente, yo caminaba por el Costero, estaba solo y a la vez sentía que eso era un lujo, que estaba rodeado por una maravilla, que me había reencontrado”, dice Fisgón.



David Henry Thoreau (1817-1862) dejó para gracia de la humanidad un inmenso legado: Walden, o la vida en los bosques (1854). Thoreau describió en ese libro su vida cotidiana y meditaciones cuando, solo y con elementales herramientas a mano para su subsistencia, se fue a vivir durante dos años, entre 1845 y 1847, a un bosque a orillas del lago Walden (Concord, Massachusetts, Estados Unidos). Observación e introspección derivaron en la escritura de aquella obra entrañable, no sólo por la sutil y meticulosa descripción del entorno, sino por lo que sugiere esa descripción a propósito de una búsqueda espiritual que lo llevó a reconocerse. Enrolado en el trascendentalismo filosófico, Thoreau fue formado por su gran amigo Ralph Waldo Emerson y su cotejo fue con grandes hombres de la América de su tiempo, como Nathaniel Hawthorne y Walt Whitman.
Otros hombres y mujeres, no tan célebres como Hawthorne o Whitman, suelen visitar algunas noches a Fisgón en su casa de la laguna, a la cual llaman “la enramada”. Frente a la laguna dilatándose en la tierra llana, al lado del fuego, departen con él sobre el sentido de su trabajo, sobre la felicidad de los niños cuando las recorridas; también fabulan (la laguna es un territorio afín a las fábulas): sobre las caravanas del viejo Gómez, sobre el regreso del puma a sus dominios, sobre la improbable existencia de tal o cual animal exótico en las orillas. Observan, beben, fuman y meditan. Fisgón, entre tanto —mientras cavila sobre el sentido premonitorio del apodo con el que lo llamaron hace más de tres décadas—, les cuenta de las sorpresas del monte y del ruido del agua. De todo aquello que ahuyenta sus fantasmas y lo ubica en los umbrales de una nueva dimensión.

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Músico, periodista y gestor cultural. Licenciado en Comunicación Social por la UNR. Fue editor de las revistas de periodismo cultural Lucera y Vasto Mundo.
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Sol
30 de septiembre de 2023 at 12:18
Excelente nota!! Gracias a claudio por ese ojo capturador y gracias Gastón por narrar deliciosamente la historia de éste artista juninense hermitaño y peculiar.
Vladimir Bohoslavsky
30 de septiembre de 2023 at 12:20
Excelente nota, excelentes fotos.
Gracias Claudio por la coherencia entre el pensamiento y tu vida.
Andrea Centeno
30 de septiembre de 2023 at 13:45
Q lindo es volver a leerte, Gastón. Y doblemente lindo es leerte en esta nota sobre dos cosas que conozco y me quiero mucho: la Laguna de Gómez y Fisgón (q sabrá disculparme por llamarlo cosa aquí, solo a los efectos de achicar el comentario). Me encantó la crónica, perfil incluído, que refleja tan bien a ambos. Fue como volver a visitar ese lugar de la mano de quien más la conoce. GRACIAS!! Un placer leerlos
eofigna@gmail.com
30 de septiembre de 2023 at 14:35
Excelente nota!
SERGIO PABLO RIGAZIO
30 de septiembre de 2023 at 20:24
buenísima la nota, las fotografías, la conversación entre príncipes; los que conocemos la laguna desde siempre sabemos que a partir de Claudio y su mirada la laguna ha cobrado otra dimensión, mucho más cercana a la idea de un territorio sagrado que a la de un rincón ilusorio para el mero esparcimiento veraniego. Congratulations a ambos dos!