[Suma Urbana] “Algunos planes son papel dibujado. La eficiencia de un plan se mide por sus resultados”
Gastón D. Bozzano
“Hay que saber de qué está hecha la ciudad”, dice el arquitecto Manuel Fernández de Luco, y en esa aseveración condensa buena parte de su pensamiento, de sus juicios y evaluaciones sobre la planificación urbana en general, y de Rosario en particular. Advierte que sólo el conocimiento exhaustivo de los actores que pugnan por sus intereses, y de las fuerzas que operan en el terreno, puede orientar el trabajo del buen urbanista. Primero a cargo del Plan Director y luego como subsecretario y secretario de Planeamiento municipal, Manuel Fernández de Luco fue, entre 1983 y 1995, el urbanista que quizás más haya gravitado en las acciones que transformaron Rosario desde el regreso de la democracia. Sencillamente porque sus meditaciones sobre los asuntos urbanos nunca dejaron de estar vinculados íntimamente con su propia gestión. De hecho, él prefiere hablar mucho más de gestión que de planificación. “La eficiencia de un plan se mide en sus resultados”, sentencia.
Cuida sus palabras, casi meticulosamente, Fernández de Luco al hablar con Suma Política sobre estas cuestiones. Quizás porque, como ninguno de sus colegas, está hablando de su propia historia pública y de otros que la continuaron (que en algunos casos celebraron logros de gestión que él mismo y su equipo habían iniciado una década antes). Si bien es cauto al opinar sobre los sucesos transformadores que vinieron a partir de mediados de los 90, se esfuerza en aclarar que la génesis de muchos de esos procesos ya estaba presente en las ideas de Oscar Mongsfeld y su Plan Regulador de 1967 y, antes aún, en las del agrimensor Juan Alberto Montes en su paso por Rosario. De todo esto reflexiona Manuel Fernández de Luco en este reportaje (a la vez que escribe una columna especial para Suma Política sobre su punto de vista sobre la transformación de la Costa y el enclave de Puerto Norte).
El planeamiento es un gerenciamiento, asegura sin sonrojarse, y toma distancia de los planes que son “papel dibujado”. Siempre abrazado a la realidad de su tiempo, augura para Rosario una compactación urbana que sume calidad, al tiempo que toma distancia de la ilusión de volver a tener trenes de cercanía. También afirma que Rosario nunca se pensó al margen de la cuestión metropolitana y afirma al respecto: “La visión metropolitana la tienen los actores reales”.
—Fuiste parte del primer equipo que, en democracia recuperada, debía pensar en planificar, ¿qué se proponían entonces? ¿cuáles eran las metas?
—Tenemos que ubicarnos históricamente: fines del 83, es el reinicio de la democracia, con una administración del doctor Horacio Usandizaga que fue novedosa: el radicalismo había ganado Rosario frente a todo lo que se esperaba. Tengo un gran respeto por Usandizaga, él decide crear la Secretaría de Planeamiento. La gestión urbana no tenía rango de Secretaría. Y recurre al Colegio de Arquitectos para que le recomiende a los especialistas y el Colegio recomienda al arquitecto Juan Carlos Viotti, que es un poco el padre de todo lo que ocurrió después, y a la arquitecta María Delia Rodríguez de Ansaldi, ambos designados secretario y subsecretaria de Planeamiento, respectivamente. Y además tengamos en cuenta que acababa de morir Mongsfeld…
—¿Cuál fue la gravitación de Mongsfeld aquí? ¿por qué lo citás?
—Porque Oscar Mongsfeld (N de la R: 1915-1984) fue tal vez el urbanista con más presencia en la región desde los años 60 hasta su desaparición, con la Prefectura del Gran Rosario —una corporación supramunicipal, no vinculante, de los municipios que integraban el área, para definir políticas y obras conjuntas— y otras instancias de gestión territorial previas a los golpes militares. Es artífice del Plan Regulador de los años 66/67, que se hace durante el gobierno de (Juan Carlos) Onganía, porque Onganía era planificador. Mongsfeld hereda un poco lo anterior: la genialidad del agrimensor Juan Alberto Montes (N de la R: 1902-1986), un funcionario nacional designado durante el peronismo en ocasión de la nacionalización de los ferrocarriles, un gran ordenador territorial; tenía una gran visión, era muy activo y muy vinculado a la gestión, más que a los planos pintados… El gobierno nacional le dice: “hay ocho empresas de ferrocarriles en Rosario, queremos ordenar las rutas ferroviarias en el país y en el nudo Rosario hay que decidir cómo hacerlo y qué hacer con lo que sobra y se deja”. Y Montes lo hace: crea la Estación Terminal de Ómnibus, la Ciudad Universitaria, concreta la racionalización del puerto y otras cosas. Montes fue un estratega territorial a quien le tocó actuar en el nudo Rosario y el que sentó las bases de la infraestructura potente sobre la cual, después, se apoya el Plan Regulador del 66/67. Ese Plan Regulador es un plan ciudadano, dentro de los límites del municipio, y está vinculado fundamentalmente a la identificación de áreas homogéneas en las cuales se aplican indicadores urbanísticos equivalentes. Planteaba una hipótesis para una ciudad de dos millones doscientos mil habitantes para el año 2000…
—Bueno, esa hipótesis no se dio…
—Sí, y de ahí su gran descalabro, porque la población de Rosario no creció así. Cuando uno tiene un plan finalizado, con fecha de vencimiento, deja de lado el camino y, por lo tanto, la reactualización permanente de las estrategias para transitar ese camino. Y ahí entonces el arquitecto Viotti hace un cambio de denominación: el Plan Regulador pasa a llamarse Plan Director. Nos encontramos a mediados de los ochenta con que había que revisar las metas y ciertas hipótesis de esas metas, que habían causado impactos negativos y positivos: la marcha de la obra pública nacional (que, mal o bien, no era resorte principal directo, sino que había que ir a tocar puertas), el traslado del puerto al sur, el uso de los terrenos ferroviarios desafectados… Todo eso tenía un modelo físico, porque el Plan Regulador siempre fue un modelo físico: no fue ni social, ni económico, ni estratégico, ni vinculado a sus tiempos. Desde 1966 a la actualidad se había fijado un horizonte bastante lejano, nadie de los que lo redactaron iba a ver los resultados…
—¿Y cómo era esa ciudad?
—Era una ciudad piramidal: una alta concentración en el centro, mucho mayor que la actualmente permitida, con un índice de edificación siete (se podía edificar siete veces la superficie del terreno), porque allí había infraestructura, y una muy baja densidad en la periferia, porque allí no la había. Esto, que parece causa-efecto, se convierte en efecto-causa: la baja densidad hace poco rentable la infraestructura y por lo tanto hace menos factible su instalación. Y la concentración de densidad es al mismo tiempo concentración de actividad, de valores, de oportunidades. O sea que lo que parecía tender a una ciudad armónica, tiende en los hechos hacia una ciudad desequilibrada. Pensemos que en 1930 la ciudad de Rosario, la ocupada, era muy equilibrada: pavimento, tranvía, cloacas, infraestructura, distribución de escuelas y hospitales recién terminados… No era un modelo de concentración central, sino un modelo de equilibrio. Los barrios, como opción de vida, eran tan valiosos como el centro.
—Volvamos a 1983.
—Mongsfeld ya fallecido; el Plan Regulador, con ordenanzas y decretos de por medio que fueron corrigiendo y suavizando exigencias, ya no era lo que al principio; el ferrocarril en retirada, cuando el origen de todo esto había sido un alto impulso a la eficiencia ferroviaria; la inclusión del tráfico de camiones… Entonces Viotti y Ansaldi heredan una ciudad que no tenía una cultura institucional de la gestión urbana como política de Estado, y ahora eso sí sucedía con la creación de la Secretaría. El mundo había cambiado y la gestión urbana también. Viotti dice: “regular, quiere decir contener, poner freno, ¿a qué? Nosotros tenemos que hacer al revés, hacer un plan que dirija las acciones, que las promueva, las oriente, que entienda las fuerzas en juego; además, dice, cortamos una herencia, porque no vamos a actualizar el Plan Regulador, vamos a trabajar en un Plan Director”. Es un Plan Director de la gestión pública, orientador de los procesos reales que ocurren, porque la ciudad no la construye el Estado.
—Un cambio conceptual…
—Claro. Es un concepto. Que en su momento fue resistido, recuerdo que todavía era concejal el ingeniero Gualberto Venesia, un adorador del Plan Regulador. Quiero aclarar que me llevaba muy bien con Venesia, a pesar de la diferencia de edad y las ideológicas. Era una persona racional, no era dogmático. Entonces, la ciudad no la construye el Estado, sino la sociedad. La ciudad es una obra colectiva. Es el testimonio de los acuerdos y desacuerdos colectivos. No existe “una” ciudad, la ciudad es polifacética, es multi miradas, es un lugar de conflictos y tensiones y se construye por necesidad y vocación. La necesidad te hace ser práctico y la vocación te hace buscar trascendencia, dejar un testimonio.
—Ese sentido de la practicidad parece darse de bruces con un Plan Regulador estricto…
—La cultura del Plan Regulador viene de los estados socialistas: el Estado lo necesita para manejar todos los resortes. En este devenir de nuestras ciudades, vos podés utilizar el modelo que está en El Principito, donde el rey dice “que el Sol salga por el este” y el sol le obedece, pero si dice “que salga por el oeste”, el Sol no le obedece. O sea: para ser rey tenés que entender los procesos y las fuerzas que actúan en tu reinado. O podés explicártelo como unos colegas míos españoles, José María Esquiaga y Eduardo Leira, protagonistas de los procesos urbanistas en España en los años 90, que dicen que el planeamiento es como un arte marcial oriental: uno trabaja con las fuerzas del oponente, no contra ellas, sino capitalizándolas y entendiendo sus procedimientos. Entonces ahí está la base del Plan Director. No puede ser un modelo que describa el resultado; el plan describe el camino, que no tiene fin, no tiene fecha, no tiene punto de llegada. Que es el sentido de la gestión: cambiar la palabra planificación urbana por gestión urbana. Es un gerenciamiento.
—¿Y cuáles eran los pilares de ese Plan Director de los ochenta?
—Nosotros hicimos a mediados de los ochenta, en el entonces Centro Cultural Bernardino Rivadavia, las Jornadas de Divulgación sobre Ordenamiento Urbano y Aspectos Ferro Portuarios de la Ciudad de Rosario. Es decir, el primer pilar fue el conocimiento de esos procesos, de esas fuerzas, para dilucidar las razones, riesgos y oportunidades. Allí dijimos cómo estaban las cosas, no lo que había que hacer. Porque una cosa es opinar sobre lo que hay que hacer y otra es el qué hacer y cómo. Informamos y estudiamos la base demográfica, la productividad, el modelo de la industria, el ferrocarril en retirada, el cambio de perfil de la producción rural, el área metropolitana con ciertos valores que en el sesenta y pico no existían, el decaimiento del polo petroquímico… Fue como tomar temperaturas en un montón de campos con algo de conocimiento y decir: “de ahora en más, señores, vamos hablar de estas cosas, no sobre un modelo ideal o un Paraíso que algún día se alcance y donde esté todo resuelto”. Hay una frase de Italo Calvino en su libro Las Ciudades Invisibles: “La ciudad ya es Infierno y Paraíso; lo importante es distinguir qué cosa es uno y qué otro”.
—Y además del conocimiento del terreno, ¿cuáles eran las otras ideas fuerza?
—El sustento productivo, al que hay que entender y tratar de, por lo menos, no atacarlo. Según aquel Plan Regulador, muchas de las industrias debían cambiar de lugar, trasladarse; y la partida de algunos talleres de la ciudad, por ejemplo, no la resistía nadie: cuando vos mandabas un pequeño taller de cuatro o diez empleados a Villa Gobernador Gálvez, hacías desaparecer esos empleos, entre otras complicaciones. Empezamos a inventariar todo eso. Un tercer pilar fue la accesibilidad: el mejor modo de marginar es dificultar el acceso, de modo que estudiamos la red de transporte público y la red de avenidas que tenía la ciudad; había media ciudad que no estaba atravesada por avenidas y eso quería decir que tampoco tenía transporte. Lo que le hacía perder funcionalidad, porque no vas a poner un negocio mayorista en un lugar adonde la gente no pueda llegar. Así extendimos Pellegrini hasta Circunvalación, abrimos Santa Fe hasta el final. A mí me tocó expropiar los terrenos de toda la segunda mano oeste de Oroño, hasta llegar a Circunvalación. Un cuarto eje fue el equilibrio centro-periferia, por extensión de la centralidad, no por su eliminación.
—Te escucho hablar y en vez de planeamiento escucho a alguien que habla de obras y gestión…
—Sí, es así. Y hubo un quinto pilar, que se cumplió, que fue el control de la expansión de la ciudad de baja calidad: estaban aún los loteos en Rosario y hubo discusiones con operadores inmobiliarios. “Arquitecto —me decían—, nosotros vendemos sueños con los loteos”. Casualmente, les contestaba yo, ese es el problema. Te venden un sueño y cuando te despertás no hay infraestructura, no hay accesos. La política pública que llevó Usandizaga adelante fueron cosas humildes: la carpeta asfáltica en los barrios, la iluminación… Él no nos quería ver en los escritorios, nos quería caminando la ciudad, escuchando a la gente. Una chica de un barrio se acercó un día a agradecernos la carpeta asfáltica, porque ahora llegaba al trabajo sin los zapatos embarrados. Todo eso sirvió para consolidar la confianza en un gobierno municipal democrático que decía lo que iba a pasar y eso sucedía, y que empezó a hacer el milagro rosarino. Rosario estaba en la lona respecto de su amor propio.
—Si te tocara hoy otra vez estar en Planeamiento, ¿cuáles serían los ejes?
—Algunos siguen vigentes, sólo se ha hecho más denso y más dinámico el cambio de los escenarios. El pilar “conocimiento” está discontinuado: hoy si vos preguntás a cualquiera de los organismos públicos cuál es el monto de inversión privada en construcción anual, no se sabe; cómo es el andamiento demográfico de Rosario, no se sabe; cómo está focalizada la pobreza en Rosario, tampoco. El “soporte productivo” siempre está vigente: ¿cómo son hoy la pequeña y la mediana o gran empresa?, ¿cómo evolucionan o involucionan?, ¿cuáles son las variables territoriales normativas de gestión que la traban o la promueven? La “accesibilidad” también: cuando escucho hoy en la propaganda que dice “me interesa su ayuda para mejorar el transporte”, pienso en los cuentos chinos del tranvía y todo eso…
—¿Cuentos chinos? ¿Vanas promesas, querés decir?
—Digo que algunos planes son a veces “papel dibujado” y eso no va… Estos españoles que te cité antes decían: “Un plan sin gestión es el libro más caro de la biblioteca del alcalde”, son sólo un montón de sueldos… Aquí hay un Plan Estratégico de no sé cuándo, ¿2000?, ¿2007? Miralos y decime, ¿qué pasó? Porque no hay plan bueno que dé malos resultados. La eficiencia de un plan se mide en sus resultados, en todos los órdenes de la vida. Si hacés un plan para irte de vacaciones y no llegás donde quisiste, el plan era malo: la culpa no la tuvo otro.
—Ahora bien, la expansión de la ciudad hoy, ¿está, de alguna manera, orientada?
—El control de la ciudad expandida está concientizado, porque ha desaparecido el mercado: ¿hoy a quién le vendés un lote barato en la ciudad? No hay más empresas loteadoras, desaparecieron de Rosario, se trasladaron a Roldán, a Funes, que están ahora padeciendo y descubriendo el zafarrancho que han hecho con “Tierra de Sueños” y esas cosas… Pero en Rosario quedó la cría de todo eso, porque si ves una foto aérea de la ciudad, advertís que los principales actores de la dispersión son las políticas públicas de vivienda, los barrios Fonavi que se hicieron siempre con una política de tierra barata. La consolidación de la planta urbana, la compactación, es difícil: hay huecos difíciles de llenar, pero es una realidad, no hay que esperar que se llenen. Si la población no crece, ¿con qué lo vas a llenar? Vos podés pintar en un mapa: “zona de plan particularizado de estrategias de no sé qué”. Ahora, si no sabés cuáles son las fuerzas que actúan en esos procesos y cómo ven esa localización, estás jugando una ficha equivocada… Ahora se trata de abordar un control cualitativo de la expansión, una acción cualificada de estos territorios depredados…
—¿Entonces para vos siguen vigentes aquellos mismos pilares que inspiraron el planeamiento a mediados de los 80?
—Siguen vigentes esos pilares, con los logros que se han obtenido y con las versiones de ahora. Sí creo que esos pilares sostienen una estatua, que es la gestión, y hay que entender que la gestión es política, expresa política. Uno como técnico puede decir ideológicamente “hay que trabajar sobre los pobres”, pero si la política decide que no, es no. No es una cuestión técnica, el técnico urbanista generalmente se siente autorizado a avalar con sus diplomas expresiones políticas, y las expresiones políticas se defienden en el ámbito de la política. El técnico instrumenta la gestión de la política, y como todo gerente la tiene que manejar con la mayor eficiencia posible: conocer los recursos, los tiempos, los momentos en que ocurren las cosas, para diseñar técnicamente un eficiente camino de gestión. Toda acción pública tiene tres etapas: la política, los programas y los proyectos. Esa acción pública tiene un esquema, que siempre muestro a los estudiantes, en cuyo final hay mucha arquitectura, pero al principio hay poca. Esa instancia de “poca” es la cultura arquitectónica: el político establece paradigmas en función de lo que lee, escucha, de lo que se aplaude en el mundo; ése es el aporte que hace el saber arquitectónico en la formulación de políticas. “Copiar a Barcelona” es algo que instalaron los arquitectos, pero se trasladó a la política. (Hermes) Binner decía: “Tenemos que mirarnos en el espejo de Barcelona, Rosario es la Barcelona argentina”. Él era anestesista, el espejo estaba roto. Bueno, creo que todo esto que te dije hasta ahora sería la actualización del legado de Viotti y Ansaldi, mis compañeros de gestión durante diez años.
—Sos extremadamente realista…
—Es que estoy cansado que siempre le pregunten “qué ciudad se quiere” al técnico. Digo: ¿por qué no le preguntan al que está con el agua hasta el cuello y con la zanja en la calle? ¿Qué te va a decir esa persona? ¿Una ciudad metropolitana? ¡No! ¡Te va a decir “sacame el barro, haceme la cloaca”! Cuando Binner terminó enterrando este invento del Puerto de la Música en la bajada de Pellegrini, yo digo: lo hubiera hecho en Empalme Graneros, en el Parque de los Constituyentes, que es donde debería ir una cosa así. Es decir, hubiera tenido mucho más justificación ideológica, técnica y social.
—¿Resiste hoy la ciudad una mayor compactación?
—No se va a poder apretar, no es que vaya a cambiar de tamaño, pero lo que se debe compactar es la calidad. La forma va a ser más o menos dispersa, pero las acciones de intervención en ese proceso tienen que tener una mirada de aumento de calidad. Calidad quiere decir oferta de lo necesario. Densificar aporta calidad: más gente necesita más supermercados, más almacenes, más transporte, y eso es calidad urbana y oferta de posibilidades. Entonces, en ese sentido, orientaría la gestión hacia ese problema para descubrir los enclaves donde las pocas acciones tengan más impacto. Es decir, no dispersar más la ciudad y orientar hacia una compactación que es, en muy pocos casos, erradicación.
—¿Y la zonificación en altura?
—La zonificación en altura significa qué altura puede tener la ciudad en cada zona. Aquí se pueden diez pisos, aquí cinco o siete; es algo que tiene que ver con la apariencia y un modo de vida. Si vos tenés una casa con un patio y en cada medianera te construyen un edificio de siete pisos, tu casa no sirve más. Entonces hay que ver de qué está hecha la ciudad: aquí de casas, aquí de edificios múltiples, etcétera, y entender que hay potencial de calidad de vida que no vale la pena poner en riesgo. Hoy por hoy se están construyendo edificios altos en el Parque Alem, en avenida Francia, sobre bulevar Rondeau, en los barrios, porque las actuales normas premian más, o permiten más, construcciones altas en lugares donde antes estaban prohibidas, que en el centro. Basta recorrer la ciudad.
—¿Cuál es tu punto de vista sobre eso?
—Es mitad negativo y mitad positivo. Por un lado, el mercado inmobiliario ha descubierto la apetencia del comprador por la calidad de vida de los barrios. Avenida Francia es bellísima para vivir, entonces hay gente que se siente atraída por el confort de un departamento y a la vez por la localización, pero claro: es un edificio, y una golondrina no hace verano… Ahora, cuando se rompa el motivo que le dio atractivo a esa política, es como haber matado la gallina de los huevos de oro. Ahí tenés una fuerza de un contrincante que hay que saber orientar. Que la gente no quiere vivir en el centro es un hecho, que la demanda empieza a visualizar las cosas de una manera más amplia, también: no es barrio o centro, hay centros mucho más grandes. Pichincha es pleno centro, Pellegrini es pleno centro, Alberdi también, pero cuando lo ves en los mapas no lo son. Ahí hay una potencia y el gerente tiene que entender que no la puede parar. Ahora, cómo la acomoda para que sume… bueno, ahí empiezan los análisis y qué acciones debés hacer…
—¿Por qué en Rosario está siempre en discusión la altura de los edificios? ¿O dónde se pueden construir y dónde no?
—Hay varias razones. ¿Es un caos? Sí. Yo como profesional ya no puedo más aconsejar a un cliente sobre cuáles son las leyes que gravitan sobre su inmueble o sobre sus bienes. Ha habido una hipertrofia del texto del Código Urbano en un idioma bastante incomprensible; muy culto, pero poco práctico. La ley, y el código lo es de alguna manera, debe ser preciso, objetivo y justo. Se ha creado un sistema que es injusto, impreciso y circunstancial. A vos te apuntan tu casa y te dicen: “usted aquí no puede edificar más, esto es patrimonio y no puede hacer nada”. Al dueño del lote de al lado, al mismo tiempo, le dicen: “métale siete pisos, no hay problemas”. Y entonces vos te preguntás: “¿Cómo?, ¿mi patrimonio subvenciona la política pública?” Pero después te compran la casa, te hinchaste, la vendiste, y pasás por allí al poco tiempo y ves que la están remodelando, que se consiguió “una excepción”. Otra: se redujo la altura en el área central para beneficiar el asoleamiento. Ahora, si vos pagás la diferencia, entonces sí podés hacerlo más alto; entonces ¿cómo es?, ¿era por el sol? El Código Urbano es muy confuso y un código confuso también confunde al que lo tiene que aplicar y al que tiene que legislar, porque no tiene márgenes claros. Hay ordenanzas que cambian todos los años y son errores técnicos generalmente, de expresión, de imposibilidad, entonces las corrigen. Con la cuestión normativa tenés que ser sereno porque es el marco jurídico, da derechos y limita. Me gusta la palabra normativa porque viene de normal: describe una normalidad necesaria. Esa normativa es la normalidad posible y progresista de la dinámica de los acuerdos y los procesos, en donde el paradigma, el deseo de los individuos de la sociedad, es el motor.
—¿Ves posible el regreso de los trenes de cercanía? ¿o es sólo un gran sueño?
—Yo no tengo los nuevos datos. Es en parte un gran sueño, porque para que un tren sea eficiente, un tren metropolitano, necesitás mucha gente que lo demande para tener mucha frecuencia. Ahora, si yo tengo un tren que va a Roldán dos veces al día, no es un tren que me permita ser un ciudadano del área metropolitana. Y esa densidad de las localidades cercanas, esto es un hecho, es muy chica. Si vos ves el tráfico que hay desde Zavalla a Rosario, ves que son colectivos urbanos los que lo hacen. Entonces, podés poner un sistema ferroviario, pero tenés que estar dispuesto a bancarlo económicamente. Y no nos bancamos ni el transporte urbano dentro de la ciudad de Rosario… porque lo que no se dice con claridad es que la gente dejó de usar el transporte público no por la pandemia, sino porque es ineficiente, incómodo y carísimo. Una familia de cuatro personas que vive en Juan José Paso y Provincias Unidas y quiere venir a escuchar un sábado un recital en el Anfiteatro, termina yendo a tomar un helado en su barrio. De popular no tiene nada este modelo de transporte público. Porque es rígido, porque es inflexible, porque no promueve. Ahora, si encima querés un sistema ferroviario, que es mucho más rígido y tenés que armar toda la infraestructura territorial para que corra el ferrocarril, bueno, no sé… Haber abandonado el sistema ferroviario fue el momento de quiebre. Porque de haberse mantenido y actualizado un poco, sería como Buenos Aires ahora, que tiene la misma estructura de hace sesenta años. Acá se rompió y hay que volverla a hacer… Además, el actual sistema siempre te termina llevando al centro, es una concepción de la movilidad urbana muy extrapolada: centro-periferia. Si soy un albañil de Villa Gobernador Gálvez y tengo las obras en Puerto Norte, ¿adónde me deja el tren? No digo que no tenga vigencia, pero hay que compararlo con la realidad de nuestra área metropolitana, que, a diferencia de otras, donde la ciudad es más chica que el resto, aquí la ciudad central es más grande que todo el resto sumado.
—Rosario debe dejar de pensarse al margen del área metropolitana…
—Nunca se pensó fuera de su contexto, ¿por qué un empresario importante de la ciudad está haciendo una clínica en Funes? La visión metropolitana la tienen los actores reales. Ya en aquella época lo decíamos con Viotti: el mejor modo de instalar la condición metropolitana en los ámbitos de la política es por temas. Salud es un tema, transporte es otro, residuos otro; trenes podría ser otro, y a lo mejor los trenes son con Villa Gobernador Gálvez o son con el brazo norte, no sé, porque hemos demostrado técnicamente la factibilidad de determinado servicio. Ese sería un modo práctico, dinámico, contemporáneo, de asumir las múltiples relaciones territoriales en las cuales Rosario es una gran masa de atracción. La Universidad ya tiene dos facultades en el área metropolitana: una en Zavalla y otra en Casilda, y los estudiantes van y vienen, se cruzan, o sea que esa condición real de un tejido metropolitano ya existe. El acuerdo temático me parece que es la vía más realista en función de gestión y no de planificación.
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Músico, periodista y gestor cultural. Licenciado en Comunicación Social por la UNR. Fue editor de las revistas de periodismo cultural Lucera y Vasto Mundo.
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