Convencido de su total centralidad política, el presidente Milei retorna este domingo a Diputados a presentar en primera persona el presupuesto 2025. Una puesta en escena sin antecedentes, que rebela el cambio abrupto de época política. Milei, su pequeña fuerza política, los aliados directos y no muchos más se sentarán a escucharlo. Un poder silencioso, y decisivo, fuera del Parlamento, le daría la fuerza y el ánimo necesario para semejante operación de comunicación que incluirá una cadena nacional. Un presupuesto que no dará en principio buenas noticias a casi nadie, pero en la lógica presidencial una oportunidad para mostrar la frontalidad de siempre. En esa tensión, transcurre la Argentina.
En Diputados, el último miércoles, en los instantes inmediatamente posteriores a la votación que finalmente blindó el veto presidencial a la ley que reformaba la fórmula de haberes jubilatorios, el recinto fue puro silencio, gestos más bien adustos, miradas hacia abajo, nadie felicitó a nadie entre los diputados que “ganaron” la votación (perdiéndola por menos de dos tercios), ni nadie reprochó ni maldijo —del otro lado del recinto— la derrota. Al cabo, a esa altura, esperada. El Congreso, escenario de batallas discursivas y también numéricas, siempre tiene, al final del día, un sector que se impone en la pulseada y lo celebra, al menos con sonrisas y saludos entre los miembros del equipo ganador. No sucedió el último miércoles en Diputados.
No asomó ni un gesto de “tarea cumplida” entre los 87 diputados (más otros ocho que se abstuvieron) para realizar el deseo de la Casa Rosada; entonces, ¿quién maneja los hilos, y celebra, por ahora, el derrotero exitoso del dogma del déficit cero? El presidente Milei, desde ya, pero, ¿hay una zona mayoritaria del poder real y permanente de la Argentina que está detrás de ese principio monetarista y que le da músculo a la Casa Rosada? ¿También una mayoría social, parecida a los 14,5 millones de votos de noviembre pasado, que se mantiene ahí, y quiere más y más ajuste, baja de la inflación con enfriamiento económico, defección estatal en todos los ámbitos, y palos policiales aplicados sin contemplación toda vez que amerite?
Una a favor, dos en contra
Por lo demás, el Senado le dio una noticia amable esta semana al presidente, y a varios grupos oficialistas (aprobando luego de casi dos años un proyecto de ley electoral de boleta única de papel, que termina con las tradicionales boletas sábanas) y tras cartón, dos malas, en la madrugada del viernes: con una amplísima mayoría (tres cuartos de los presentes) se aprobó un aumento de presupuesto significativo para las universidades nacionales, al que inmediatamente el presidente anunció que aplicará, otra vez (como en el caso de los jubilados) un veto total. El Ejecutivo nacional ingresaría (en caso de vetar nuevamente) en una dimensión política desconocida: la de los vetos a leyes que benefician a millones, pero que sin embargo no producen por ahora rebeliones importantes de los sectores involucrados.
También el Senado produjo en la semana que termina un hecho histórico: rechazar un DNU presidencial, en este caso, el que habilitaba unos 100 mil millones de pesos para gastos reservados para la SIDE. Una votación abrumadora lo volteó, confirmando la pronunciación previa de Diputados. En este punto, para la Casa Rosada, no hay segunda vuelta posible, ni veto que valga. Ahora resta saber cómo y en qué se gastaron parte de esos 100 mil millones. Reservados no implica discrecional, tampoco que nadie los revise, en este caso la Comisión Bicameral del Congreso.
Entre tanto, silenciar la expresión opositora, suprimir “al otro” (peronismo, progresismo y a las izquierdas), continúa como realidad palpable en la política argentina, aunque ya aflora un debate a 10 meses de gobierno libertario, sobre si ese músculo del poder real y efectivo que emana desde la figura del propio presidente y eclipsa a decenas de organizaciones de la sociedad, incluidos, desde ya, gran parte de los otros dos poderes (legislativo y judicial) está en ascenso y con perspectiva de estabilización, o, por lo contrario, ha comenzado su declinación; respuestas hay muchas; certezas, pocas.
La obsesión por eliminar al peronismo como experiencia política y cultural es una pasión inagotable del poder real (con arraigo social) de la Argentina, desde el principio de los años 1950 y hasta hoy, sin solución de continuidad. Un extraordinario ensayo periodístico, “Días Malditos”, del periodista y escritor Mariano Hamilton, de reciente publicación, revela (día por día) las 110 jornadas que transcurrieron entre los bombardeos a la Plaza de Mayo en junio del 55, y el golpe militar a Perón, en septiembre del mismo año. De lectura imprescindible para cotejar la línea de tiempo, de aquel odio originario al peronismo, al actual.
Con todo, la actualidad se trata de una película tan dinámica como incierta. Las buenas y malas noticias desde el Congreso se suceden, intercaladas, para el gobierno nacional. Entre la tarde del último jueves y la madrugada del viernes pasado, el Senado aprobó, con cambios menores, un proyecto de reforma electoral radical (boleta única de papel), un antiguo anhelo del conglomerado cercano al gobierno nacional, que ya venía con media sanción de Diputados desde 2022 y que fue abrazada por el gobierno libertario como una causa propia.
El proyecto ahora pasó a Diputados para su ratificación definitiva (se le introdujeron cambios) y el sistema electoral nacional histórico de la Argentina quedó a un paso de desaparecer. Ya no habrá boletas —se presume en las elecciones nacionales de 2025— por partidos dentro del cuarto oscuro, y no habrá militantes que puedan darle al adherente fiel el voto en papel para que lleve en el bolsillo y en el cuarto oscuro lo saque, coloque dentro del sobre y luego en la urna. Anticipándole la opción, incluso previo al ingreso a la escuela de votación.
Con la transformación a la boleta única, con algunos cambios de diseño de la versión santafesina, aunque sin diferencias conceptuales de fondo, los partidos no peronistas piensan horadar un poco más el ya debilitado sistema político argentino, con la argumentación de quitar los vicios y pequeños trucos nunca debidamente ponderados (como el robo de boletas), la debilidad de las pequeñas formaciones por falta de fiscales y otras presuntas inequidades. Lo cierto, y ya comprobado, es que, con la boleta única de papel, crece el poder electoral de figuras sueltas (conocidas o no) y sin tradición partidaria, que a través de una pequeña foto consiguen más tildes que los partidos, programas y tradiciones. El presidente Milei, que pasó de apariciones televisivas a diputado nacional y luego a presidente en cuatro años, supo desde el primer día de qué lado ponerse en el debate por la boleta única. Sin embargo, hay una pregunta que no tiene respuesta: ¿cómo consiguió un candidato casi sin partido, ni tradición, ni historia, ni arraigo territorial, sacar 14,5 millones de votos en todo el país, y con el sistema de boleta sábana tradicional?